Nacido en Burdeos en 1937 en una familia judía, Boris Cyrulnik es neurólogo, psiquiatra y psicoanalista.

Sus padres perecieron en un campo de concentración nazi. En 1942, cuando solo tenía 5 años, un día antes de ser detenida y deportada, para evitar que su hijo corriera la misma suerte que ella, su madre lo separó de su lado.

Su institutriz, Margaux, en cuyas manos terminó, le cambió su nombre por el de Jean Laborde, escondiéndolo en su casa durante 18 meses. Sin embargo, una noche le descubrieron durante una redada policial. Policías franceses y alemanes irrumpieron en su domicilio y se lo llevaron, agrupándole junto a otros niños judíos en la sinagoga de Burdeos desde donde les conducirían a la estación de tren rumbo a los campos de exterminio.

Pero el pequeño Boris consiguió evitarlo trepando hasta el techo de los aseos. Cuando el ruido del tumulto cesó, salió de allí, tropezándose con una enfermera que le reconoció y le escondió bajo el colchón de una moribunda a la que debía transportar. Así comenzaron para él dos años de vagar por distintos centros y familias de acogida. La Asistencia Pública francesa le trasladó con 8 años a una granja.

Cuando la contienda llegó a su fin, una tía suya, hermana de su madre,  logró encontrarle y le llevó con ella a París, donde, a los 11 años, comenzó a asistir a la escuela, convirtiéndose en uno de los fundadores de la etología humana, y uno de los principales divulgadores de la resiliencia, la capacidad de resistir y sobreponerse a las adversidades. Aunque no es un concepto nuevo, no fue hasta hace treinta años cuando se comprobó que niños que habían crecido con padres alcohólicos, no siempre padecían taras psicosociales o biológicas, y podían alcanzar perfectamente una calidad de vida adecuada pese a haber experimentado situaciones muy duras en su infancia.

Al final de la vida, señala el doctor Cyrulnik, uno de cada dos adultos habrá vivido un traumatismo o una violencia que le habrá empujado al borde de la muerte, pero de la que se puede salir.  Y cuenta a modo de ejemplo:

«Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de crema hundiéndose inmediatamente en él. Las dos se debatían desesperadas viendo que todos sus esfuerzos resultaban infructuosos.

Una de ellas pensó: «No puedo más. Es imposible escapar de aquí, y ya que voy a morir, no veo para qué prolongar esta agonía. ¿qué sentido tiene morir agotada de realizar un esfuerzo estéril?». Enseguida dejó de luchar y se hundió con rapidez hasta el fondo. Mientras que la otra se dijo: «Aunque me llegue la muerte prefiero pelear con ella hasta el último aliento». Y siguió chapoteando sin rendirse, pero debido a tanto patalear, la crema se transformó en manteca. La rana dio un salto, alcanzó el borde, y regresó alegremente a su casa».

Una infancia feliz no garantiza una vida adulta feliz. Ni una infancia desgraciada nos condena a una vida desgraciada. ¿De qué depende desarrollar una u otra? 

Una infancia desgraciada sólo supone lo que yo llamo «empezar mal en la vida». Si esta persona se queda sola es bastante probable que tenga una vida desgraciada, pero si, con el paso del tiempo, se ve rodeada de afecto, puede tener una vida feliz. El afecto ayuda entre un 70 y un 80% a la resiliencia, a superar las dificultades y resituarse en el mundo de una manera más sana y segura. Sabemos positivamente que un niño maltratado puede sobrevivir sin traumas si no se le culpabiliza y se le presta apoyo.

La cuestión es: ¿qué va a hacer con sus heridas?,  ¿someterse y emprender una carrera de víctima que proporcionará buena conciencia a quienes vuelen en su auxilio?, ¿vengarse exponiendo sus sufrimientos para culpabilizar a los agresores o a aquellos que se negaron a ayudarles?,  ¿rumiar a escondidas su sufrimiento y convertir sus sonrisas en una máscara?, ¿o reforzar la parte sana con el fin de curar las heridas y volverse humano a pesar de todo?.

¿Cuáles son las trampas de una infancia aparentemente feliz que puedan conducir a una persona al fracaso, la inmadurez o la infelicidad en su vida adulta?

Este sería el caso de «empezar bien en la vida», pero tampoco es una garantía de que el resto de tu vida vaya a ir bien. Una criatura puede sentirse muy feliz sintiéndose amada en su infancia y acabar en una especie de cárcel afectiva, especialmente cuando el amor sólo le llega de una persona, y al final se convierte en una dependencia que le ahoga y le impide madurar.

Hay que intentar siempre contar con una constelación afectiva, con diferentes personas y estilos afectivos. Esto sí que es un factor de protección. De forma que, por ejemplo, cuando la madre está mal (o se producen conflictos naturales e inevitables con ella), pueda acudir a otra persona. Una infancia feliz pero en la que sólo has contado con una persona para cuidarte y amarte, acaba siendo un factor de riesgo.

¿Cómo puede manifestarse este riesgo?

En una dependencia emocional que, a la larga, causará problemas. Por ejemplo, si un bebé  sólo cuenta con su madre, puede ser muy feliz en su infancia, con todas sus necesidades emocionales cubiertas, pero puede ocurrir que los problemas sobrevengan en la adolescencia, cuando tenga que empezar a alejarse de ella para vivir su propia aventura social y sexual. Entonces sólo podrá dejar de depender a través del odio.

Sin embargo, hay muchas madres que se ven en esta situación. ¿Qué pueden hacer?

Buscar un apoyo familiar o de amistades adultas con las que el niño o la niña pueda contar; establecer lazos con la escuela, con el barrio, con el entorno. Por ejemplo, buscando la complicidad de tutores, maestras, etc. Potenciar en la medida de lo posible que el niño o la niña pueda contar con diferentes estilos afectivos, modelos y referentes adultos.

¿Por qué son importantes los diferentes estilos afectivos?

El hecho de que sean diferentes estilos de amar te ayuda a no identificar el amor, la indiferencia o el odio con una forma específica de comportamiento. Te abre la mente y, al mismo tiempo, te permite desarrollar diferentes facetas de tu personalidad.

Se puede decir, entonces, que incluso con una infancia feliz puede que «se haya empezado mal».

Aunque se haya tenido una infancia feliz en el más amplio sentido de la palabra: has vivido en un entorno de amor, sin enfermedades ni problemas graves, en un buen barrio, con una buena cultura, todo esto no quiere decir que estés protegido para toda la vida si no cuentas con recursos internos y externos.

¿A qué se refiere? ¿Cuáles son esos recursos internos y externos? 

Recursos internos como la habilidad para establecer relaciones sociales, verbales, de afecto, etc. Con los recursos externos me refiero a los tutores de resiliencia, como la madre o el padre, los profesores y compañeros del colegio, etc. Todos estos recursos externos funcionan mejor cuando se funciona en equipo; por el contrario, pierden su eficacia cuando se desacreditan unos a otros.

¿En qué consiste la resiliencia?

Por definición, es la habilidad para tener un momento de felicidad incluso cuando tienes una herida en el alma. La magnitud de esa herida es lo de menos: hay personas que se sienten destrozadas por la muerte de un gato y otras que pasan pruebas muy duras con éxito y sin problemas aparentes. En cualquier caso, lo importante es poder atribuirle siempre un significado al trauma o al fracaso o a la situación indesead, sea la que sea.

¿Siempre tiene un significado? ¿Qué ocurre si no lo tiene? 

Que no ha habido resiliencia. Si no encuentras un sentido a lo ocurrido (al dolor) y lo transformas, aún estarás atrapado en la herida. Si no hay sentido no hay resiliencia, hay confusión.

¿Podemos hacerlo solos? 

Nadie vive solo y es difícil que alguien pueda curarse solo. Todos dependemos de nuestro entorno. Cuando una persona está herida o se siente infeliz, necesita metamorfosear, transformar su dolor. Por ejemplo, el niño herido que se vuelve altruista, empático y generoso, y esto ocurre a menudo.

Comprende el dolor mejor que nadie porque ha pasado por él. O el hijo sin padre que acaba siendo un padre magnífico. O la hija de padre ausente que aprende que ésa es el tipo de pareja que no desea a su lado, y acaba encontrando el compañero con el que compartir la maternidad, etc. Esto es resiliencia.

¿Cuándo no hay resiliencia?

Cuando no se metamorfosea el dolor ni se le encuentra significado y se limita a repetir pautas: el hijo de maltratador que maltrata a su pareja, o la hija que encuentra siempre una pareja que la maltrate. Cuando se dedican a repetir patrones aprendidos, sin superarlos.

¿Cómo se construye la resiliencia? 

En primer lugar, es preciso encontrar a alguien que te transmita seguridad afectiva, ya sea profesional o no. Pero no siempre aparecen en nuestro camino personas amorosas y altruistas que se empeñen en ayudarnos, a pesar de las resistencias y dificultades que pueda haber; por eso es tan importante que en las escuelas, el barrio, los servicios sociales, etc., haya profesionales preparados para ayudar con amor e implicación personal.

¿Qué más? 

Hay que encontrarle un sentido a aquello por lo que has pasado, como te decía antes. Siempre. No me refiero a justificar lo que te ha pasado, sino a darle un sentido para el futuro. Y no se trata de que las cosas, los acontecimientos, tengan sentido en sí mismos, sino que tú se lo des, que les otorgues un significado en tu vida. Ésta es una de las funciones más importantes de los profesionales, entre otras cosas: ayudarte a encontrárselo.

¿Dónde buscarlo, cómo? 

Un medio muy eficaz es la escritura. A menudo, las personas heridas escriben espontáneamente; lo ven como una manera de expresar sus emociones, controlarlas, narrar su vida y representarla. Muchas veces, la manera en que narramos nuestra historia nos puede ayudar a curar las heridas, aunque también a crearlas. Por eso es importante utilizar la escritura de una manera que te ayude a resignificar tu dolor.

Por ejemplo. 

Una chica me contó que el médico le dijo que tenía un cáncer avanzado y se puso a escribir esa misma noche sin saber por qué. Escribiendo, se dio cuenta de que se sentía despersonalizada, con su vida en las manos del médico que era quien decidía si se operaba o no, el tratamiento a seguir, etc. Escribiendo, tomaba posesión de su personalidad y de su historia y podía metamorfosear el dolor para hacer algo con él.

De hecho, muchos libros se han escrito a partir de un trauma personal, y algunos de ellos se han convertido en clásicos o están en la sección de bestsellers de ficción o autoayuda. Y muchos otros que no llegan a las estanterías.

En Ruanda, vi a un hombre que le dictaba a otro su historia y sus sentimientos, para que se lo escribiera, porque él no sabía escribir. Le pregunté qué hacía y me dijo que estaba guardando su historia para sus hijos, para que no se pierda. Y es que a veces la historia oficial te roba tu propia historia, y eso hace que sea más difícil dotar de significado a tu experiencia y tu sufrimiento.

Habla mucho del afecto como factor de resiliencia. ¿El amor nos cura? ¿Cómo cura el amor?

El amor que te acompaña construye unos lazos que nos fortalecen, y nos hacen sentirnos en terreno seguro. Si hay una persona a tu lado que es una base de seguridad, es un tutor de resiliencia.

Dice que el amor de pareja puede ayudar a superar heridas de la infancia. Pero también puede consolidarlas.

Sí, también puede ser un factor de riesgo si se aprovecha de mi debilidad para dominarme. Pero eso ya no es amor. Y sin embargo, ocurre muy a menudo.

El problema  es que no nos damos cuenta hasta 30 o 40 años después, de esa manipulación  y dominio, que durante toda tu vida la has estado permitiendo como parte de ese supuesto amor. Y cuando alguien que lo ve con claridad desde fuera viene a avisarte, encima nos enfadamos con esa persona. Pero eso no tiene nada que ver con el amor, repito.

Y sin embargo, es bastante habitual. La pareja no siempre es una fuente de estabilidad y apoyo.

Hay diferentes tipos de pareja, pero podemos resumirlas en tres: la pareja en la que ambos se refuerzan mutuamente; aquella en la que uno daña a otro, y aquella en la que ambos miembros se hacen daño mutuamente.

Cuando, en una pareja, las dos personas se refuerzan mutuamente, obviamente dura más, tienen mejor calidad de vida, como pareja y por separado, disfrutan de mejor salud y estado emocional, mejor humor y un sistema inmunológico que les protege de enfermedades. Es la única forma de pareja que merece reafirmarse.

Las otras hay que intentar transformarlas de alguna manera, metamorfosear las viejas actitudes y buscar un significado que establezca las bases de una relación más sana en el futuro. Si no es posible, vale más abandonar la relación.

¿Cómo hacerlo?

Es difícil, sí. Para salir se necesita a otra persona, no necesariamente otra pareja, que te dé  seguridad. Pero cuidado, porque si no has sanado tus heridas, si no les has encontrado significado, podrías dedicarte a repetir pautas el resto de tu vida. Porque no ha habido resiliencia.

Al recibir un gran golpe, la persona se adapta, dividiéndose. La parte suya que ha recibido el golpe sufre y produce necrosis, mientras que la parte mejor protegida, aún sana pero más secreta, reúne, con la energía de la desesperación, todo lo que puede seguir dando felicidad y sentido a la vida.

El bienestar es físico. Uno se siente bien cuando todas sus necesidades están cubiertas, mientras que la felicidad es el resultado de una esperanza, de un proyecto de existencia, y se construye siempre en el encuentro con los demás.

Los drogadictos confunden la felicidad con el bienestar momentáneo. El ‘flash’ de la droga les da una sensación de bienestar que se apaga de inmediato y los desespera, en tanto los que tienen un proyecto, trascienden la realidad.

Para ilustrar esta diferencia, siempre cuento la historia de los picapedreros: paseo por un camino y veo a un hombre que está picando piedras. Hace muecas, se queja y sufre. Me explica que su oficio es estúpido y que el trabajo que requiere le consume y hace daño.

Más allá, un segundo picapedrero parece más apacible. Golpea tranquilamente la piedra y me dice que es un oficio al aire libre, que le permite ganarse honradamente la vida.

Un poco más allá, un tercer hombre pica piedras alegremente. Se muestra satisfecho y sonríe. Me explica que el hecho de picar piedras le hace muy feliz porque piensa que está construyendo una catedral.

Aquellos que tienen una catedral en su cabeza son felices; los que se contentan con lo inmediato experimentan bienestar, y quienes se desesperan por no tener otra cosa mejor, son desdichados. La tarea es idéntica para los tres, pero es el significado que le atribuye cada uno lo que lo cambia todo.

(Extracto. Adaptación libre)


Imágenes: Taller de Anik| semana.com|auladejuego.es|Ley de Atracción y Abundancia|El Mundo|ultimas noticias sucesos

Fuentes: http://crecejoven.com/pedagogia–boriscyrulnik , http://www.redsistemica.com.ar/melillo.htm

Boris Cyrulnik
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad