Los verdaderos ambientalistas de este mundo son los pueblos y campesinos desconocidos que sacrifican sus vidas por proteger a sus comunidades, bosques y ríos. Hablamos, entre otros, de Berta Cáceres, luchadora social hondureña, asesinada por oponerse al saqueo de los recursos de su país, de Chico Méndes, defensor de la Amazonía asesinado, de Macarena Valdés, ecologista mapuche asesinada por defender a la naturaleza y a su comunidad frente a la multinacional RP Global, austriaca, que promueve energía “renovable y sustentable”, etc. La lista de víctimas es infinita. Las suyas son voces no escuchadas y cuyas vidas son cortas, porque son truncadas rápidamente.
Sin embargo la figura omnipresente que aparece en todas partes es la de Greta Thunberg, la niña de las trencitas, con su montaje que no cuestiona el capitalismo a pesar de que es él el que está acabando con la naturaleza.
Greta y sus mariachis hacen un conmovedor llamamiento a la “buena voluntad” y la “conciencia” de los amos del mundo, explicándoles la necesidad de avanzar hacia un “capitalismo verde”, como si se tratara de un asunto de valores morales, y no de intereses económicos.
A Greta, supuestamente, se le ocurrió un día dejar de ir al colegio para plantarse con un cartel en plena calle y pedir medidas urgentes y efectivas contra el cambio climático. Supuestamente también, los medios de comunicación se enteraron por casualidad de la sentada y le dieron un generoso espacio en sus páginas y programas, hasta el punto de que Greta empezó a dar discursos contra el cambio climático y a liderar a las nuevas generaciones que estaban muy cabreadas por el globo terráqueo tan averiado que los viejos les están dejando. Hasta ahí el cuento, el producto, y los titulares.
Una demanda, la suya que, por cierto, atenta contra la lógica de este sistema inhumano.
No es posible un “capitalismo verde”, como no es posible un “capitalismo con rostro humano” que no explote a los trabajadores, o como no es posible un león vegetariano. Su discurso culpabiliza a todos por igual, con lo que, al final si todos somos culpables, nadie lo es, lo que constituye una bonita manera de diluir responsabilidades, y de paso de encubrir a los causantes del desastre.
Tres compañías mineras: Anglo American, la BHP Billiton y la Glencore han desviado un río entero para usar su agua en la mina de carbón más grande del mundo, la de Cerrejón en Colombia, lo que ha provocado la hambruna y destrucción del hábitat de uno de los principales pueblos indígenas de Colombia: los Wayú. Más de 14.000 niños de la tribu Wayú han muerto de hambre y sed. El carbón que extrae es después enviado a Estados Unidos y Europa. Así que no, no “todos somos culpables por igual”. No es igual de culpable una familia obrera que una capitalista, la multinacional Glencore que el pueblo Wayú.
Eso de que “los países nórdicos son grandes ejemplos de capitalismo bueno y verde”, que se lo pregunten a las víctima de las masacres que las grandes empresas nórdicas han efectuado en el Congo para saquear el Coltán y otros metales raros… ¿les suenan de algo los nombres de Bofors (armas), Nammo (armas), Kongsberg (armas), Boliden (minera, responsable de la catástrofe de Aznalcollar), UPM (papelera), etc?
La depredación de la naturaleza se debe a la exigencia de lucro capitalista: la agricultura y ganadería industrial contaminan la tierra, continentes de plástico flotan en los océanos, la megaminería devasta montañas y ríos, la deforestación arrasa las selvas, y el sobreconsumo fomentado por el bombardeo publicitario y la obsolescencia programada, llenan el planeta de basura.
Y como no se puede seguir ocultando ya más tiempo los estragos que el capitalismo está perpetrando, la única manera de seguir cometiéndolos es mentir y echar balones fuera, porque no existe la más mínima voluntad de cambiar. Por eso fingir hipócritamente que les preocupa el planeta, da muy buenos réditos, y les permite de paso alistar a los jóvenes detrás de un símbolo vacío, llevándolos a un callejón sin salida.
Es cierto que el sobreconsumo y el despilfarro no se limita a los ricos, y que también afecta a buena parte de la población, aún a costa de tener que endeudarse, pero es la clase propietaria de los medios de producción, la que le empuja a ello e impone ese modo de vida a la sociedad.
A Greta el actor Arnold Schwarzenegger le acaba de regalar un coche Tesla Model 3, eléctrico, valorado en más de 100.000 euros para que la chica pueda luchar cómodamente contra la contaminación ambiental. La adolescente sueca forma parte de la campaña de imagen dirigida a encauzar el descontento colectivo y tornarlo irrelevante.
El uso de menores para el activismo de salón no es de recibo. En septiembre de 2015, la foto de un niño ahogado en una playa del Mediterráneo se nos vendió como imprescindible porque ayudaba a concienciar del problema. Pues bien, ¿ha cambiado en algo el drama de los emigrantes y refugiados el que toda la prensa mundial publicara la foto del cadáver de Aylan?, ¿se acuerda alguien todavía de él?
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: The New York Times|libertaddigital.com|mining.com|EFE