Sabemos que en la naturaleza cada especie se mantiene en equilibrio por el control que las otras ejercen sobre ella, lo que unido a la cantidad de alimento disponible, establece la cuota vital de cada una en un entorno determinado.
Por eso, cuando se produce una variación medioambiental significativa o se introduce una nueva especie «invasora» en un hábitat que carece de predadores contra ella, ese frágil status quo que había, salta por los aires, hasta que todas la criaturas se reacomodan y adaptan a la nueva situación.
El problema del ser humano es que como carece de especie rival que lo frene, nadie detiene su expansión acelerada, incontrolada, desbocada. Los únicos depredadores que encuentra en su camino son él mismo (a través de la guerra, las agresiones medioambientales y la violencia económico-social), y por otro lado, la tecnología.
Aunque la tecnología ayudó al ser humano a sacudirse el dominio aplastante que la naturaleza ostentaba sobre él, no lo hizo gratis et amore, sino a costa de reemplazarlo por el suyo, creyendo sin embargo el hombre que era su aliada incondicional.
Pero cambiar el dominio de las fuerzas naturales por el de las fuerzas tecnológicas, no tiene porque ser resultarle más favorable, aunque se trate de fuerzas desatadas por él.
Precisamente ahí reside su gran equivocación, en creer que porque la tecnología sea obra suya y le pertenece, va a respetarle y obedecer ciegamente todos sus deseos.
Jugar con fuego, convocando poderes demasiado poderosos para manejarlos, puede provocar, que el genio una vez liberado, ya no acepte volver a ser encerrado pacíficamente dentro de la lámpara.
En la tecnología la especie humana ha encontrado su enemigo «natural», el depredador a su medida, porque si algo está claro es que nada garantiza que vaya a salir airosa del conflicto entablado entre ella y la tecnología.
Imágenes: bloghelenkeller.com.mx|Björn Gunkel