El chalet que se han comprado en Galapagar Pablo Iglesias e Irene Montero demuestra una vez más que entre representantes y representados media un abismo insalvable. Lo que han hipotecado no es su casa, sino su credibilidad.
Nuestro sistema democrático está diseñado para llenar de oro y privilegios a los candidatos electos, a fin de separarlos de la gente, desclasarlos, y convertirlos en una casta aparte como ellos mismos fueron los primeros en denunciar. Un proceso de asimilacion e incorporación a la élite que rara vez falla. En cuanto los políticos se sumergen en esa burbuja dorada dónde se está a salvo de las inclemencias del mercado, la política deja de ser pronto una vocación para convertirse en una profesión VIP.
Pero aunque los ciudadanos se hallen curados de espanto y estén sobradamente acostumbrados a ver que lo que predican no lo cumplen, se esperaba que los líderes de Podemos contribuyeran a cerrar esa brecha de desigualdad y no a ensancharla.
Ciertamente, que alguien sea rico y de izquierdas, teniendo todas las tentaciones a su alcance, tiene mucho más mérito porque atenta contra sus intereses. Nadie de izquierdas que viva en una sociedad capitalista puede estar exento de contradicciones. Eso está asumido.
Por eso nadie les ha pedido a los dirigentes de Podemos que ayunen, se flagelen, o hagan voto de pobreza, pero una cosa es que no vivan en una chabola, ni bajo un puente, ni se lo monten de okupas, y otra muy distinta que se instalen en una mansión a todo trapo como si esa fuera la única alternativa digna. Valerse del voto de la gente para montarse sobre ella, no parece precisamente la mejor manera de ganarse su confianza.
Por supuesto que beneficiarse de los privilegios de su condición no constituye ningún delito, pero les asemeja más de la cuenta a aquello que dicen combatir. Porque lo personal está íntimamente ligado con lo social y es ahí donde hay que demostrar ejemplaridad y coherencia.
Si Podemos limitó las remuneraciones de sus miembros fue para que no ocurrieran cosas como ésta. Pero el mal de altura y la pérdida de la propia perspectiva a menudo causan estragos.
Que la derecha se haya lanzado con toda su mala fe a explotar e instrumentar el asunto, no lo justifica en absoluto, ni disminuye lo más mínimo su gravedad. Un error de tal magnitud no se puede ocultar, y lo honrado hubiera sido reconocerlo abiertamente en vez de intentar colarlo como un hecho normal, porque no lo es.
El colmo del disparate ha sido que hayan traspasado su equivocación al partido para que los avale y absuelva. El precio del caudillismo. Peor estrategia no cabe. Salga lo que salga de la consulta, el daño ya está hecho, y solo va a servir para medir fuerzas y reabrir heridas internas.
Y después a esperar el comodín del público.
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