La cita fue acordada con semanas de antelación. Se trataba de un encuentro con uno de los hombres más influyentes —y discretos— de la escena estratégica internacional. No aparece en portadas, ni pertenece formalmente a ningún gobierno, pero asesora a varios. Le llamaremos Eshkol Ben-Ami., pero su verdadero nombre, por razones obvias, no será revelado. La conversación empezó sin grabadora, y le informamos que podría revisar sus declaraciones antes de que se hicieran publicas.
Ben-Ami: No se preocupe —sonrió—. Diré solo lo que quiero decir.
Periodista: Señor Ben-Ami, usted forma parte de círculos de decisión muy influyentes a nivel global. Su experiencia le convierte en un testigo privilegiado de lo que ocurre en el mundo. Para comenzar, ¿cómo describiría el equilibrio de poder global?
Ben-Ami: El poder nunca ha estado equilibrado. Lo que usted llama equilibrio es solo una forma transitoria de dominio. Hoy, como siempre, el poder pertenece a quienes controlan los flujos de dinero, energía, información y narrativa. Lo demás es folclore político y distracción para consumo popular.
Periodista: En estos momentos, estamos asistiendo a una situación muy tensa en Oriente Medio. Los acontecimientos del 7 de octubre marcaron un punto de inflexión. ¿Cuál es su análisis?
Ben-Ami: Las tragedias siempre cumplen varias funciones. Algunas emocionan, otras justifican. Aquel día se activó una narrativa cuyo desenlace estaba ya trazado de antemano. Qué duda cabe de que Hamás es un enemigo real para Israel. Pero también es un enemigo útil. Y como a todo enemigo útil se le permite sobrevivir.
Periodista: Hablemos del proyecto de Israel de vaciamiento de Gaza, ¿qué puede decirnos sobre eso?
Ben-Ami: Los estados no sobreviven sin un proyecto. Israel tiene el suyo: el Gran Israel. Recuperar lo que es nuestro. Lo hemos dicho, no hay ningún misterio… ¿Gaza?… Gaza es un obstáculo, pero podría convertirse en un paraíso: costa marina, gas natural, ubicación estratégica… Imagine resorts, puertos, corredores logísticos. Aunque para eso, claro, hay que desalojarla. ¿Qué se hace con los palestinos? Se les exporta. Europa tiene fronteras porosas y una necesidad demográfica urgente.
Gaza es sólo el primer peldaño. Queremos un estado estable, militarizado, que enlace el mar con las profundidades del Golán, lo que implica desplazar a cientos de miles de personas. ¿Humanamente trágico? Sí. ¿Estratégicamente inevitable? También.
Periodista: ¿Y cómo se dibuja ese territorio?
Ben-Ami: No con mapas, sino con hechos consumados. Entramos y limpiamos. Luego vienen los ingenieros. Autopistas, sensores, patrullas. En seis meses es una franja. En dos años, tierra nuestra. El mundo se acostumbra.
Queremos hacer realidad el Corredor de David, mil kilómetros de profundidad estratégica en línea continua. Desde el litoral hasta más allá del Éufrates, pero no con tropas, sino con logística, inteligencia, y drones. Abarca Gaza, el Sinaí, el sur de Líbano, y parte de Siria. No necesitamos ocupar, solo neutralizar.
Periodista: ¿Qué papel juega aquí el relato humanitario?
Ben-Ami: Es esencial. La guerra no se gana sólo sobre el terreno, sino en el relato. Mostramos dolor, hacemos alto el fuego, dejamos pasar ayuda. Les permitimos gritar “genocidio” desde sus salones, lo que los desactiva. Cuando reaccionen, el mapa ya habrá cambiado.
Periodista: ¿Y después de Gaza,qué?
Ben-Ami: Lo que siempre viene tras una limpieza: repoblación, recuperación de infraestructuras. Tecnoparques, zonas verdes, drones de vigilancia, población seleccionada. Lo llaman reconstrucción. Nosotros lo llamamos rediseño.
Periodista: ¿Cuál es el papel de Egipto en este escenario? ¿Y del resto de países musulmanes?
Ben-Ami: Egipto está neutralizado. Y no solo Egipto. Todas las grandes casas reales del Golfo, los emiratos, incluso Turquía con su retórica agresiva. No hay voluntad real de enfrentamiento porque todas las élites árabes están conectadas al sistema financiero occidental. Les va bien así. Y nosotros no los tocaremos. ¿Para qué? Ellos solo quieren preservar sus privilegios, nosotros se los respetamos, y cada cual hace su juego. Lo que ocurre en Gaza, o incluso en Cisjordania, lo tienen asumido. Se lamentan en público, pero en privado colaboran.
Periodista: ¿Qué papel juega la inteligencia artificial en su estrategia?
Ben-Ami: Lo que hacemos en Gaza es, en cierto modo, un experimento. Un laboratorio militar, sí, pero también político, demográfico, psicológico. Medimos su resistencia, cómo responde una población sitiada a estímulos planificados, estudiando como se comporta cuando le arrebatas toda posibilidad de vivir.
Periodista: ¿Qué ocurrirá con los desplazados?
Ben-Ami: Europa los absorberá porque no tiene otra salida demográfica. Lo disfrazarán de asilo, de ayuda humanitaria, de integración necesaria. Pero será una reubicación inducida. Y no será la última. África vendrá detrás. Europa será la esponja de lo que nosotros dejemos fuera de nuestro perímetro.
Periodista: ¿Y el horizonte? ¿2050? ¿Qué vislumbra usted?
Ben-Ami: El Gran Israel no lo creamos por misticismo. Lo hacemos por seguridad, por demografía, por economía. El relato religioso está ahí, claro, pero no nos guía un texto sagrado, sino la necesidad. Necesitamos ese territorio para garantizar el agua, el control aéreo, la soberanía energética.
Periodista: ¿Usted no es uno de los diseñadores de ese proyecto?
Ben-Ami: Yo soy un técnico. Un servidor de mi pueblo. Se trata de dinámicas irreversibles, lógicas históricas, y lo que no se puede hacer es detener la Historia.
Periodista: ¿Por qué sostener a un criminal y político corrupto como Netanyahu?
Ben-Ami: Ningún país se gobierna con sentimentalismos. Y no se destruye a un líder en mitad de una guerra. En el frente no se discute quién da las órdenes. Se cumplen. Y si luego hay que hacer limpieza, se hace.
Periodista: El Estado de Israel se fundó como respuesta al exterminio nazi. Pero no le preocupa que hoy su país, en 2025, esté imitando el Holocausto y cometiendo un genocidio en Gaza?
Ben-Ami: El Holocausto está amortizado. Todos los pueblos tienen narrativas. Unos basan su identidad en la gloria. Otros, como el nuestro, en la tragedia. Pero eso no es incompatible con actuar con fuerza. Lo hizo Alemania. Lo hizo Roma. También lo hizo Estados Unidos en Hiroshima. Y nadie los juzga por eso, salvo si no logran sus objetivos.
Periodista: En Europa existe una gran sensibilidad con eso.
Ben-Ami: No harán nada porque desde hace décadas hemos financiado la entrada masiva de musulmanes en los países europeos. Nos ha costado mucho dinero y esfuerzo de organización para doblegar a los gobiernos, modificar la legislación hasta volverla injusta con los autóctonos. Pero ahora empezamos a recoger los frutos. Europa es hoy un hervidero de conflictos étnicos y religiosos: los musulmanes no se adaptan, desprecian la cultura europea, imponen sin pudor sus costumbres.
Periodista: Permítame formularle una cuestión especialmente incómoda. Hay quien sostiene —incluso pensadores del propio mundo judío— que el proyecto del Gran Israel no se limita a una cuestión territorial, sino que persigue un dominio real sobre el resto del planeta, ¿qué hay de cierto en ello?
Ben-Ami: Entiendo su preocupación. El mundo está entrando en una etapa donde el vacío moral es insostenible. Las antiguas potencias han agotado sus relatos, y las nuevas —China, India, incluso Europa— carecen de una visión trascendente. Nosotros, en cambio, sí la tenemos desde hace miles de años. No impuesta, sino forjada por nosotros. Si eso molesta, es comprensible. Pero lo que ofrecemos al mundo es organización, orden. Alguien tiene que hacerlo, ¿y quién mejor que nosotros?
Dicho esto, es evidente que hay muchas exageraciones y malentendidos en esa visión que usted presenta. No se trata aquí de dominación racial, ni de esclavitud. Pero sí hablamos, sin complejos, de liderazgo. Un liderazgo que no será votado democráticamente por el mundo, pero que será aceptado cuando las demás opciones colapsen. Porque el mundo necesita dirección. Y quien tenga la brújula operativa, acabará ganando.
Periodista: Permítame hacerle una pregunta incómoda. ¿Qué hay de cierto en que ya existe un consejo asesor de 13 miembros, y por debajo, una asamblea de 300 personas, inteligentísimas, influyentes, ricas, que lo sostienen, o es esto acaso una estupidez?
Ben-Ami: Lo que usted describe es una exageración, pero no una tontería. Toda estructura necesita un centro de gravedad. Es natural que las personas lo proyecten sobre una figura única, cuando en realidad hay un sistema. Inteligencias —colectivas y personales— que han comprendido antes que las demás hacia dónde se dirige el mundo, y han tenido la capacidad de anticiparse.
Para saber quién tiene el poder, no necesita imaginar rituales esotéricos. Solo tiene que observar quiénes son los CEO de las principales empresas tecnológicas, de los bancos importantes, de los fondos de inversión más grandes del planeta, o de los medios de comunicación más influyentes. Verá que, en efecto, todos están controlados por nosotros.
No hace
falta poseer todas las acciones de una empresa para controlarla. Basta con el porcentaje que permite designar al director general. Lo que importa no es la propiedad absoluta, sino la capacidad de dirección. El mundo se gobierna con un planteamiento común de entender el futuro y el poder. Usted puede llamarlo coordinación, o conspiración, si le gusta más.
Periodista: Existe un documento famoso titulado Los Protocolos de los Sabios de Sion, en la que aparece una descripción detallada de lo que después ha acabado sucediendo.
Ben-Ami: Es irrelevante si lo escribimos nosotros o no. Su contenido habla de manipulación mediática, de crisis económicas provocadas, de una élite oculta que se infiltra en partidos, gobiernos, religiones y culturas hasta vaciarlas. ¿Le suena? Claro que sí. Porque eso es exactamente lo que ha ocurrido.
Mire, el mundo del poder real —el que no se vota en las urnas— está atravesado por por redes de obediencia masónicas, estructuras iniciáticas, sociedades secretas. Todas ellas, todas repito, subordinadas a la B’nai B’rith. ¿Qué implica eso? Coordinación global.
Métodos que no son nuevos, que ya están en El Príncipe de Maquiavelo, en las Cartas Persas, en la Biblia. Lo nuevo es la escala. El refinamiento. Y que ya no son hipótesis: sino que se han hecho realidad. Los protocolos no son un plan sino una fotografía borrosa de una maquinaria en movimiento.
Per
iodista: ¿No teme que las naciones despierten, comprendan lo que está ocurriendo, y actúen contra su proyecto antes de que sea demasiado tarde?
Ben-Ami: ¿Temer? ¿Nosotros? No sea ingenuo. ¿Quién podría detenernos? ¿Con qué instrumentos? ¿Con qué ejército? ¿Con qué moneda, si todas nos pertenecen? ¿Qué gobierno, si todos —hasta los que se odian entre sí— son, en última instancia, subordinados nuestros?
Cuando una guerra estalla, nosotros financiamos ambos frentes. Cuando una revuelta estalla, sabemos cuándo se apagará. Si una nación amenaza con alzarse, ya está infiltrada. Su mundo no tiene margen.
Reconozco que entre ustedes hay mucha inteligencia, comparable a la nuestra. Pero ahí termina la comparación. Ustedes carecen de la voluntad necesaria para llevar la lucha hasta el final. Reaccionarán, sí, pero nunca hasta la victoria o la muerte. La dimensión de esta magna empresa les excede. No la comprenden, ni son capaces de unirse para afrontar un desafío de esta magnitud.
(Extracto. Adaptación libre)
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Nota: Así las gasta el «pueblo elegido». Veamos un día cualquiera de un palestino en Gaza:
