El neurobiólogo Rafael Yuste, Director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia, propuso en 2011, durante una conferencia científica en Londres, trazar el mapa completo del cerebro humano.
Posteriormente fue invitado a la Casa Blanca, y en 2013 el presidente Obama aprobó el Proyecto Brain. Tan rápido ha ido todo, que ahora el investigador español intenta persuadir a los líderes mundiales para que legislen sobre “neuroderechos”, y Chile ha anunciado ya un proyecto de ley inspirado en esa idea, que podría convertirlo en el primer país del mundo en defender la inviolabilidad del cerebro humano.
¿Habrá alguna vez máquinas capaces de leer nuestros pensamientos ?
Ya las hay. Son todavía muy primitivas, pero han cruzado esa línea.
Pero sólo pueden descifrar patrones de lo que estoy viendo o escuchando.
No. Ya han podido averiguar lo que estás pensando e imaginando. Las neurotecnologías pueden ser de dos clases:
- Las que se limitan a leer la actividad del cerebro, que es como “bajarla” del cerebro al dispositivo,
- Y las que modifican la actividad del cerebro, que es como escribirla o “subirla” desde un dispositivo exterior al cerebro.
Las tecnologías para leer van siempre por delante, como es lógico.
Un grupo de Berkeley, que debe ser hoy el mejor del mundo en este campo, desde 2008 te muestra una imagen, y a continuación escanea la respuesta de tu cerebro. Luego te enseña otra, y vuelve a mapear tu respuesta neuronal, y así lo hacen hasta alcanzar 100 imágenes. Entonces te dicen: “piensa en una de ellas”, y la adivinan.
Lo han logrado.
Pero eso es lo de menos, ahora viene lo más interesante. Te dicen después: “piensa ahora en algo que no te hayamos mostrado”. Tú piensas cualquier cosa, ellos triangulan y comparan lo que señala el escáner con lo que mostró cuando viste las 100 imágenes, y se aproxima mucho a lo que estás pensando.
Desde luego no es exacto, pero se acerca cada vez más, y desde 2008 ha mejorado notablemente la precisión. Al igual que los algoritmos de las redes sociales usan tu historial de datos para predecir tu comportamiento, ellos utilizan tu historial de datos cerebral para predecir lo que estás imaginando y pensando.
Y sólo te estoy contando lo que se investiga en el mundo académico, porque ignoro lo que están haciendo las empresas privadas y los ejércitos.
Según parece el Pentágono y el Gobierno Chino no se están quedando atrás.
Claro, pero no conocemos los detalles. Lo que sí es público, por ejemplo, es que Facebook está desarrollando una tecnología para descifrar las palabras que quieres escribir en tu ordenador sólo con que pienses en ellas.
En Nature se publicó este año un estudio académico, financiado por Facebook, que logró identificar con hasta un 97% de precisión, qué palabras decía una persona − dentro de un vocabulario pequeño de 50 oraciones − sólo mirando al interior de su cerebro. Por ahora, lo hacen con pacientes epilépticos que tienen sensores implantados, con fines terapéuticos, pero están buscando la manera de hacer lo mismo con dispositivos externos.
Hablamos de tecnologías para leer; para las de escribir, falta un poco más.
¿Qué es BRAIN?
BRAIN es un proyecto financiado con fondos públicos, en el que ahora mismo están trabajando 500 laboratorios – el 80% de los cuales se encuentran en Estados Unidos y el resto fuera – que cuenta con una financiación de 6.000 millones de dólares para los 12 años que se preveé que durará. Pero están tan entusiasmados con los avances, que la última vez nos concedieron más dinero del que habíamos solicitado, porque pensaron que era una revolución tan importante para el futuro de la humanidad, que la cuestión financiera pasaba a un segundo plano.
Los fondos vienen directamente del Congreso de EEUU a través de los presupuestos federales. Así pues BRAIN es un proyecto, repartido entre diversas organizaciones, que se coordinan entre ellas, de forma que se puede decir que cada una tiene su propio BRAIN. De todos ellos, el mayor es el de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), aunque hay también es muy importante el de la Agencia de Investigación Militar (DARPA), el de la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF), etc.
Obama lo que hizo fue incrustar el Proyecto Brain en la burocracia. Y una vez que una cosa se vuelve burocrática, ya nadie puede con ella [se ríe]. Así que fue dotado con un dinero que no se puede usar para otra cosa, y es de las pocas políticas que cuentan con el apoyo de los dos partidos de Estados Unidos.
¿En qué fase se encuentra el Proyecto Brain?
Ha habido que mapear dos cosas diferentes:
- La estructura neuronal, que son las conexiones entre neuronas, y
- La actividad neuronal, que son las funciones que realizan
Hace tiempo que se mapeó la estructura del cerebro de un gusano y también de la hydra, que posee el sistema nervioso más primitivo; en 2019 se completó el de la de la larva de la mosca; después vino el de la mosca Drosophila y el del pez cebra; y ahora estamos inmersos en el mapeo completo del cerebro del ratón, que posee 100 millones de neuronas.
Lo que hacemos es ir descifrando organismos más complejos cada vez.
¿Cada neurona tiene una función específica?
No se sabe. Yo creo que no, que funcionan más bien como los átomos, en grupo. Estamos desarrollando las técnicas necesarias para saber cómo lo hacen.
Si muevo la mano es porque tengo músculos que se contraen, y éstos lo hacen porque hay unas neuronas que los controlan. Esa instrucción neuronal está codificado y escrita, y cambia a cada instante.
Otra cosa que hemos visto es que las neuronas se disparan en grupos, lo que hace que el sistema sea mucho más robusto y sólido. Es como si en una cuadrilla de 20 amigos falla uno: que no pasa nada, porque el grupo sigue igual.
Otra propiedad emergente que hemos descubierto es que los grupos de neuronas se activan con independencia del exterior, lo que le permite al sistema nervioso generar estados internos, los más complejos de los cuales son los pensamientos. Gracias a eso podemos aislarnos del mundo real para crear un mundo virtual y abstracto.
La última que mencionaría es la compleción de patrón. Un fenómeno que surge cuando al activar una parte, se activa todo el conjunto. Es lo que ocurre cuando al recitar el primer verso de una poesía recuerdas el resto automáticamente.
La actividad mental, que define al ser humano, se genera en la corteza cerebral, y sospecho que muchas enfermedades tienen su origen en el mal funcionamiento de conjuntos de neuronas, pero si investigamos las neuronas por separado, no encontramos nada aunque la persona tenga un problema.
¿Qué ha logrado hasta ahora?
Bueno, en mi laboratorio somos expertos en escribir actividad cerebral en ratones. Y ya podemos, usando láseres infrarrojos, que pueden penetrar en el tejido cerebral sin causar daños en él, implantar en su cerebro imágenes que el ratón no está viendo realmente, pero que hacen que se comporte como si las viera.
¿Cómo lo hacen?
Primero, tenemos que leer la actividad que produce su corteza visual en respuesta a distintas imágenes que ve. Y le enseñamos al ratón a comportarse de manera que, cuando vea la imagen A, chupe una cánula con la que le damos un poco de jugo. Y que cuando vea la imagen B, no chupe.
Así sabemos lo que el ratón cree estar viendo. Cuando ya le tenemos entrenado, le apagamos el estímulo visual y le metemos con láseres la imagen A o B, estimulando las neuronas que corresponden a esa imagen. Y se comporta exactamente igual que como si las estuviera viendo: si se le introduce la imagen A en el cerebro, chupa, y si se le introduce la B, no.
O sea, le implantan una imagen en el cerebro, pero todavía no pueden trasplantarla desde la memoria de otro ratón.
No, y ese es un buen punto. Estas tecnologías, tanto para ratones como para humanos, son todavía individuales. Tú no puedes coger el patrón de un ratón y aplicárselo a otro. Por eso a cada persona participante en el estudio hay que hacerle un mapeo específico. Porque, si le muestras a otra persona la misma imagen, se le encienden otras zonas del cerebro, no muy distintas de las suyas, pero tampoco iguales.
Algunos neurocientíficos creen que trasplantar la memoria de una persona a otra nunca va a ser posible.
Es pronto para saberlo. Pero hoy sí podemos, por ejemplo, mapear la respuesta cerebral de dos personas cuando ven un perro, y hacer después que cada vez que la persona A vea un perro, la persona B también crea verlo, o al menos lo piense.
No sería trasplantar exactamente la memoria de A a la de B, sino usar valores equivalentes en la memoria de cada uno. No lo hemos hecho todavía con dos ratones, pero ya podríamos hacerlo, y con toda seguridad se acabará haciendo en humanos.
Para eso se necesita tener un chip implantado en el cerebro.
Ya se le puso a una cerda un interfaz cerebro-computadora para leer su cerebro y escribir en él, que funciona de manera inalámbrica. Y se ha solicitado permiso para ponérselo también a humanos.
Para escribir, utilizamos genes de proteínas sensibles a la luz que son introducidos en las neuronas, de forma que, cuando se enfoque una luz en la neurona, ésta se active.
¿El avance ha sido más rápido de lo que usted creía hace 10 años?
Y también ha ido muchísimo más rápido de lo que yo hubiera previsto hace dos años. Desde entonces la aceleración ha sido brutal, sobre todo en el último año. desde que saltó a las empresas privadas.
Algunos medios advierten de la llegada del “neurocapitalismo”.
Ya ha empezado. En el último año, Microsoft y Facebook invirtieron 1.000 millones de dólares cada una comprando compañías de neurotecnología. Y el objetivo de Elon Musk con Neuralink es aumentar cognitivamente a las personas implantando un chip en su cerebro para conectarlo a un ordenador.
Ya no se disfraza de “lo hacemos para curar enfermedades”.
Exactamente. En el mundo académico lo hacemos para combatir enfermedades, o entender cómo funciona el cerebro – igual que el cerebro controla el cuerpo, la universidad es como el cerebro de la sociedad-, pero las empresas lo que quieren es ganar dinero.
Y la razón por la cual se han metido de lleno es porque no quieren quedarse atrás en la próxima revolución tecnológica, que será saltar de llevar un teléfono móvil en el bolsillo a portar un chip en la cabeza.
Hoy nadie aceptaría que le lean la mente, pero cedemos muchos datos privados que hace 20 años se suponían íntimos. ¿Cree en el futuro nos acostumbraremos a que nos lean el cerebro, a cambio de facilitarnos la vida?
Yo creo que sí. Veo muy posible que, de aquí a 10 años, los teléfonos celulares se conviertan en cascos, gorras, relojes o gafas, que se comuniquen directamente con el cerebro, en un viaje de ida y vuelta.
A mí, que soy muy torpe escribiendo a máquina, me encantaría pensar y que se fuera escribiendo todo solo. Lo haría mucho más rápido. Imagínate para la gente que tiene algún impedimento para hablar. Son dos ejemplos entre miles de aplicaciones que podría tener. Pero tenemos que establecer algunas normas éticas y de uso. Así como se ponen guardarraíles en las carreteras para que no se salgan los coches, habrá que ponérselas también a estas tecnologías para que vayan por donde tienen que ir.
Se refiere a los «neuroderechos».
Al hablar de proteger nuestros datos y contenidos cerebrales, estamos hablando de algo que va más allá de los derechos de propiedad, o de los derechos humanos, estamos hablando de proteger lo fundamental del ser humano: su intimidad, su libertad y su identidad.
Ahora bien, hay que evitar caer en el efecto contrario, y crear regulaciones demasiado restrictivas, porque sería cerrarle el paso a una verdadera revolución en el tratamiento de enfermedades mentales, como la esquizofrenia, el Alzheimer o el mal de Parkinson, o privar a quienes sufren de parálisis, de herramientas que podrían cambiarles la vida.
Actualmente en el mundo más de una veintena de personas que perdieron el uso de sus extremidades, cuentan con sensores en el cerebro que les permiten mover su brazo robótico, o el cursor de una pantalla, por medio del pensamiento.
En 2017, en Ohio, un paciente paralizado del cuello para abajo, pudo alimentarse y tomar agua con su brazo humano, conectado electrónicamente a su cerebro, y 2 años antes, una mujer cuadripléjica pudo operar sólo con la mente el simulador de vuelo de un F-35.
Pero los riesgos de estas tecnologías están ahí. Ha habido pacientes, portadores de neurodispositivos, que se han sentido incapaces de determinar dónde terminaba su yo y dónde empezaba el de la máquina, como un individuo que usó un estimulador cerebral para tratar su depresión que comentó: “me difumino hasta tal punto que no estoy seguro, francamente, de quién soy”.
Otra mujer epiléptica llegó a experimentar tal grado de simbiosis con su interfaz cerebro-computadora que afirmó: “me convertí en mí”. Cuando el implante hubo de serle retirado porque la empresa quebró, lloró diciendo: “Me perdí a mí misma”.
Un paciente con electrodos implantados para tratar su Parkinson, comenzó a derrochar sus ahorros en juegos de apuestas, pero sólo tomaba conciencia del problema al apagarse la estimulación.
Podremos acudir directamente al cerebro a arreglar enfermedades mentales. Pero buscando un punto de equilibrio, considero que deben respetarse 5 neuroderechos fundamentales:
- El derecho a la identidad personal: que tú tienes derecho a ser tú. Porque si te lo quitan o modifican, los demás derechos no valen de nada.
- El derecho al libre albedrío. Porque si te quitan la libertad, te manejan como una marioneta.
- El derecho a la privacidad mental, al contenido y acceso a tu memoria y a tu mente.
- El derecho de acceso en igualdad de oportunidades a estas tecnologías.
- El derecho a que no haya sesgos socioculturales en los algoritmos que utilicen estas tecnologías.
Mucha gente dice “la manipulación ha existido siempre, y esto es lo mismo que cuando te lavan el cerebro desde afuera”. Pero no se parece en nada.
Lo que te coloco dentro del cerebro se convierte en parte integrante de tí, y no puedes tomar distancia, porque no te vas a enterar, ni siquiera a ser consciente de ello. Quien acceda y manipule los contenidos de tu mente, podrá saber cosas de ti, que ni tú mismo conozcas, implantarte recuerdos, borrarlos, modificar tus ideas, emociones y sentimientos…
Estas tecnologías pueden incrementar todavía más la desigualdad social.
Constituye una amenaza realmente seria que puedan tener acceso a ellas ciertas personas y otras no. Por un principio elemental de justicia eso no debería permitirse.
Desde el entorno académico ya han surgido voces críticas de tu inciativa para regular estas tecnologías que señalan que aún falta mucho para que sea necesario hacerlo, y que, mientras tanto, lo urgente es regular la obtención y uso de datos personales en internet. ¿Correrán la misma suerte nuestros derechos cerebrales que los derechos humanos? ¿La invasión neurotecnológica nos hará más libres?
Precisamente porque hemos perdido mucha privacidad con internet y las redes sociales, debemos aprender la lección para que no nos hackeen también nuestros cerebros.
El Dilema de Collingridge establece que, cuando aparece una tecnología nueva, no sabes muy bien para qué va a servir, pero es fácil regularla; sin embargo, cuando se extiende por toda la sociedad, y comprendes perfectamente para qué sirve, ya es imposible regularla.
Así que, cuanto antes lo hagamos, mejores opciones tendremos. Pienso que eso es algo que se tiene que discutir democráticamente. Yo soy un científico, no soy nadie para decidir por la sociedad. Pero un asunto tan importante, requiere una discusión pública.
Mi propuesta, en todo caso, sería que sólo se debería acceder a los datos cerebrales por razones médicas o científicas, y habría que prohibir comerciar con ellos, al igual que no se permite la venta de órganos humanos, o darles uso militar.
¿Adónde nos pueden llevar estas tecnologías?
Creo que fue Kant el que predijo, acertadamente, que el mundo en el que vivimos está construido por nuestra mente. O sea, que la mente no refleja el mundo, sino que se proyecta sobre él. Y esto lo estamos empezando a confirmar, siglos después, los neurobiólogos. Averiguar cómo funciona la mente, nos llevará a entender por fin quiénes somos. Y yo creo que será un momento brillantísimo.
Durante el Renacimiento, cuando los médicos empezaron a diseccionar cadáveres, a los primeros que se atrevieron a hacerlo, los quemaron en la hoguera, manifestando que: “no se puede tocarlo, porque el cuerpo humano es sagrado, fruto y designio de la Divina Providencia. Y al abrirlo y mostrar cómo funciona, en plan máquina, lo estáis desacralizando, ¡váis a deshumanizar al hombre!”. Y sucedió todo lo contrario, que así llegaron todos los avances médicos.
¿Qué somos?
Evidentemente somos algo, pero no sabemos el qué. Actuamos como si tuviéramos una caja negra dentro de nosotros de la cual salen un montón de cosas: libertad, imaginación, creatividad… términos que utilizamos, pero que no sabemos bien qué son realmente.
A ver si al final va a resultar que sólo somos una alucinación de nuestro cerebro.
No. Para ser precisos, lo que dijo Kant no es que el cerebro se invente el mundo, sino que lo construye. Es decir, que crea un modelo del mundo a su medida, ajustándolo a la información sensorial que recibe de fuera.
Esa es la diferencia entre la vigilia y los sueños: mientras dormimos, ese modelo sigue funcionando, pero sin recibir información sensorial alguna, mientras que, cuando estamos despiertos, seguimos soñando, pero entonces nuestros sueños están conectados con lo que sucede fuera.
(Extracto. Adaptación libre)
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