Desde sus inicios, el movimiento ecologista ha seguido dos caminos opuestos.

El movimiento ecologista conestacioninsolitablogspotcomservador considera que el mayor problema de la humanidad es el deterioro del medioambiente causado por un crecimiento demográfico que origina un consumo de recursos cada vez mayor.

El autor más conocido de esta tesis malthusiana, es Paul Ehrlich, que remataba su famoso libro “The Population Bomb”, señalando que: “la causa más importante del deterioro ambiental a nivel mundial es fácil de ver. La raíz del problema es que cada vez tenemos más coches, más fábricas, más detergentes, más pesticidas, menos agua, demasiado dióxido de carbono, debido a que hay demasiada población en el mundo”.

La otra gran teoría del movimiento ecologista localiza la causa del deterioro ambiental, no tanto en el crecimiento de la población, como en las tecnologías contaminantes. Su máximo defensor fue Barry Commoner, fundador del movimiento ecologista progresista en EEUU, quien centró sus propuestas en el cambio y sustitución de los recursos y tecnologías utilizados.

Barry Commoner demostró que era factible reducir el dióxido de carbono, sustituyendo el tráfico de mercancías por carretera mediante combustibles fósiles, por un tráfico ferroviario basado en la electricidad, o reemplazar la energía nuclear por energías renovables como la solar.

eganhistorycomCommoner analizó la contaminación atmosférica debida al dióxido de carbono en varios países, tanto desarrollados como subdesarrollados, mostrando que el componente principal de la calidad ambiental no era la población, sino la tecnología utilizada, de manera que países con poca población podían resultar enormemente contaminantes y países muy poblados no tenían porque serlo. Que,  aunque el tamaño de la población constituía una variable muy importante en el grado de nocividad para el medioambiente, el impacto de la tecnología utilizada lo superaba con creces, razón por la queo Barry Commoner cuestionaba el catastrofismo del ecologismo conservador.

Algo parecido sucede ahora con ciertas teorías del decrecimiento que sostienen que el crecimiento económico es malo per se, considerando el decrecimiento, como algo positivo al forzar a todos, pobres o ricos, a ser más austeros. La panacea a todos nuestros males.

El problema de esta propuesta es que asume erróneamente que solo hay una manera de crecer, cuando el crecimiento es una categoría cuantitativa que dice muy poco sobre su naturaleza. Se puede crecer económicamente produciendo prisiones y tanques, o se puede crecer construyendo escuelas e investigando cómo curar el cáncer. Se puede crecer construyendo grandes edificios o manteniendo los ya existentes para hacerlos más eficientes, y también se puede crecer sustituyendo el coche individual por transporte público colectivo. La cuestión no es, pues, crecimiento o decrecimiento, sino elegir qué tipo de crecimiento queremos, para qué y para quién.

Algo que los defensores a ultranza del decrecimiento parecen ignorar. Hace falta redefinir lo que se entiende por crecimiento, y dejar de dar por sentado que solo existe una única forma de crecer y consumir.

Por descontado que se han de adoptar medidas radicales para combatir el deterioro medioambiental, pero siendo crítico con quienes añoran nostálgicamente un supuesto pasado idílico, negando cualquier posibilidad del progreso. Lo que hay que hacer es exigir un tipo de crecimiento que responda a las necesidades humanas, sin paralizarlo.

De ahí mi crítica a Ivan Illich, el autor más influyente y maestro a su vez del padre del decrecimiento, Serge Latouche. En los años setenta, el gran  enemigo a batir para Ivan Illich era la “industrialización”, rebautizada hoy como “crecimiento”. Según Illich, las sociedades modernas convergen hacia una industrialización que termina por invadir todas las actividades humanas: medicina, educación, ciencia, etc.  Illich creía que los servicios sanitarios, bajo el dominio de la profesión médica, estaban robando al paciente su propia autonomía. De ahí que estuviera en contra de la universalización de los servicios sanitarios, llegando a sostener que “disminuir el acceso de las personas más pobres y vulnerables a los servicios sanitarios es, en contra de la retórica de consumo político, bueno para ellos”.  Por eso consideraba el establecimiento de un Servicio Nacional de Salud, por parte del gobierno laborista británico en los años 40, un retroceso.

Con arreglo biografieonlineita su tesis, los gobiernos que hoy están recortando, privatizando  y eliminando servicios públicos sanitarios, están haciendo un gran favor a la población. Sin darse cuenta, Illich estaba copiando la doctrina del reaccionario Presidente Nixon cuando pregonaba: “no preguntes qué puede hacer el Estado por ti, pregúntate qué puedes hacer tú para ti mismo”.

Es obvio que los sistemas sanitarios pueden reproducir las mismas relaciones de poder que oprimen a los ciudadanos, pero de ahí a deducir sin más, como hace Illich, que los servicios sanitarios son malvados instrumentos de control y explotación, constituye un grave error. La universalización de los servicios sanitarios ha supuesto una gran conquista para la mayor parte de la población en los países donde se ha implantado. Que un sistema sanitario se comporte como un mecanismo de control, creador de dependencias, se debe a quién y cómo lo controla, administra y gestiona.

Y lo mismo pasa con el crecimiento. , e incluso dentro de un mismo proceso de crecimiento pueden coexistir aspectos positivos y negativos.

No se debe confundir crecimiento con crecimiento capitalista, como si no fuera posible otro modelo de crecimiento, o como si éste fuera neutro y su comportamiento no reprodujese las relaciones de desigualdad existentes en la sociedad.

(Extracto.  Montaje y adaptación libres)


Imagen: estacioninsolita.blogspot.com |eganhistory.com |biografieonline.it

Fuentes: http://www.vnavarro.org/?p=9549  y  http://www.vnavarro.org/?p=9781

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