Xavier Melloni, catalán nacido en Barcelona, peregrinó a Roma a los 17 años desde Taizé. Es teólogo, místico y antropólogo jesuita, y vive en La Cueva de San Ignacio en Manresa, un Centro Internacional de Espiritualidad, donde el fundador de la orden escribió sus ejercicios espirituales.
Usted dice que el silencio no es la ausencia de ruido, sino de ego…
El silencio está habitado; el mutismo está vacío.
¿Cómo escuchar el silencio?
La naturaleza está llena de sonidos: el viento sopla en los oídos, los pájaros trinan, las ramas del bosque crujen al pisarlas… Escuchamos en ellos el silencio, porque no son ruido: son sonidos sin ego.
¿Cómo librarnos del ego?
Sin repasar continuamente cuanto haces y dices tú o cuanto dicen y hacen los demás. Sin evaluar, controlar y juzgar constantemente lo vivido. Porque el ruido está en ese juicio compulsivo; en la comparación, y eso es lo que lo degrada.
¿Se trata de no hacer nada nunca con el piloto automático puesto, ni por puro trámite?
Sí, porque si toma usted conciencia de lo que hace, su vida tendrá más fuerza. Vivirá más.
¿Por qué la vida suele doler en el ego?
El ego es la apropiación del yo, que no es más que un recipiente de conciencia de existencia en el que se condensa la totalidad.
¿Por qué el ego se apropia del yo?
Cada uno de nosotros no sólo tiene sus años, sino los 15.000 millones de evolución que nos han hecho como somos. El exceso de ego es la fijación de pensar que sólo tenemos los que nos quedan y los podemos perder.
¿Pensar la muerte no te hace más humilde?
Nos angustiamos y centramos en los pocos años que creemos tener, intentando retenerlos, pero nuestra conciencia no es propietaria de nuestra existencia: sólo es un recipiente temporal.
¿No se trata de atrapar la existencia?
Al contrario: cada momento que estamos viviendo es algo que tenemos que saber soltar. El mismo aire que nos da vida, si lo retuviéramos, nos daría muerte. La vida está hecha de un continuo recibir y dar.
¿Habría que alegrarse de morir?
Nuestra existencia es como la gestación de una dimensión más que requiere la experiencia humana biológica de esta vida, pero a la que no podemos acceder si no nos desprendemos de esta.
¿Y si la biomedicina nos da un día el poder de decidir cuándo morir?
Sería perdurabilidad; no eternidad. La eternidad es de otro orden; no es un chicle que vamos estirando hasta que se rompe. La eternidad es un cambio de nivel.
¿Más que vivir muchos años sería existir de otro modo?
Y lo bello es que ya lo podemos hacer ahora. Porquenuestro vehículo biológico en la Tierra está programado para sobrevivir hasta los 60, 70, 80, 90 años. Nuestra muerte es lo que necesitamos para alcanzar posibilidades que en esta vida tienen su límite.
Estamos hablando de otra dimensión que se está gestando en nosotros y que requiere de la experiencia de esta vida para que la podamos alcanzar después. Nuestra época niega la muerte, porque insistie en verla como nuestro final, cuando sólo es el comienzo de algo que desconocemos.
¿Dónde podemos encontrarlo?
En la inocencia de la gente sencilla, en sus rostros llenos de luz, en sus miradas transparentes.
La India me produjo un “shock”, porque esa pureza primigenia aún está allí, brotando a borbotones de los rostros de las personas.
Hace diez años realicé mi primera estancia. En los primeros meses, me lo pensaba mucho antes de salir a la calle; tomaba aire antes de hacerlo, porque aquello era una verdadera jungla: multitudes hacinadas en las aceras; tránsito caótico entre vacas, cabras, carros, triciclos motorizados; indumentarias de lo más diversas; mendigos, sadhus, templos, colores y olores de especias, inciensos y excrementos, calor abrumador o lluvias torrenciales…
Pero al cabo de unos meses salía a las calles a ser bautizado por las miradas de la gente. A sentirme humano entre los humanos, sin nada que ocultar o proteger, sin nombre, cargo, ni atributo…
Quien vive en la calle en la India vive acompañado, no como los “sin techo” que nosotros conocemos, que se han quedado totalmente al margen y fuera de la sociedad.
¿Lo sagrado está más presente allí en la India?
Los indios son muy receptivos y abiertos a la trascendencia. Todo es sagrado para ellos. Por lo que a nosotros respecta, no sé si es que lo hemos perdido, o si lo hemos tenido alguna vez.
Todo lo que había aprendido desde pequeño como signo de buena educación: como ir calzado, con camisa, comer con cubiertos, sentarse en la silla “como Dios manda”, etc., resultaba improcedente en la India. Allí me tenía que descalzar, quitarme la camisa, comer con las manos sentado en el suelo… Descubrí una relación de inmediatez con las cosas que había perdido, y comencé a disfrutar de una gran libertad.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: tripadvisor.com.ar|La Vanguardia.com|xavierverdaguer.com|elrincondesele.com
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