Una de las consecuencias más llamativas del procés es contemplar la progresiva pérdida de sentido crítico de la izquierda respecto al proyecto secesionista en Cataluña.

El nacionalismo constituye la negación de casi todos sus principios de solidaridad, de igualdad entre ciudadanos y también ante la ley; de progresividad fiscal, de antepone las personas a los territorios, y la unión a la división egoísta.

Sin embargo, una parte no despreciable de la izquierda ha puesto en suspenso esos valores para adentrarse por la senda del derecho de secesión y el debate sobre las nacionalidades, subordinando a ella la defensa de los derechos de los trabajadores.

Echo de menos una izquierda que recuerde que el independentismo catalán es una revolución de ricos.

También echo de menos su sana desconfianza hacia el poder: en Cataluña, los Mossos d’Esquadra, los mismos que cargaban brutalmente en las manifestaciones del 15M contra personas pacíficas, provocando  lesiones graves e irreversibles, son ahora la policía “del pueblo”, y sus dirigentes, que han hecho de Cataluña la comunidad autónoma con más procesados por corrupción, son ahora los gobernantes “del pueblo”, frente a las élites opresoras de Madrid.

La televisión pública que pagan todos los ciudadanos, pero que solo representa a la minoría independentista es también la televisión “del pueblo”, cuando a ningún partido de izquierdas en Madrid se le ocurriría bendecir los telediarios de Telemadrid.

En las escuelas catalanas, gracias a la inmersión lingüística, los alumnos castellanohablantes fracasan el doble que los catalanoparlantes (el 72,5% de quienes repiten curso hablan castellano), pese a lo cual son ensalzadas como factorías de excelencia educacional.

Es evidente que existe una situación de desigualdad en el sistema educativo catalán que deja atrás a quienes tienen como lengua materna el castellano, que son también los de procedencia socioeconómica más humilde. Una esperaría que la izquierda enarbolara la bandera de una educación pública de calidad que no discriminara por razón de origen o de lengua, pero sucede todo lo contrario: a quienes se atreven a denunciar el adoctrinamiento independentista en los colegios de Cataluña se les tacha de “racistas”. Advertir contra la instrumentalización política de las aulas se ha convertido en un rasgo de reaccionarios.

Todo esto es un tabú para la izquierda. Así, los mismos que irrumpen en la capilla de una universidad pública, descamisados, con el puño en alto, demonizan luego a los que con razón señalan que no es normal que en los colegios haya banderas esteladas, se hagan interpretaciones tendenciosas del procés, se señale a los hijos de guardias civiles o se estudie una historia inventada que abarca desde la “Corona Catalanoaragonesa” a los “Països Catalans de la Unión Europea”.

Los mismos que retiran del Parlament o del Ayuntamiento de Barcelona la bandera de España (ese símbolo del periodo más libre, más próspero y más democrático que ha conocido nuestro país), ondean sin sonrojo alguna la estelada que niega los derechos de ciudadanía a más de la mitad de los catalanes.

Hay una izquierda que se pasa la vida hablando del carácter irreformable de España, una España en la que, en cuatro décadas de democracia, ha gobernado la mitad del tiempo ella y la otra mitad la derecha, mientras que en Cataluña la derecha ha gobernado 32 de los últimos 40 años.

Es sorprendente que los 25 apellidos mayoritarios en Cataluña sean castellanos, pero no pueda encontrarse ninguno entre las élites. Hay una segregación social por razón de origen del que la izquierda no quiere ni oir hablar.

Esa misma izquierda que critica un crucifijo en una escuela pública, pero que es incapaz de hacer lo mismo con el nacionalismo y la estelada.

(Extracto. Adaptación libre)


Imagen: elespañol.com|elpais.com

Fuente: http://www.letraslibres.com/espana-mexico/politica/la-izquierda-y-la-perdida-sentido-critico

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