Diego, de 11 años, dejó, en el alféizar de la ventana de su casa por la que se arrojó al vacío desde un quinto piso, un mensaje para sus padres: ‘Mirad en Lucho’, refriiéndose a su muñeco fetiche en el que había dejado su carta de despedida:

«Papá, mamá, estos 11 años que llevo con vosotros han sido muy buenos y nunca los olvidaré como nunca os olvidaré a vosotros.

Papá, tú me has enseñado a ser buena persona y a cumplir las promesas, además, has jugado muchísimo conmigo. Mamá, tú me has cuidado muchísimo y me has llevado a muchos sitios. Los dos sois increíbles pero juntos sois los mejores padres del mundo.

Tata, tú has aguantado muchas cosas por mí y por papá, te estoy muy agradecido y te quiero mucho. Abuelo, tú siempre has sido muy generoso conmigo y te has preocupado por mí. Te quiero mucho. Lolo, tú me has ayudado mucho con mis deberes y me has tratado bien. Te deseo suerte para que puedas ver a Eli.

Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir. Por favor espero que algún día podáis odiarme un poquito menos. Os pido que no os separéis papá y mamá, sólo viéndoos juntos y felices, yo seré feliz.

Os echaré de menos y espero que un día podamos volver a vernos en el cielo. Bueno, me despido para siempre. Ah, una cosa, espero que encuentres trabajo muy pronto Tata.

Firmado. Diego González»

El niño iba al colegio religioso Nuestra Señora de los Ángeles en el barrio de Villaverde (Madrid), y ya no soportaba la presión de sus acosadores. En los últimos tiempos, cuenta su madre, no hacía más que decirme: ‘mamita, yo no quiero ir más al colegio’. Y yo le respondía: ‘pero hijo, si eres muy buen estudiante’.

Su caso se suma al de María alumna del mismo colegio religioso que con 14 años intentó suicidarse también tomándose 12 pastillas, permaneciendo dos días días en la UCI, y posteriormente intentando arrojarse en distintas ocasiones por la ventana.

Desde entonces que tenía 14 años hasta ahora que ha cumplido 19, no va a clase y estudia en su casa. Su madre tuvo que colocar una silla junto al alfeizar para sentarse a vigilarla porque la familia vivía en un piso 12. El terror que sentía su hija era tan grande que, a veces, se la encontraba toda temblorosa, mordiéndose las uñas y arrancándose la piel de las manos.

‘Los profesores dejaban que otras niñas me pegaran porque decían que eso me haría más fuerte. No sólo es que haya niñas malas que te fastidian: es que los profesores lo permiten e incluso participan. Una vez las compañeras me metieron la cabeza en un plato de espaguetis y vomité. Los profesores me hicieron comerme el vómito. En un ejercicio de gimnasia, las chicas me dejaron caer y me rompí la nariz. Hasta me llegué a mear en clase, porque no me dejaban ir al baño.

Y empiezas a pensar que es mejor que tu madre no vaya a quejarse al colegio. Porque cada vez que lo hace, la cosa empeora. Primero no quieres ir al colegio. Luego no quieres salir de casa. Y al final ya no quieres ni salir de tu habitación. Y vi que no me quedaba otro camino que suicidarme’, relata  la joven, cuyos padres denunciaron infructuosamente el acoso escolar que sufrió en el colegio.

(Extracto. Adaptación libre)


Imágenes: Nacho Moreno y Mayte Vaquero elmundo.es|Mediacionyviolencia.com.ar

Fuentes: http://www.elmundo.es/madrid/2016/01/20/569e912a46163fd02c8b460e.html, http://www.elmundo.es/madrid/2016/01/20/569ea93246163fd12b8b4626.html, http://www.elmundo.es/madrid/2015/10/28/562fd06fca4741cc2f8b45cc.html

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