El doctor Antonio Sitges-Serra (Barcelona, 1951), que ha ejercido durante 40 años la medicina pública, entre la cirugía, la investigación y la consulta, en su libro Si puede, no vaya al médico, denuncia la que considera la peor enfermedad del siglo XXI: la excesiva medicalización de la sociedad y la necesidad de ponerle límites.
Por otra parte, en la sanidad pública española, los horarios extenuantes y la sobrecarga de trabajo que impide atender a cada paciente como se merece, sumado a los recortes, la privatización y el caos organizativo, está haciendo mella en los profesionales de la salud.
Algunos dicen que Amancio Ortega el dueño de Zara es un filántropo por donar equipos avanzados para el tratamiento del cáncer, y otros que lo hace para blanquear su imagen, pero leyendo su libro caí en la cuenta de algo que no se ha planteado: que quizá sea peor tener esas máquinas que no tenerlas.
Nadie lo planteó porque la tecnología es la ideología dominante. Las máquinas muchas veces dan más problemas en los hospitales de los que solucionan. Unos escáneres de alta precisión pueden ser nefastos para la salud de los ciudadanos.
Pero todo el mundo quiere que haya más y mejores máquinas en el hospital.
Y nuevos fármacos, un progreso sin límites. Es un mecanismo de autodefensa, queremos más, más, más, como si así fuéramos a vencer a la muerte. Pero yo creo que es un mal camino que, por lo pronto, nos ha conducido al sobrediagnóstico.
¿Qué es el sobrediagnóstico?
Con la tecnología de detección más avanzada se encuentran enfermedades que en realidad no son tales. No hay síntomas, el paciente está bien, va a una simple revisión y, con el nuevo superescáner de última generación, encuentran un cáncer de dos milímetros en el tiroides. El médico le dice: “hemos descubiertoun cáncer de 2 milímetros”, y se cree que está enfermo de cáncer, y le tratan como tal, aunque en realidad no le pasa nada.
¿Un cáncer puede ser inofensivo?
Sí. Puede no dar problemas nunca. Pero una vez que estás sobrediagnosticado, entras en un círculo vicioso de revisiones que te harán dependiente del hospital, además de generarte estrés, miedo y ansiedad. Y eso, en caso de que el médico de turno no quiera darte quimio o incluso operarte, siempre con la mejor intención, desatando una carnicería innecesaria.
Pues bien, esa carnicería no la provocó tu cáncer, sino su diagnóstico. De este modo es como la tecnología de detección precoz se convierte en un problema grave para tu salud.
¿Hay mucha gente por ahí con cánceres inofensivos que nadie ha visto?
Muchísima, claro. Cuando alguien se muere por cualquier causa, de vejez, por ejemplo, es muy frecuente encontrar cáncer de tiroides en el cadáver. El 20% de pacientes que mueren de lo que sea, lo tienen. Si tú compras esta máquina tan fantástica que detecta tumores de menos de dos milímetros, puedes acabar extirpándole el tiroides al 20% de la población sin necesidad alguna.
En Corea del Sur, un país absolutamente esclavo de la tecnología, es justo lo que pasó. Fue una masacre. Miles de tiroides extirpados por cánceres inofensivos que jamás hubieran dado la cara.
Es decir, que si me detectan un cáncer de dos milímetros, ¿no tengo cáncer?
Exacto. Los diagnósticos aumentan con las máquinas ultramodernas, pero no disminuye la mortalidad, ¿por qué? Porque detectan cánceres que no matan, ni dan síntomas, ni nada.
Otro ejemplo: el 80% de los varones tiene cáncer en la próstata al morir. Fallecen de cualquier otra cosa, por ejemplo de un infarto, pero tenían ese cáncer desde no se sabe hace cuanto tiempo sin que nadie lo viera ni diera síntomas. Para la vida del paciente lo mejor es que no se lo detecten.
Usted dice muchas cosas que desafían la intuición.
Lo sé. Se ve además otro problema en los hospitales con las máquinas más modernas: el de la interpretación. La lectura radiográfica de una mamografía o de cualquier otra cosa exige experiencia. Si no la tienes, vas a levantar falsos positivos.
Las máquinas siempre necesitan profesionales formados, y la innovación constante juega en detrimento de la curva de aprendizaje de los médicos, y por tanto en contra del paciente.
¿Cuándo se empezó a complicar la cosa?
El siglo XX ha sido muy potente en el progreso tecnológico de la medicina, pero ahora los beneficios de las novedades son muy pequeños y el coste es enorme. Por ejemplo, muchas intervenciones quirúrgicas han triplicado su duración respecto a las de los años noventa al robotizarse. Por tanto, el número de quirófanos necesarios aumenta.
El robot hace la cirugía mucho más complicada, mucho más cara, mucho más prolongada, y los resultados no son mejores que sin robot. Pero los fabricantes quieren vender sus aparatos, y los políticos y ciudadanos se dejan deslumbrar por ellos.
¿Qué le supone a la economía de un hospital, por ejemplo, un robot para operar próstatas?
Un gasto inicial de un millón y medio, y unos mantenimientos anuales de más de 100.000 euros. Más el coste de enseñar a los médicos a usarlo. El gran problema de la sanidad es el incremento de los costes, que aumentan cada año, en gran parte porque se compran productos innecesarios, pero glamurosos.
La sanidad consume entre el 20% y el 25% del PIB, y cada año crece. El año 2019 un 6%, mientras el PIB subió solo un 2%. Si no fuera por el tecnoutopismo, sobrarían médicos.
¿Cómo? Siempre se dice lo contrario, que faltan médicos.
Ya, pero esto es así porque hemos creado una sociedad hipermedicalizada e hipocondríaca.
Cuando preguntaron a Oriol Bohigas, el gran urbanista, cómo solucionaría el problema del tráfico en Barcelona, dijo: “pues muy fácil, haciendo que las calles sean más estrechas”. Esta paradoja también se puede aplicar a la medicina. Si tú vas generando necesidades, siempre vas a tener más demanda, igual que, si ensanchas las carreteras, tendrás más coches.
Usted aboga por poner límites.
Y por replantearnos nuestra relación con la medicina y la muerte. Siempre hay otro medicamento, otro procedimiento, etc.
Siempre esperamos un milagro.
Esperamos que inventen algo, y eso es irracional. La sociedad moderna nos exige vivir de espaldas a la muerte. Hablas con oncólogos y para ellos no existe. Hay un fármaco, un TAC y un tumor. Y con eso van jugando hasta que la cosa explota.
Si nos reconciliáramos con la muerte, podríamos en cuestión este sistema. Pero tú no puedes decir que un paciente de ochenta y tantos años no debe ingresar nunca en la UCI, porque te llaman de todo.
¿Por qué no debe ingresar?
Porque sabemos que un enfermo de 85 años que pasa una semana en la UCI tiene un 70% de posibilidades de morirse en el hospital, y otro 30% de morirse durante el año siguiente. El margen coste – efectividad de dicho tratamiento es nulo, pero esto no se valora en la medicina pública.
¿Qué otros ejemplos hay de tecnoutopismo en la medicina contemporánea?
La mal llamada ‘prevención del cáncer de mama’ es un ejemplo brutal. Yo digo que es mejor olvidarnos de las mamografías y dedicar esos recursos a poner más guarderías, para que las mujeres puedan parir antes.
Influye más en que no mueras de cáncer de mama, que adelantes la maternidad, que no 20 mamografías en 20 años. La medicina preventiva tiene que dedicarse a cambiar hábitos sociales perjudiciales para la salud, y no en someter a todas las mujeres a escáneres innecesarios y gratuitos a partir de los 40 años.
¿Las mamografías periódicas no evitan que las mujeres mueran de cáncer de mama?
A lo largo de la vida de una mujer, entre los 40 y los 90 años, tiene un 10% de posibilidades de morir de cáncer de mama y un 90% de morirse de cualquier otra cosa. Es decir: la mamografía trata con una enfermedad de poca prevalencia.
Eso para empezar, pero, además, se han hecho estudios comparados de mil mujeres mamografiadas y mil mujeres no mamografiadas.
Pues bien: en un grupo se mueren cuatro, y en el otro se mueren cinco. Quien hace mamografías, dice entonces que ha muerto un 20% menos, pero esto es una trampa: una enferma de cada mil no justifica que a las otras 999 mujeres les hagas una mamografía al año.
Pero hay más: de esas mil mujeres mamografiadas, 200 dan alguna vez un falso positivo. Es decir: que les tienen que repetir la mamografía o hacerles una biopsia innecesaria. Finalmente, un 5% de estas mil mujeres mamografiadas sufrirá una masectomía inadecuada. Así que es mejor para las mujeres que no se hagan mamografías.
Todo está lleno de anuncios, sin embargo, diciéndoles que se las hagan. Y que nos miremos el colesterol, y que poca broma.
Estamos en una sociedad hipocondríaca y sobremedicada, debido a muchos factores: la prensa, los médicos, la industria farmacéutica, las sociedades científicas, etcétera. El bombardeo de noticias y anuncios amenazadores sobre los peligros genera ansiedad.
Leyendo su libro, he tenido la sensación de que el debate sobre las vacunas está envenenado, y que el hecho de que existan los antivacunas, da carta blanca a las farmacéuticas para colocarnos vacunas que no necesitamos.
Así es. A la industria farmacéutica le vienen muy bien los antivacunas. El debate gira en torno a un falso dilema. Las vacunas, la higiene, los antibióticos y la cirugía menor son los cuatro grandes pilares de la sanidad del siglo XX. No hay duda.
Ahora bien, cuando el calendario pediátrico de vacunas supone 45 dosis en seis años, yo digo: ¿estáis seguros? Porque a lo mejor estamos sometiendo el sistema inmune de estos chavales a un bombardeo que no sabemos en qué va a terminar.
Porque una cosa es que te vacunes de enfermedades como la viruela, el tétanos, la tos ferina, difteria, poliomelitis, etcétera, y otra que empecemos a ampliar el mercado: que si la meningitis, que si el neumococo, que si el papiloma… Ahí nos estamos pasando. Hay vacunas que solo interesan a las farmacéuticas, y sin embargo se ponen porque no vaya alguien a pensar que uno es un antivacunas.
Es parte de la medicalización de la sociedad, que usted describe.
Claro. No queremos morirnos, ni tampoco queremos tener dolor, ni problemas, y se medicaliza la muerte, el sufrimiento y la tristeza, y quien sale ganando es la industria, no las personas.
¿Qué pasa cuando se baja el límite aceptable de colesterol en la sangre? Que tienes millones de enfermos que necesitan millones de dosis de medicación. Por no hablar de esa otra cosa que hacen las empresas que es inventar enfermedades.
Respecto a las farmacéuticas, usted dice que muchos medicamentos se comercializan antes de saber si son seguros.
Es algo impresionante. El 40% de los medicamentos que se han demostrado mortales después de empezar a venderse, tardan todavía 2 años en ser retirados del mercado.
¿Por qué? Porque su desarrollo ha sido caro e intentan amortizarlo. ¿Cómo lo consiguen? Con propaganda, y convenciendo a médicos, a veces con métodos poco honestos. En oncología, esto es muy normal. La industria aprieta mucho porque sabe que o bien el medicamento va a acabar desvelando algún problema, o no es tan efectivo como se proclama, o bien va a salirle un competidor.
La gran mayoría de oncólogos de cierto renombre cobran directamente de la industria farmacéutica, o a través de ensayos, o en especie, o mediante congresos. La oncología al ser tan cara es una de las prácticas más corruptas de la medicina.
El lunes es el día más triste del año, así que tenemos que irnos a comprar para curarnos. Creo que es un buen resumen de lo que cuenta su libro.
Sí, es la medicalización de la vida, hasta de los lunes. Convierten en enfermedad, con su correspondiente fármaco, la tristeza, el sexo, la nutrición, la menopausia, la fealdad, la estupidez… Todo lo humano es susceptible de tratamiento, y la industria hace negocio con ello. Como dijo Huxley, la medicina avanza tanto que pronto estaremos todos enfermos.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: amazon.es|elconfidencial.com|esclerodiario.blogspot.com|redaccionmedica.com|consalud.es|imparcialoaxaca.mx
https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-09-13/enrique-gavilan-cuando-ya-no-puedes-mas_2224587/
Medicina sí, por supuesto, pero centrada en la salud y no en el negicio. GRANDISIMO ARTICULO