Se supone que la opresión de Cataluña por parte de España comenzó el 11 de septiembre de 1714, con la capitulación de Barcelona ante las tropas borbónicas de Felipe V en la guerra de Sucesión por el trono de España, que enfrentó a éste con el archiduque Carlos de Austria; fecha que conmemora la Diada, la fiesta nacional catalana.

Porque la «liberación» de Cataluña se había producido mucho antes, en 1640, cuando el rey Felipe IV y su valido el conde duque de Olivares exigieron a cada territorio peninsular que aportara al ejército de la Corona una cantidad de soldados proporcional a su población, petición que la nobleza de Cataluña rechazó de plano, tomando la decisión de separar al Principado de Cataluña de España para unirlo a Francia y proclamando a su rey Luis XIII, Conde de Barcelona.

Por desgracia sus nuevos señores se comportaron como un auténtico ejército de rapiña y ocupación, lo que provocó que el descontento de la población catalana aumentara. Resulta revelador ver que los mismos fondos que Cataluña negó a España, no tuvo luego reparo alguno en entregárselos a los franceses para financiarles un ejército de 3.000 hombres que fueron utilizados por las tropas galas para conquistar el Rosellón, que ya nunca volvería a ser catalán, ni por tanto español, al igual que parte de la Cerdaña, cedida a Francia por el Tratado de los Pirineos que puso broche final a la guerra.

Cuando, en 1652, el rey Felipe IV entró en Barcelona, tras 12 años de guerra con Francia, fue recibido por las masas empobrecidas catalanas, hartas de sus señores, al grito de “Vivan la santa fe católica y el rey de España… y muera el mal gobierno”.

Resulta curioso que los mismos nobles catalanes que corrieron a pedir ayuda y ofrecer vasallaje al rey Borbón francés Luis XIII en 1640, rechazaran apoyar en 1701 al rey Borbón español Felipe V durante la guerra de Sucesión.

En realidad, Felipe V había tomado posesión legalmente de su cargo antes de que estallara el conflicto, y había sido aceptado por todos los españoles incluidos los catalanes. De hecho, ante las Cortes Catalanas, reunidas en 1701 por vez primera desde 1599, ¡hacía más de un siglo!, Felipe V había jurado los fueros supervivientes de la Edad Media, otorgando un puerto franco a Barcelona, licencia para dos barcos anuales a América y otras liberalidades comerciales. Por si fuera poco, en 1718 prohibió la importación de algodón y tejidos. Política de privilegios comerciales y medidas proteccionistas de la competencia extranjera que otorgó una ventaja competitiva decisiva a Cataluña, fomentando la creación de un monopolio industrial en esa región.

En 1714 Barcelona era un pueblo de 37.000 habitantes, mientras que Madrid tenía 120.000, y Cádiz, Sevilla, Bilbao…, eran ciudades que duplicaban en habitantes y riqueza a Barcelona. El comercio de Indias estaba monopolizado por los puertos del antiguo Reino de Castilla, siendo Cataluña una de las regiones más pobres de España, hasta que el rey Borbón cambió el destino de dichas mercaderías al puerto de Barcelona.

Ello unido a la supresión de las aduanas interiores entre Castilla y Aragón (aunque Barcelona conservó sus «derechos de puertas»), permitió el libre acceso al mercado castellano de la producción catalana, y que Cataluña experimentara un crecimiento económico espectacular, doblando su población entre 1718 y 1800, pasando de tener 407.000 habitantes a 900.000, pese a haber perdido sus fueros medievales tras la guerra de Secesión. Para hacerse una idea de lo que esa cifra significa, baste señalar que en 1787 Galicia tenía más población que Cataluña: 1,3 millones de gallegos frente a tan sólo 802.000 catalanes.

Sevilla y Cádiz eran los únicos puertos autorizados a comerciar con América, pero en 1755 se creó la Real Compañía de Barcelona a Indias para el tráfico de mercancías con Santo Domingo, Puerto Rico y La Margarita, posesiones españolas en las que la empresa estaba exenta de pagar impuestos, monopolizando el comercio con ellas. Poco después, Carlos III  amplió esos beneficios, autorizando el libre comercio entre todos los puertos españoles y sus colonias (excepto México), y para favorecer aún más los intereses catalanes, prohibió en 1771 la importación de vestidos de algodón extranjeros.

A ese mismo año se remontan los orígenes de Fomento del Trabajo Nacional, la patronal del textil más antigua de Europa, que se fundó bajó el nombre de Real Compañía de Hilados y Tejidos de Algodón.

En 1833, gracias a un préstamo estatal de 65.000 duros, se inauguró en Barcelona la fábrica Bonaplata, la primera de España en utilizar máquinas de vapor.

En su Diario de un Turista, Stendhal, maestro de la novela realista, describe lo que observó durante el viaje que realizó en 1838 a Barcelona:

«Cabe señalar que en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general y a la vez quieren tener privilegios: una contradicción divertida… Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto.

Los catalanes piden que todo español que haga uso de telas de algodón pague 3 francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Para ello es necesario que los españoles de Granada, de La Coruña o de Málaga, no compren productos británicos de algodón que son excelentes y que cuestan a 1 franco la unidad, sino  que utilicen los productos de Cataluña, muy inferiores y que cuestan 3 francos la unidad.

En lo demás son de fondo republicano y grandes admiradores del Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau. Dicen amar lo que es útil y odiar la injusticia que beneficia a unos pocos. Aunque están hartos de los privilegios de una clase noble a la que no pertenecen, quieren seguir disfrutando de los privilegios comerciales que gracias a su influencia lograron arrancar hace tiempo a la monarquía absoluta.

Los catalanes son liberales como el poeta Alfieri, que era conde y detestaba los reyes, pero consideraba sagrados los privilegios de la nobleza”.

Hacia 1830 se produce el despegue definitivo del textil catalán, favorecido por las medidas proteccionistas, al que se añadirán nuevas fuentes de desarrollo como el comercio de azúcar y el tráfico de esclavos hacia Cuba y Puerto Rico. En particular, los ingentes beneficios de la trata sirvieron para financiar la incipiente industria textil catalana.

Si en 1847 había 97.000 trabajadores en la industria del algodón, en 1860, habían aumentado a 125.000. Cataluña convirtió a España en la cuarta potencia del mundo en fabricación de algodón, solo superada por Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

El arancel proteccionista implantado por los gobiernos de España debido a la presión catalana, transformó España en un mercado cautivo de su textil, y supuso el principio del despegue de la industria catalana al otorgarle una ventaja decisiva frente al resto de regiones peninsulares.

Sin embargo, la oligarquía agrícola andaluza y castellana tenía intereses diferentes a los de la élite industrial catalana y vasca. Los productores agrícolas se beneficiarían del libre comercio que les ayudaría a exportar sus productos alimenticios, altamente competitivos, a Inglaterra y otros países industrializados, mientras que, por el contrario, las nacientes industrias vascas y catalanas necesitaban protección para sobrevivir.

En 1845, durante el reinado de Isabel II, se propuso abandonar el rígido sistema proteccionista, pero los fabricantes catalanes pusieron el grito en el cielo, consiguiendo a todo lo largo de los siglos XIX y XX que el Estado impusiera fuertes aranceles a las importaciones y restricciones a la competencia del exterior.

Durante el gobierno del general catalán Prim, el también  ministro catalán Figuerola, abolió la prohibición de importar algunos artículos y estableció unos derechos de aduana que se irían rebajando gradualmente hasta quedarse en el 15%, a partir de 1876. Los fabricantes catalanes volvieron a protestar airadamente señalando que sus industrias marcharían a la quiebra.

Estaban acostumbrados a disfrutar de protección estatal y habían luchado con éxito contra la introducción de aranceles más bajos desde la década de 1840, pero tras la introducción del arancel Figuerola, un número creciente de ellos comenzó a plantearse la conveniencia de disponer de autonomía propia. Prim propuso la independencia de Cuba si así lo decidía el pueblo cubano en referéndum y una amnistía para los patriotas cubanos, pero encontró fuerte oposición y nunca se llevó a cabo porque en 1870 murió asesinado.

A lo largo de todo el siglo XIX y el primer tercio del XX, se protegió a la incipiente y poco competitiva industria textil catalana aplicando unos aranceles aduaneros exorbitantes a los paños ingleses y flamencos. Así, una vara de paño flamenco pasó de costar 2 pesetas a costar 6 pesetas, haciendo que los paños catalanes que costaban 5 pesetas se pudieran vender al resto de España, lo que provocó que la lana y el trigo castellanos que se exportaban a Holanda e Inglaterra se les aplicasen los mismos aranceles, con lo que dejaron de exportarse., pasando una fanega de trigo castellano de costar 10 pesetas a costar tan solo 5 pesetas. Los catalanes compraban el trigo y la lana más baratos y a cambio los castellanos compraban los paños más caros. El resultado fue el enriquecimiento de Cataluña a costa del empobrecimiento de Castilla.

La proclamación de la Primera República española en febrero de 1873 fortaleció las aspiraciones de los industriales catalanes, y al primer jefe de gobierno republicano, Estanislao Figueras y Moragas, federalista catalán, le costó impedir que sus paisanos declararan a Cataluña estado independiente.

Y ello a pesar de que:

  • La primera línea férrea que se construyó en España fue la de Barcelona a Mataró, en 1848. Galicia contará con su primer tren en 1885, ¡37 años después! La apuesta por la industria del algodón mediterránea, protegida con reiterados aranceles por parte del Gobierno de España, arruinó la mayor empresa de Galicia, la del lino. Aislado y sin ferrocarril, el Noroeste de España languidece frente a los nuevos focos fabriles, establecidos en Cataluña, con su monopolio de la industria del algodón, y en el País Vasco, con su siderurgia también protegida como empresa de interés nacional.
  • La primera empresa de producción y distribución de fluido eléctrico a los consumidores se creó en Barcelona, en 1881 y se llamó Sociedad Española de Electricidad.
  • La primera ciudad española con alumbrado eléctrico fue Gerona en 1886.

Joan Güell i Ferrer, fundador de la patronal Fomento del Trabajo Nacional, en su libro Comercio de Cataluña con las demás provincias de España reconoce que la prosperidad de Cataluña se debe al sistema proteccionista que se traducía  en el monopolio de facto del textil catalán. Entre el 30% y el 40% de los comerciantes que había en Cuba y en Puerto Rico en el siglo XIX eran catalanes. Cataluña era entonces el centro de negocio colonial por encima incluso de Madrid, y el azúcar cubano se convirtió en el flete de retorno de los barcos catalanes que siguieron practicando la trata de esclavos hasta 1860, pese a estar prohibida desde 1820.

Tres negreros despuntan en el árbol geneálogico del ex­ presidente de la Generalitat Artur Mas. El 4 de marzo de 1845 fue capturado por la Armada Británica el mercante Pepito, comandado por el capitán Joan Mas Roig, alias El Xicarró, tatarabuelo suyo, que había logrado vender en Brasil un lote de 825 esclavos de raza negra capturados y comprados en la costa atlántica africana. Capitanes negreros fueron también José Carbó, Pedro Manegat, Gaspar Roig y Esteban Gatell, no siendo las suyas las únicas fortunas catalanas de oscura procedencia.

Güell i Ferrer, que había amasado su fortuna ejerciendo el monopolio comercial en la Habana, se oponía a la liberación de los esclavos de Cuba y a la concesión de ningún tipo de autonomía a la isla. En La Rebelión Cubana, escribe:

“Ni el derecho ni la conveniencia abonan la rebelión cubana, la nación española no sólo tiene el derecho sino el imprescindible deber de combatirla, agotando todos los medios y recursos para salvar el honor nacional y las vidas e intereses de los hombres que encuentran su fortuna y su bienestar en aquellas posesiones españolas”.

No sólo Güell, sino que la gran mayoría de los industriales y comerciantes catalanes defendieron ardientemente la necesidad de mantener la esclavitud, y en 1882 consiguieron que se aprobara  La Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas, que protegía a su industria textil gravando fuertemente los productos textiles extranjeros. Merced a esa ley, España y sus colonias quedaban obligadas a comprar los textiles catalanes, al mismo tiempo que se encarecían los productos textiles de Cuba con un 46% de arancel.

En 1893, las burguesía catalana y vasca se reunieron al grito de “España para los Españoles”, en el Teatro Arriaga solicitando más medidas proteccionistas para sus productos. A finales de la década de 1890, el Gobierno Cánovas, prohibió definitivamente cualquier importación extranjera, y la industria textil catalana, concentrada en la provincia de Barcelona, ejerció el monopolio absoluto en la península. Entre 1885 y 1897, sólo la exportación de manufacturas de algodón a las colonias de ultramar creció del 10% al 35%, absorbiendo la quinta parte de la producción algodonera catalana.

Los cubanos no podían vender todo el azúcar que producían a la península y querían vender el sobrante a los yanquis, que tenían geográficamente al lado, pero no lo podían hacer debido a la política arancelaria del gobierno español. Los productores cubanos, organizados en el Círculo de Hacendados, protestaron y pidieron la derogación de la Ley de Relaciones Comerciales y una descentralización para la isla.

Desde la patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional se respondió así a las pretensiones de los cubanos:

“No es lógico, ni justo, ni patriótico divorciar la madre patria de su provincia ultramarina predilecta pretendiendo romper sus lazos comerciales que excluiría a nuestras harinas, a nuestros tejidos, y a casi todos nuestros productos en suma. He aquí lo que en modo alguno podemos admitir, y ¡ay del gobierno débil que lo admita!”.

La intransigencia y oposición de esta organización en satisfacer las demandas cubanas provocó que finalmente estallara la guerra con Cuba, porque cuando en 1894 se derogó el tratado comercial con Estados Unidos, cerrando a los azucareros cubanos también esa salida, estrangulándolos económicamente, su paciencia se colmó, y en julio de 1895 la isla se levantó en armas proclamando su independencia.

Cuando en noviembre de 1898 el nuevo gobierno de Sagasta intentó una salida negociada del conflicto ofreciendo a Cuba y a Puerto Rico Cartas de Autonomía, firmadas por la regente María Cristina, al margen del Parlamento, y contraviniendo la Constitución, la inquietud de los industriales catalanes se plasmó en una circular en la que se criticaba el decreto, apelando al respeto a la “soberanía de la nación” y “al Parlamento Nacional”:

“Hay que luchar contra el nefasto propósito de conceder autonomía arancelaria a las Cámaras insulares de Cuba y Puerto Rico, infiriendo con ella una herida mortal al país productor y a la soberanía de la nación… debemos impedir que se consume lo que constituiría una desidia nacional irreparable”.

Cada vez que el gobierno nacional defendía la industria y el mercado catalán de la competencia exterior, su clase dirigente se sentía más centralista y más española que nadie, negando  a otros lo que con fervor patriótico reclamaba para sí, como sucedió con Cuba.

La independencia de Cuba supuso un duro golpe para su industria del algodón, que perdió no solo un mercado mayor que el que tenía en España, sino a su proveedor principal de materia prima, comenzando a partir de ahí los industriales catalanes a subvencionar a periódicos y partidos políticos catalanistas.

A lo largo del siglo XX se otorgaron más ventajas competitivas para Cataluña. España le proporcionó algo mucho más valioso que un mercado para sus productos: mano de obra masiva y barata para atender a la única industria existente en España, la catalana (si exceptuamos la siderúrgica de Vizcaya).

Barcelona vivió entre 1919 y 1923 un cruento período de huelgas y revueltas laborales que causó más de 400 muertos en atentados y en enfrentamientos entre obreros, policías y pistoleros de la patronal. Durísimo conflicto social que causó graves perjuicios a la burguesía catalana llegando a casi paralizar la actividad industrial en Barcelona. Fueron objeto de atentados empresarios, obreros, agentes de las fuerzas de seguridad, y políticos como el presidente del Gobierno Eduardo Dato que murió asesinado por anarquistas catalanes en marzo de 1921 en Madrid [1]https://andresherrero.com/la-historia-de-cataluna-que-no-cuentan-los-independentistas/.

La destitución en octubre de 1922 del gobernador civil de Barcelona el sanguinario general Martínez Anido, ídolo de la burguesía catalana, en un vano intento por apaciguar a los anarquistas, no funcionó. Ante esta situación, el capitán general de Cataluña, el general Primo de Rivera, se convirtió en la máxima esperanza de la patronal catalana como representante de la línea de mano dura capaz de asegurar sus intereses.

Ello produjo un viraje radical de la línea política de la Lliga Regionalista, fuerza estrechamente vinculada a la alta burguesía catalana, que si en 1918 había adoptado una línea casi soberanista con la exigencia de un Estatuto propio para Cataluña, a partir de 1921 moderó dichas peticiones, reclamando una enérgica intervención militar en Barcelona para acabar con las revueltas obreras. De este modo el catalanismo político promovió, organizó y apoyó el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923.

“La dictadura española nació en Barcelona y la creó el ambiente de Barcelona ante la demagogia sindicalista. La sociedad conmovida llamó a un dictador” diría más tarde Cambó, líder de la Lliga. Tras el golpe militar, la Lliga, la patronal Fomento del Trabajo Nacional y las Cámaras de Comercio, representantes de la gran industria catalana felicitaron con entusiasmo al dictador.

El diario de la Lliga, La Veu de Catalunya, no ocultó su “satisfacción”, y su dirigente Puig i Cadafalch, reconoció que “creímos que Primo de Rivera resolvería el problema del orden público y le apoyamos”, aunque más tarde se arrepintieron al advertir su centralismo y la dura represión que aplicaba a los nacionalismos periféricos.

El mismo día de la proclamación de la República Española el 14 de abril de 1931 (Alfonso XIII acababa de marchar al exilio), y después de las elecciones municipales que dieron la mayoría a su partido ERC, Francesc Macià proclamó la República Catalana, aunque enseguida renunció a la misma, a cambio del compromiso del Gobierno provisional de otorgar un estatuto de autonomía para Cataluña.

Pocas semanas después de la aprobación de Estatuto, se celebraron elecciones al Parlamento de Cataluña, con un nuevo triunfo arrollador de ERC, que consiguió 56 de los 85 escaños en juego.

El Parlamento se constituyó con Lluís Companys como primer Presidente de la cámara, que aprobó, el 11 de abril de 1934, la Ley de Contratos de Cultivo que garantizaba a los rabassaires (campesinos arrendatarios) la explotación de tierras durante un mínimo de 6 años y la posibilidad de comprar las parcelas que hubieran estado cultivando durante al menos 15 años, lo que llevó a la derecha catalana de la Lliga Regionalista, representante de los terratenientes catalanes, a reclamar la inconstitucionalidad de dicha ley, cosa que consiguió el 8 de junio de 1934.

El 6 de octubre de 1934 Companys proclamó de nuevo la república catalana, acontecimiento que el director del periódico La Vanguardia narró así:

“Mientras escucho me parece que estuviera soñando. Eso es, ni más ni menos, una declaración de guerra. ¡Y una declaración de guerra —que equivale a jugárselo todo, audazmente, temerariamente, en el preciso instante en que Cataluña, había logrado sin riesgo alguno, gracias a la República y a la Autonomía, una posición incomparable dentro de España, hasta erigirse en su verdadero árbitro, y jugar con sus gobiernos como le diera la gana! En estas circunstancias, la Generalidad declara la guerra y fuerza a la violencia al Gobierno de Madrid”.

Companys conminó al general catalán Domingo Batet, capitán general de Cataluña, a que se pusiera a las órdenes de la Generalidad. El militar sin embargo, se mantuvo fiel al gobierno de la república, parlamentando con el jefe de los Mozos de Escuadra, para que cesara su resistencia. Pero como no se rindió y sus guardias comenzaron a disparar contra las tropas que los cercaban (apenas 400 hombres), atacó el palacio de la Generalitat y tras cinco horas de combate, los insurrectos capitularon y fueron hechos prisioneros.

A raíz de estos hechos se suspendió la autonomía catalana, nombrándose un gobernador que asumía las funciones del presidente de la Generalidad. El 6 de junio de 1935 Companys fue condenado a 30 años de reclusión y encarcelado, pero se le amnistió tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936.

Al general Batet que había conseguido sofocar la rebelión catalana con el mínimo número de víctimas, no más de 40 muertos (y de ellos 8 soldados),  ese comportamiento le valió ataques de ambos bandos: de la derecha y de algunos sectores militares por un lado, y de los insurrectos por otro. Su familia, profundamente católica, fue perseguida durante la guerra civil, hasta que por intermediación del que luego sería primer presidente de la Generalitat durante la Transición, Tarradellas, amigo suyo, pudo escapar a Francia. Pero por haberse mantenido fiel al gobierno de la república, Franco lo fusiló en 1937.

Al producirse la sublevación militar contra el Gobierno del Frente Popular en julio de 1936, Cambó, líder de la Lliga Regionalista y defensor de la independencia de Cataluña, estaba de crucero en su yate, pero inmediatamente tomó partido por los generales rebeldes, y como era uno de los hombres más ricos de España, entregó grandes sumas de dinero al bando nacional, animando a los catalanistas a que hiciesen otro tanto, debido a su temor a que se implantara una república popular excesivamente izquierdista. Como él mismo declaró:

“Es más anticatalán el rencor comunista expresado en catalán que las órdenes contra el uso de la lengua catalana dadas por un teniente extremeño en castellano”.

Francisco Puigdemont Padrosa, abuelo del presidente de  la Generalitat, Carles Puigdemont, estuvo trabajando en una prisión de Burgos durante la guerra civil y familiares suyos se pasaron al bando franquista voluntariamente. Lo mismo que fueron dos prelados catalanes, Isidro Gomá y Enrique Pla y Deniel los que bautizaron como cruzada el golpe de estado de Franco.

La represión en Madrid fue mucho mayor que en Barcelona. En general, Franco no mató catalanistas, porque  o bien eran ricos y le habían apoyado, o bien se habían escapado a Francia. Al igual que en el País Vasco, la burguesía catalanista que se había significado con la República recibió, como mucho, multas a su regreso. Con quien Franco sí se cebó fue con los anarquistas catalanes, a los que las juventudes de ERC habían perseguido e insultado por ser «murcianos».

La dictadura franquista decretó en 1943 que solo Barcelona y Valencia podrían realizar ferias de muestras internacionales. Monopolio que se extendería 36 años, hasta que fue abolido en 1979, y Madrid pudo por fin crear su feria IFEMA.

Ningún territorio español se benefició más, económicamente, con la política autárquica del régimen franquista, que Cataluña, gracias a que las huelgas se hallaban prohibidas por el régimen, ostentaba el monopolio absoluto del mercado interior, y se beneficiaba de la ausencia de competencia exterior y de unas leyes hechas a su medida.

Solo la provincia de Barcelona recibió el 25% del total de inversiones del INI (Instituto Nacional de Industria franquista) para la reindustrialización de una España que había quedado arrasada por la guerra civil.

Durante la dictadura, entre 1955 y 1975, el PIB de Cataluña creció de 22.617 millones de euros a 78.1818 millones, incrementando su peso en la economía española del 17,7% al 19,1%. Y, mientras que el empleo en Cataluña se elevaba un 87,9% a lo largo de este período, el resto de España experimentaba una moderada subida del 53,6%. Razón por la que castellanos, gallegos, extremeños y andaluces, tuvieron que emigrar a Alemania, Suiza, Francia en Europa, y a Cataluña y País Vasco dentro de España.

Fortunas catalanas levantadas al amparo de la dictadura fueron, entre otras, las de los Carceller (Damm), Suqué-Mateu (Grupo Peralada), Lara (Planeta), Samaranch, etc. En 1950 la fábrica de Seat, la primera de coches en España, se instaló en Barcelona, lo que impulsó el desarrollo tecnológico de Cataluña, a la que siguió años más tarde el complejo petroquímico de Tarragona. La persecución catalana llegó a tal punto que, en 1975, a la muerte del dictador, Cataluña, que tiene el 6% del territorio español, dispone del 45% del total de kilómetros de autopista.

Con la llegada de la Transición, el nacionalismo franquista se reconvirtió al catalanismo y centenares de alcaldes franquistas y de procuradores en Cortes se pasaron de la noche a la mañana a CiU y ERC. Porque el nacionalismo es nacionalismo en todas partes y a todas horas, y lo único que varía  es su adscripción o bandera de conveniencia en cada momento. El totalitarismo soterrado de buena parte del nacional-catalanismo actual se explica precisamente por su continuidad con el fascismo franquista.

En 1980 el gobierno central ofreció a Cataluña un concierto económico similar al vasco para que todos los impuestos los recaudara Cataluña y liquidara después un cupo al Estado, pero Jordi Pujol  lo rechazó por no parecerle conveniente que su recién estrenado Govern de la Generalitat debutase con la impopular tarea de recaudar impuestos, con el riesgo añadido de poder percibir menores ingresos que conllevaba gestionar la recaudación, y pensando que le iría mucho mejor manteniendo un pulso permanente con el Estado para obtener financiación privilegiada a cambio de facilitarle apoyos políticos para gobernar.

Régimen fiscal que Cataluña, arrepentida, reclama tres décadas después y que está sobre el tapete.

Los Juegos Olímpicos del 92 en Barcelona costaron más de un billón de pesetas de la época, de las cuales las arcas del estado y sus empresas sufragaron al menos 378.400 millones, siendo el gasto en organización la sexta parte del destinado a obras de infraestructura.

En los años noventa se completó la entrega a empresas catalanas del sector de la energía que constituía un opíparo negocio al estar inscrito en un marco regulado de precios. En 1994, el Gobierno de Felipe González vendió Enagás, monopolio de la red de transporte de gas en España, sin licitación alguna a la gasera catalana Gas Natural, por un precio inferior en un 58% a su valor en libros, y Repsol, nuestra única petrolera, quedó igualmente en manos catalanas.

Catalanas fueron las primeras autopistas que se construyeron en España, en tanto que Galicia tuvo que esperar a completar su conexión con la meseta hasta 2001, y Asturias hasta 2014.

Cataluña ha resultado siempre favorecida en las inversiones del Ministerio de Fomento.  Todas las capitales catalanas están conectadas por AVE, algo que solo ocurre con la mitad de las capitales españolas.

Tras  el fin  de los aranceles y los monopolios, España logró crear, contra todo pronóstico, la mayor multinacional textil del planeta, Inditex. Resulta harto revelador que la compañía naciera en La Coruña, en el confín atlántico, y no en la comunidad que durante más de un sigo disfrutó del monopolio del algodón y el textil.

Según la serie histórica de desarrollo regional elaborada por Julio Alcaide para el BBVA, en 1930 la primera comunidad en PIB por habitante era el País Vasco y la segunda, Cataluña, mientras que  Galicia se perdía en el puesto quince. Pues bien, en el año 2000 Baleares era la primera; Madrid, la segunda; Navarra, la tercera, Cataluña había descendido al cuarto lugar y el País Vasco, al sexto.

Hoy Galicia coloca sus bonos sin problemas y presenta unas cuentas saneadas, mientras que Cataluña sigue estando sostenida por el Estado español, y su deuda recibe la calificación de bono basura.

(Extracto. Adaptación libre)


Imágenes:

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Fuentes:

http://www.abc.es/espana/20140210/abci-como-cataluna-volvio-rica-201402100444.html

http://www.alertadigital.com/2015/08/21/el-arancel-catalan/

http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/diada/2015/09/23/560287e0e2704e7b798b457c.html

https://somatemps.me/2017/04/06/cuando-la-burguesia-catalanista-organizo-un-golpe-militar-en-espana-1923/

http://www.eleconomista.es/firmas/noticias/8608796/09/17/El-verdadero-problema-catalan.html

http://utopiadejuancarmona.blogspot.com.es/2013/12/historia-espanola-de-cataluna.html

http://www.elperiodico.com/es/sociedad/20170917/tres-negreros-despuntan-en-el-arbol-genealogico-de-artur-mas-6292090

http://www.eldiario.es/catalunya/esclavitud-colonialismo-Barcelona-Catalunya_0_549445695.html

http://www.elperiodico.com/es/juegos-barcelona92/20170720/casi-billon-pesetas-para-barcelona-92-6175711

https://blogs.elconfidencial.com/espana/tribuna/2017-02-21/1714-1640-cataluna-separatismo-espana_1335834/

http://www.huffingtonpost.es/jose-m-faraldo/la-cataluna-franquista_a_23215992/

http://www.vozpopuli.com/buscon/Diada-Cataluna-Franco_0_623337687.html

https://elpais.com/diario/1997/05/16/opinion/863733603_850215.html

http://www.elmundo.es/cataluna/2017/09/27/59cb653b268e3e11028b464c.html

El saqueo de los Catalanes a España

https://www.libremercado.com/2017-10-17/cataluna-multiplico-su-pib-y-su-empleo-en-los-anos-del-desarrollismo-franquista-1276607589/

«Evolución económica de las regiones y provincias españolas en el siglo XX”, Julio Alcaide, Fundación BBVA, 2004.

https://es.wikipedia.org

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

References

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1 https://andresherrero.com/la-historia-de-cataluna-que-no-cuentan-los-independentistas/
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