Se supone que con su voto usted es el responsable del futuro del país, de cómo va a funcionar su ayuntamiento, su economía, el empleo, la sanidad y las prestaciones sociales, pero lo más importante de todo, es que usted se lo crea, porque sin esa fe suya a prueba de desengaños, “la fiesta de la democracia” no funcionaría, se rompería el trampantojo de votar cada cuatro años y se mostrarían al desnudo todas las vergüenzas del sistema.
Llevamos más de 40 años votando ininterrumpidamente desde que se acabó la dictadura de Franco, y vemos como la precariedad se ha impuesto en el panorama laboral, mientras los salarios han bajado, ha aumentado la pobreza, se ha degradado y privatizado la educación y la sanidad, las pensiones están amenazadas, comprar vivienda se ha convertido en un lujo, pagan más impuestos los trabajadores que los empresarios, se ha disparado la desigualdad, la corrupción campa a sus anchas, el sistema electoral sigue siendo una merienda de negros, y la política opera como una agencia de colocación y promoción social.
No parece que tanto votar nos haya servido para avanzar mucho colectivamente, sino todo lo contrario. Retrocedemos sin cesar en derechos y libertades, aunque eso sí, “votando democráticamente“, como debe ser, para que nadie pueda después quejarse o reclamar nada.
Las promesas hechas en campaña, sabemos que se las lleva el viento, pero además de ser pueriles y ridículas, indican claramente que la realidad va por otro lado, por donde ordenan los poderes fácticos, no los intereses de los ciudadanos.
Antes de que usted haya depositado su voto, la suerte está echada. Cambian los rostros, los discursos, pero no los contenidos, ni mucho menos la participación de la gente, que se reduce al gesto ritual de depositar una papeleta impresa en una urna para que se sienta protagonista por un día. Fin de la película. Aquí paz y después gloria. Y a esperar la próxima.
Sus señorías forman una casta muy especial. Basta con ver cómo llegan a la política y cómo se van forrados de ella, salvo honrosas excepciones: Anguita, Gerardo Iglesias… El capitalismo ha convertido las elecciones en puro marquetín y a los candidatos en un producto más de consumo.
Votar es elegir, pero te obligan a seleccionar entre listas cerradas y bloqueadas, de nombres que desconoces en su mayoría, la papeleta del partido que más te gusta, o que menos rechazo te provoca. Así es como los ciudadanos “elegimos a nuestros representantes”, que no son otros que los del sistema: los que éste nos pone delante.
La derecha tiene una virtud y es que miente menos, porque al fin y al cabo juega en casa y con el viento a favor. Intenta convencernos de que cuanto mejor les vaya a los ricos, mejor nos irá todos. Por eso defiende el libre mercado, lo privado y no lo público, mientras que la izquierda que dice oponerse a todo eso, a la hora de la verdad hace lo mismo o muy parecido.
Cierto es que todo es susceptible de empeorar como estamos ya hartos de ver, y que, para algunos, votar no deja de ser el mal menor, pero apostar por lo menos malo significa validar, legitimar y perpetuar hasta el infinito este lamentable estado de cosas. Porque votar, o no, no parece que vaya a cambiar el curso de los acontecimientos.
Los políticos necesitan su voto para colocarse, pero usted no espere nada de ellos. Le irá mejor.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: La hemeroteca de Ruben Madrid| forumlibertas.com|El Independiente