Y de pronto, las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con gotitas de saliva.

Hubo equidad en el contagio que se repartía por igual para ricos y pobres.

Las potencias que se sentían infalibles, vieron como se puede caer ante un beso, un abrazo, o un simple estornudo.

Y nos dimos cuenta de repente de lo que era importante, cuando una enfermera se volvió más indispensable que un futbolista, y un hospital más necesario que un misil.

Se apagaron las luces de los estadios, se detuvieron los conciertos, los rodajes de películas, las misas y los acontecimientos masivos, y tuvimos por primera vez en la historia ocasión para reflexionar colectivamente encerrados a solas, sin actividad, en cuarentena con nosotros mismos.

Tres gotitas de mocos en el aire, nos han puesto a cuidar ancianos, a esforzarnos hasta la extenuación por los demás, a anteponer lo público a lo privado, y a valorar la sanidad por encima del negocio. Porque nuestra pirámide de valores estaba invertida. La vida debió ser siempre lo primero, y no el lucro. De ahí esa falta de recursos que solo con aplausos no se arregla.

No hay lugar seguro. Y le deseamos el bien al vecino, y le ayudamos sin pedirle nada a cambio, porque necesitamos que se mantenga firme, que aguante sin salir y no se enferme, para que no nos contagie. Rezamos por su salud.

Y junto a la paranoia del miedo colectivo, volvemos a ser aldea, a intentar ser mejores juntos, dejando a un lado las estúpidas políticas que nos enfrentan a diario.

Ojalá el coronavirus nos haga más humanos, y aprendamos algo de esta dura lección.


Imágenes: soy.usac.edu.gt|lavanguardia.com

Fuente: whatsapp.com

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