Conforme a la concepción clásica de la derecha, la desigualdad tiene su origen en la naturaleza que determina que los débiles existen para servir de pasto a los fuertes, contribuyendo de paso a su grandeza. Y dado que ella lo ha dispuesto así, todo lo que los humanos hagamos para modificar eso, atenta contra el buen orden de las cosas. Se comprende pues por qué sus partidarios se muestran tan fervorosos “amantes del orden”; del suyo por supuesto, el que les favorece a ellos.

Y llegados a este punto, uno se pregunta por qué no dan un paso más y exigen libertad absoluta, eliminando al estado que tanto les estorba, para llevar la doctrina neoliberal hasta sus últimas consecuencias, puesto que tan convencidos están de sus bondades y virtudes.

Eliminando las leyes, regulaciones y trabas, que nos impiden acceder al reino de la prosperidad y la abundancia sin fin, la vida será jauja.

Solo falta conocer el peaje que tendremos que pagar. Porque para que unos vivan, otros deben morir. Así de simple. El mercado es la selva trasplantada a la sociedad humana. Y aunque ambos dominios parezcan estar totalmente alejados el uno del otro, los dos comparten el mismo funcionamiento (competencia feroz), idénticos valores (lucha por sobrevivir), y propósito común (obtener la mayor tajada). Sólo que los humanos, como somos más listos que los animales, no jugamos limpio como ellos, hacemos trampas, y buscamos atajos poco recomendables que nos faciliten lo que ansiamos.

Al capitalismo se le llena la boca hablando de meritocracia, de competir a pecho descubierto y en igualdad de condiciones para que cada cual demuestre lo que vale y reciba lo que le corresponde por su esfuerzo, a la vez que inventa las herencias. Promueve correr riesgos, al tiempo que crea sociedades anónimas y personas jurídicas para que nadie sea responsable de nada, ni pague por sus fechorías. Eso, por no mencionar los paraísos fiscales, los bancos demasiado grandes para caer que tenemos que sostener con fondos públicos, los monopolios, la ingeniería financiera, el acaparamiento y destrucción de existencias, etc. La lista de sus golfadas sería infinita. Tan vasta como el ingenio humano.

Está claro que lo que predica no lo practica. El respeto que exige para las propiedades, bienes, derechos e intereses privados, no lo aplica a sus equivalentes públicos. El capitalismo actúa como una gigantesca aspiradora que succiona ávidamente la riqueza colectiva de la sociedad. Constituye un mecanismo de despojo diseñado para que el ganador se lo lleve todo, pese a que quienes cultivan nuestro alimento, construyen las casas que habitamos, fabrican las cosas que consumimos, educan a nuestros hijos, nos curan cuando estamos enfermos, y realizan todos los trabajos necesarios, no son los multimillonarios precisamente. Detrás de ese abuso, se esconde una acumulación improductiva de recursos, que los detrae de donde  más falta hacen, para destinarlos a cometidos superfluos de ostentación, capricho, derroche, estatus, caza, etc.

Ni que decir tiene que a los ricos les va de maravilla con este sistema, mientras el resto de los humanos tiene que afanarse y bregar duramente para mantenerse a flote. Y, aunque no se discuta que el concurso de algunas personas sea más valioso que el de otras, el reparto no puede ser ya más leonino e injustificable: 3 multimillonarios USA poseen más patrimonio que 150 millones de compatriotas suyos;  las 26 personas más acaudaladas del mundo disponen para vivir tanto como 3.800 millones de seres humanos, la mitad de la población del planeta [1]https://www.france24.com/es/20190121-informe-oxfam-desigualdad-economica-mundo.

Se trata de un saqueo en toda regla que, pese a constituir un escándalo absoluto, nos deja tan fríos como los millones de personas que perecen por falta de comida, de techo y de cuidados sanitarios, o por exceso de explotación y violencia. No hace falta señalar que quien fabrica armas, fabrica guerras, porque si no, no tendría mercado para sus productos.

En la sociedad capitalista, como en la selva, el más fuerte se lleva el botín, dejando  a los demás las sobras. La diferencia estriba en que hasta los animales más salvajes, tienen un límite biológico, por lo que una vez satisfecho su apetito, dejan en paz al resto de criaturas, mientras que la ambición de los seres humanos no se sacia nunca. Y como seguimos manteniendo intacto nuestro instinto predador, a falta de fieras, devoramos semejantes.

El mercado es el disfraz económico que nos permite dar una apariencia de normalidad a este pillaje. Y la guinda la pone la globalización al democratizar la tradicional merienda de negros, extendiéndola al resto de razas y colores para que nadie se queje de falta de oportunidades.

La desigualdad está impresa en los genes del capitalismo. Su dinámica de maximizar el beneficio le empuja irremediablemente a ello. La desigualdad forma parte de un proceso mucho más amplio, de concentración, que se produce a todos los niveles. Al igual que las empresas se hacen cada vez más grandes, el capital se acumula cada vez en menos manos, ensanchando la brecha que separa a sus dueños del resto de la gente. A éstos les gusta tanto la riqueza, como odian los impuestos, porque como equilibran la balanza, constituyen su bestia negra.

El capitalismo nos ha atrofiado los valores éticos transformándolos en valores mercantiles, sustituyendo la conciencia social por el egoísmo, y el espíritu de colaboración por el de rapiña. Pero su discurso ha calado, y la mayoría de la población se ha tragado el cuento de que tenemos el mejor sistema posible, lo que constituye un insulto a la inteligencia. Personalmente, me atrevería a asegurar casi lo contrario, que cualquier otro sería menos nefasto para nuestra especie y la vida en la Tierra.

En una tribu primitiva, que funciona colectiva, no individualmente, cuando escasea el alimento, todos pasan hambre, pero nadie se harta de comer mientras sus vecinos perecen por falta de sustento. Pero a ellos, que no abandonan a los suyos, les llamamos salvajes, y a nosotros civilizados.

Examinando en perspectiva nuestra evolución, vemos que desde el principio de los tiempos hasta hoy, hemos vivido en sociedades buenas para el desarrollo individual, y malas para el del grupo, como la capitalista; o en sociedades buenas para el desarrollo del grupo y malas para el del individuo, como las tribales, sin conseguir encontrar nunca el equilibrio entre ambas posturas.

Pero que el capitalismo implique desigualdad, no significa que el comunismo garantice igualdad, ya que es jerárquico a tope. Por su parte la “izquierda” oficial, ha malgastado su tiempo tratando de convencernos de que todo lo que hacía contra nosotros: contratos basura, precariedad laboral, despido libre, bajadas de salarios, aumento de la edad de jubilación, congelación de pensiones, reducción de las ayudas sociales, privatización de la sanidad, de la educación y las empresas públicas, etc., era por nuestro bien, mientras los ricos se volvían cada vez más ricos.

Sin duda hemos equivocado el rumbo y, o rectificamos, o vamos al desastre. Pero un mínimo de equidad en las relaciones sociales solo se puede conseguir impulsando una alternativa comunitaria [2]https://andresherrero.com/wp-content/uploads/2014/03/Fragmento-cap%C3%ADtulo-20.pdf,     https://andresherrero.com/presente-y-futuro-de-la-izquierda/,   … Continue reading.

Mientras tanto pretender reformar el capitalismo, constituye un brindis al sol, porque en una economía de mercado el despido no puede ser más caro que la langosta.


Imágenes: blog.bankinter.com| Forbes| ecodiario.eleconomista.es| revistadigital.net| citizenplof.blogspot.com

Publicado en infolibre: https://www.infolibre.es/noticias/club_infolibre/librepensadores/2020/04/03/capitalismo_lleva_desigualdad_los_genes_105515_1043.html

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