A los diez años me becaron para ir a un internado escolar diseñado para los multimillonarios de Massachusetts. Viví entre los estadounidenses más ricos durante ocho años.

Escuché sus prejuicios y sufrí sus aires de superioridad. Insistían en que eran privilegiados y ricos debido a su inteligencia y talento, experimentando un desprecio absoluto por los de estatus inferior al suyo, incluidos los estudiantes de clase media y alta.

Se consideraban con derecho a todo. La mayoría de los jóvenes multimillonarios carecían de empatía y de compasión, y molestaban, intimidaban e insultaban a cualquiera que no les rindiera homenaje y acatara sus órdenes.

Era imposible entablar amistad con la mayoría de ellos, porque la entendían desde la perspectiva “¿de que beneficio obtengo de ella?”. Desde que nacieron habían estado rodeados de personas encargadas de atender sus más mínimos deseos, y se mostraban contrarios a relacionarse con nadie que estuviese en apuros, aunque si ellos experimentaban el más mínimo percance o contratiempo, les desquiciaba. Sin embargo se mostraban insensibles al sufrimiento ajeno que, por grave que fuera, les parecía insignificante comparado con el suyo.

Solo sabían recibir, no dar, dominados por un narcisismo y un egocentrismo insoportables.

Los multimillonarios son seres totalmente amorales, incapaces de ver el mundo desde otra perspectiva que no sea la de sus intereses. Para ellos las personas que los rodean son meros objetos que existen para servirse de ellos. Nociones como las de correcto, equivocado, verdadero, falso, justo o depravado, carecen de sentido para su mentalidad. Simplemente, lo que les favorece o satisface es bueno, y lo que no, hostil. El mundo entero tiene que arrodillarse a sus pies y contribuir a engrandecerlos.

Los súper ricos disfrutan de una vida regalada, dada por la riqueza que heredan generación tras generación. Mediocridades como Trump o Bush se han licenciado en escuelas de élite. Viven en una burbuja artificial, de lujo, opulencia, grandes mansiones y aviones privados, en mundos completamente separados de la gente. Lo peor es que sus tropelías, abusos y crímenes casi nunca tienen consecuencias para ellos.

El gobierno de los multimillonarios es, por esta razón, aterrador. Porque no conocen límites, nunca han acatado las normas de la sociedad y nunca lo harán. Nosotros pagamos impuestos, ellos no. Nosotros nos esforzamos para estudiar en una universidad prestigiosa o conseguir un empleo, ellos no. Nosotros pagamos por nuestros errores, ellos no. Nosotros somos condenados por los delitos que cometemos, ellos salen indemnes.

Una vez que los multimillonarios toman el control, escribe Aristóteles, las únicas opciones posibles son la tiranía o la revolución.

Como no aportan nada de valor, se dedican tan sólo a alimentar su avaricia y su ego sin fondo. No importa cuántos miles de millones posean, porque nunca tendrán bastante. Buscan, a través de la acumulación de poder y de riqueza, una felicidad inalcanzable.

Nuestra democracia les ha otorgado poderes ilimitados. El aparato estatal manejado por ellos sirve ahora única y exclusivamente a sus intereses de clase. Sordo a los gritos de los desposeídos, gasta en seguridad y vigilancia, en policía militarizada, servicios de inteligencia y fuerzas militares cada vez más, mientras socava las instituciones democráticas, acaba con los programas para reducir la desigualdad social, destruyendo la educación pública, la sanidad,  la seguridad social, o un sistema fiscal equitativo.

Como narcisistas que son se preocupan obsesivamente de lavar su imagen efectuando donaciones filantrópicas para demostrar que son personas caritativas, repletas de buenos sentimientos hacia sus semejantes, cuando en realidad carecen de conciencia.

No hay nada capaz de frenar el saqueo inmisericorde del planeta y del ecosistema que realizan impunemente los multimillonarios, que no tienen nada que temer de los medios de comunicación porque les pertenecen, igual que controlan las corporaciones, los organismos internacionales, los políticos electos a los que financian, o el aparato judicial.

El neoliberalismo es su religión y el mundo su patio de recreo. Nada ni nadie les merece respeto. Los seres humanos, las instituciones sociales y el mundo natural son recursos a explotar sin freno hasta que colapsen o se agoten.

Los multimillonarios, como escribió Karl Polanyi, promueven el peor tipo de libertad: “la libertad de explotar a los demás”, o lo que es lo mismo la libertad de obtener beneficios desmesurados sin proporcionar a cambio servicios equivalentes a la comunidad.

Lo malo es que las perversas patologías de los súper ricos, jaleadas por los medios de comunicación de masas, las hemos hechos nuestras. Nos han inoculado su veneno. Mira cualquier programa de televisión. Examina el estado de nuestro planeta. Son el espejo de sus valores.

(Extracto. Adaptación libre)


Imágenes: Mr. Fish|peru.com|Mott|lavanguardia.com

Fuente: http://www.elcaptor.com/economia/gobierno-multimillonarios-tirania-revolucion 

Original inglés: https://www.truthdig.com/articles/the-rule-of-the-uber-rich-means-tyranny-or-revolution/

 

 

 

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