Usted impulsó en los años 60 la fundación de IPS (Inter Press Service) y, posteriormente, de Other News (Otras noticias). ¿Qué tienen en común esas dos iniciativas?

Tienen en común el hecho de que la gente sepa lo que pasa en el mundo porque hay una enorme degradación de la información.

Se tiene información de que pasa esto aquí y allá, pero sin conectarlo de forma que el lector pueda entender lo que pasa en el mundo. En segundo lugar, los diarios están en crisis, porque no son más que instrumentos económicos en sentido empresarial.

 De todos modos, existe la alternativa internet, los portales de internet.

Sí, pero cuando se utiliza necesitas hacerlo en un espacio y tiempo diferentes. En la versión digital de los diarios las noticias son siempre más cortas y hay menos análisis.

En tercer lugar la crisis económica de los diarios ha reducido la capacidad de los periodistas. Para tener un diario con análisis necesitas periodistas de cierto nivel profesional. Cuando empecé mis artículos eran pagados por lo menos 10 veces más de lo que lo son hoy. Y hay una crisis de la profesión como tal. Hoy ser periodista no significa tener un nivel de remuneración económica como el que se tenía.

Para ver cómo funciona el análisis de los sucesos internacionales en los medios de comunicación, tomemos como ejemplo el triunfo de Trump.

Muy escuetamente: desde la caída del Muro de Berlín en 1989  – por poner una fecha –, ha habido un proceso de globalización tan fuerte que de hecho se han cambiado las reglas de la economía y de todo.

Mirar la economía en términos macroeconómicos, de crecimiento del producto bruto nacional, sin plantearse cómo se distribuye el crecimiento, es no darse cuenta de en que se ha convertido el mercado de trabajo y de la gran cantidad gente que está resentida, tiene una frustración muy seria y se refugia en fenómenos como el de Trump.

Usted se refiere a las consecuencias que ese proceso de globalización ha originado dentro y fuera de Estados Unidos .

Con la Caída del Muro de Berlín y la desaparición del comunismo, Fukuyama profetizó el fin de la historia, porque ya no iba a haber debate político, porque el mundo iba a ser uno solo, y una vez muerto el comunismo, se decretó la muerte de las ideologías.

Recuerdo que en una conferencia en Milán, el director de la Organización Mundial del Comercio, declaró: “el mundo está hoy dividido todavía en grupos, por ejemplo la Unión Europea, que es una fortaleza, pero en un tiempo muy breve todos esos muros van a caer y no va a haber más fronteras, va a haber una sola moneda mundial, vamos a ver el fin de las guerras y la riqueza que produce la globalización llegará a todos los ciudadanos del mundo”.

Ha pasado exactamente al revés. La globalización es una ideología basada en el mercado. Todos los gastos que no son productivos, como educación, salud, los gastos sociales, pero que contribuyen decisivamente al bienestar colectivo, debían ser cortados para que el presupuesto del Estado fuera destinado solo al crecimiento económico.

Y así crecimos a una media del 3 % mundial entre 1989 y 2004, pero después empezó a estancarse. Y ahora tenemos una reducción del comercio mundial y una situación muy adversa en el campo del crecimiento económico.

Todos miraban las estadísticas globales, pero no cómo se distribuía ese crecimiento.

Le doy un dato:

  • En 2010, 388 personas acumulaban la misma riqueza que 3.200 millones de personas del planeta.
  • En 2014, ese número había bajado a 80.
  • En 2015 a a 62 personas.
  • En 2016 a a 8 personas.

Esta obscena concentración de riqueza, que hace que haya la élite sea cada vez más rica y el resto de la población cada vez más pobre, está reduciendo la clase media.

La Organización Internacional del Trabajo indica que hoy día el trabajador medio está ganando un 16 % menos que antes del 2009. En Europa se han perdido 14 millones de puestos de trabajo de clase media, en Estados Unidos 24 millones. Y esa clase media cuando llega el momento de votar no se siente representada por el sistema, al igual que la gente joven, que no encuentra su lugar en el mundo del trabajo.

 Toda esa gente excluida vuelve a entrar en política cuando aparece un personaje que dice: “yo cambiaré eso, yo volveré a hacer América grande”, “volveremos a hacer de Inglaterra la potencia internacional que fue una vez y que ha sido anulada por la participación en la Unión Europea”.

Usted emparenta directamente el triunfo de Trump en Estados Unidos con el triunfo del Brexit en el Reino Unido.

Es exactamente el mismo fenómeno. El mismo  que aúpa a Marine Le Pen en Francia, a Geert Wilders en Holanda, y a Nigel Farage en Inglaterra. Ahora hay una ola de elecciones que van a premiar a los partidos con los cuales se siente representada la gente que ha sido excluida del sistema. Esta gente es mucha más de la que se cree y está muy enojada, siente que ha trabajado toda la vida y que de repente le han dado la patada porque su fábrica o su empresa ha sido desplazada, deslocalizada.

Es curioso que se produce una resistencia antiglobalización encabezada por movimientos políticos o líderes ubicados del centro a la derecha en partidos del hemisferio norte que manejan argumentos similares a los que durante muchos años en en el sur, habían esgrimido sectores de izquierda.

Claro, porque los dos hemisferios partieron de realidades diferentes. En términos generales África, Asia y América Latina, han usado la globalización para crecer, cuando los que inventaron la globalización la dominaban.

Pero en el momento en todos juegan a lo mismo, China pasa a crecer mucho más que Holanda o que España. Entonces los países industrializados, de rebote, están estancados, en crisis, y los países del Tercer Mundo creciendo.

Pero nuevamente se da en ellos el mismo fenómeno, y vemos cómo se concentra allí la riqueza del mismo modo. En  China, por ejemplo, hoy hay 1.958 multimillonarios en un país que se supone que hace del socialismo su bandera, al tiempo que se producen 3.000 huelgas al año.

Trump ha manifestado que EEUU no se va a seguir encargando de la defensa de Europa.

Eso le crea a Europa dos problemas. Primero, Europa tiene que decidir si quiere tener política exterior propia o no, porque hasta ahora no la ha tenido. No solo porque son 28 países, sino porque el ciudadano europeo tiene dos personalidades, la de ciudadano europeo, de un proyecto político de integración, de cooperación, un proyecto político positivo; y al mismo tiempo la de miembro de la OTAN que es lo opuesto, un sistema de tipo militar.

Ahora Trump dice “esto se terminó, o pagan, o yo no sigo costeando su defensa” y pone a Europa frente a una disyuntiva que puede ser positiva, porque deje más.

Un Trump de 4 años no me preocupa, pero uno de 8 me aterroriza.

¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia?

Porque en 4 años Trump no va a poder poner en práctica muchas de las cosas que pretende hacer. La ideafija  de Trump es que la economía siga por el camino de la especulación.

Pero usted espera, supongo, que con Trump y otros modelos similares en Europa, la globalización entre en crisis.

La globalización hoy está en crisis desde mucho antes, por una sencilla razón: no dio lo que prometía.

Pero ahora corremos el riesgo de tirar el niño con el agua sucia. Una cosa es la globalización, que era un diseño de contenido muy preciso: vamos a hacer del mercado y del capitalismo sin controles el modelo de crecimiento y de homogenización del mundo. Esa era la globalización.

Otra cosa diferente es la internacionalización, trabajar en favor de un mundo interdependiente, con reglas comunes. Por eso digo que la última vez que hubo un intento de gobernar la globalización fue en 1973, cuando la ONU aprobó por unanimidad la idea de un mundo que cooperaba, pero en 1981 la llegada de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher a la reunión de Cancún, donde se citaron los jefes de Estado para poner en marcha este plan de acción, significó el fin del multilateralismo. O sea, el fin de la idea de cooperación internacional.

El Tesoro americano, el FIM (Fondo Monetario Internacional) y el Banco Mundial decidieron que había que hacer ajustes estructurales en América Latina, África y Asia para eliminar el Estado como regulador de la economía, permitiendo que el mercado fuera el único motor del crecimiento, actuando sin ningún control.

Y fruto de ello es la eliminación de la separación entre finanzas y economía real, algo de lo que nunca se habla, pero que para mí es el fenómeno económico más significativo y preocupante actualmente.

Con 968.000 millones de dólares usted  puede comprar todos los bienes y servicios que produce el mundo entero en un año, mientras que cada día las transacciones financieras mueven 40 billones de dólares, lo que significa que existen 40 dólares financieros por cada dólar de producción real.

Y las finanzas no tienen ningún organismo que las controle o regule. El resultado es que hemos tenido que pagar 4 billones de dólares en todo el mundo para salvar a los bancos, porque se pusieron a especular de manera salvaje, y todavía quedan 800.000 millones de dólares en títulos tóxicos y los bancos han tenido que desembolsar desde la crisis del 2009, 280.000 millones de dólares en multas por actividades ilegales o criminales,aunque pese a la orgía de multas, ninguno de los banqueros responsables de cometerlas fue jamás a la cárcel, e incluso en algunos casos lo que recibieron fueron aumentos de sueldo.

A nivel mundial, las finanzas son la única actividad que está libre de un organismo internacional de regulación, a diferencia de lo que sucede con el trabajo, el comercio, las comunicaciones, etc.

Estamos frente a un mundo de dimensiones gigantescas que se ha salido de la economía real y ha cobrado vida propia por primera vez en la historia, convirtiéndose en el factor de mayor poder y relegando a un espacio marginal a la política. De ahí el déficit de democracia que padecemos.

Usted ha revelado que solo en 2015 más de 19 millones de personas huyeron de desastres ambientales en 113 países. Desastres que desplazan a entre tres y diez veces más personas que los conflictos y las guerras en todo el mundo”. ¿Por qué le pareció tan importante ese dato, esa comparación?

Porque estamos abordando temas fundamentales que no se mencionan en la prensa y en el debate político menos.

Todos los desplazados que generamos con las guerras son una pequeña fracción de los que estamos creando con el cambio climático. Según Naciones Unidas, al finales del año 2017 vamos a tener 40 millones de refugiados climáticos.

Hace 25 años que estamos hablando del cambio climático porque planeta solo hay uno, no más, pero seguimos igual. El uso de fósiles en lugar de energía alternativa se ha mantenido durante 25 años porque era más barato utilizar carbón y el petróleo que desarrollar alternativas, cuando sabemos que si pasamos de 1,5 grados de calentamiento vamos a haber consecuencias muy serias e irreversibles.

El acuerdo mundial sobre el clima se ha hecho con arreglo a la siguiente fórmula: dejando que cada país decida qué va a hacer para reducir la contaminación y haciéndose responsable de su control. Es como si le pedimos a los ciudadanos, que cada uno decida cuánto impuestos va a pagar, responsabilizándose de su cumplimiento, ¿qué cree usted que pasaría?

No hay mucha evidencia de que los países actúen en base a nobles intenciones. El resultado es que tenemos un acuerdo climático insuficiente y encima la llegada de Trump paraliza todo el debate. Mientras tanto, los países siguen invirtiendo en combustibles fósiles 2 veces más que en el desarrollo de energías limpias.

¿Cómo podemos usar la comunicación para crear una ciudadanía participativa?

Antes teníamos la comunicación interpersonal. Pero hoy tenemos, por primera vez en la historia, la posibilidad de una comunicación, podemos decir, infinita.

Yo creo que el mundo está dividido en personas activas y personas pasivas. Si las activas se meten hoy en el tema de la comunicación para compartir, debatir, intercambiar, leer, buscar, etc., se creará una masa crítica muy importante, de millones de personas, que va a tener un peso enorme.

Va a haber todo un sistema alternativo a la prensa tradicional. Si logramos que el flujo de comunicación y de participación se alimente cada vez más de gente con sus propias preocupaciones e intereses  que son el trabajo, la cultura, el medioambiente… podrían darle a la comunicación un contenido muy importante y determinar una información diferente.

Pero si no lo hacemos así, las nuevas tecnologías servirán como altavoz del sistema, mercantilizando la cultura, bloqueando nuestra capacidad de ver y condicionando aún con más fuerza la capacidad humana de pensar. Las nuevas tecnologías nos van a atomizar aún más. Sentarse ante el ordenador no es un acto de congregación social, sino de individualización.

Es pues un arma de doble filo, que puede ir muy bien si los ciudadanos nos apoderamos de ella, o muy, muy mal si la dejamos en manos de las fuerzas del mercado. Antes el mercado tenía su vida, aunque comprara a los políticos. Ahora el mercado no es ya economía sino política.

Porque la izquierda se encuentra sin vocabulario, sin códigos de comunicación con los que identificarse con la gente. No puede hablar de justicia social, de solidaridad, de equidad o de redistribución, sin ser acusada de nostalgia comunista.

Y si el mercado va a ser el único contenido de Internet, veo difícil que un ciudadano en su vida diaria pueda tener acceso a instrumentos de participación, más allá de votar cada cuatro años. No puede haber democracia sin participación. Y a menos que la participación se produzca por telepatía, la comunicación es el enlace entre participación y democracia.

(Extracto. Adaptación libre)


Imágenes: FAPE|blog-educastur.es

Fuentes: http://www.enperspectiva.net/enperspectiva-net/entrevista-central-lunes-21-de-noviembre-roberto-savio/6/

http://www.comminit.com/jhuccp/node/67592

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=102464

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=194649

Video de la entrevista: https://www.youtube.com/watch?v=njFH0vuReF8

Transcripción de la misma: María Lila Ltaif

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