Que los ricos no paguen impuestos y los políticos los derrochen, los primeros esquilmando al estado por vía de los ingresos, y los segundos, de los gastos, y ambos caminando amigablemente unidos de la mano por el camino de la corrupción, es lo normal.
El bien emerge del mal, como los polluelos de los huevos. Querer grandes beneficios sin grandes vicios, no es posible. No se puede gozar de lo bueno, sin participar de lo malo, ni nada es más natural que unas criaturas vivan a costa de otras. La mayor riqueza es poseer una multitud de pobres laboriosos. De ellos derivan todas las comodidades y bienes, y hay que procurar su multiplicación del mismo modo que se previene la escasez de provisiones.
Toda una generación de catalanes ha venido siendo sistemáticamente educada en una historia épica de Cataluña que se remonta a fechas tan lejanas como 1714, que muy poco o nada tienen que ver con los problemas reales que afectan actualmente a sus ciudadanos. La clave de lo que sucede hoy día allí hay que buscarla mucho más cerca, en su pasado inmediato.
Tenemos que aceptar lo que informan las empresas encargadas del proceso de votación como artículo de fe, ya que no es posible verificar cómo y en qué condiciones lo ejecutan, y aunque nada hay que objetar a las garantías que ofrecen, lo que sí resultan es notoriamente insuficientes.
Podemos se juega esta semana su ser o no ser y su futuro: algo mucho más importante que ganar unas elecciones. Dos formas radicalmente opuestas de concebir la acción política se enfrentan en su seno: ajustarse al patrón habitual de funcionamiento de los partidos tradicionales donde todo gira en torno al “jefe”, el aparato y la cúpula, o contar con la participación activa de la gente.
A nuestro gran timonel tan solo se le pasó por alto un pequeño detalle: que para defender su tierra, su territorio y su gente, no se necesitaba independencia, sino tan solo honradez.
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