Al final de la guerra franco-prusiana, con Francia derrotada, su primer ministro, Adolphe Thiers, advirtió la importancia de desarmar inmediatamente París para imponer al pueblo el humillante armisticio firmado con Prusia. Pero cuando el 18 de marzo de 187, Thiers ordenó al ejército la retirada de los cañones que la Guardia Nacional tenía en las colinas Montmartre, la multitud indignada se opuso, y parte de las tropas enviadas por el gobierno se negaron a disparar contra la gente y muchos de los soldados acabaron confraternizando con ella.
Tras ese intento fallido de desarme, el gabinete de Thiers huyó a Versalles. Los sublevados instituyeron un gobierno municipal provisional que después de las elecciones del 26 de marzo se transformó en la Comuna de París.
Su pretensión era la creación de un Estado formado por autogobiernos municipales federados entre sí con un gobierno central con funciones de coordinación. Las iniciativas para socializar el poder político no fueron las únicas. También se acompañaron de atrevidas medidas de carácter social, entre las que cabe destacar la separación de la Iglesia y el Estado, garantizando el carácter laico, obligatorio y gratuito de la educación pública; la expropiación de los bienes de las iglesias; la supresión del servicio militar obligatorio; la aprobación de una moratoria sobre los alquileres de vivienda que abolía las anteriores leyes en esta materia, confiscaba las viviendas vacías y cancelaba las deudas por alquiler, poniendo la vivienda al servicio de las necesidades sociales y el bienestar general; la supresión del trabajo nocturno en las panaderías y la prohibición de la práctica patronal de multar a los empleados, como estrategia habitual para reducirles el salario.
La democracia de la Comuna se articulaba en torno a cinco principios:
1) elección por sufragio universal de todos los funcionarios públicos.
2) Limitación del salario de los miembros y funcionarios comunales, que no podía exceder el salario medio de un obrero cualificado, y en ningún caso los 6.000 francos anuales.
3) Los representantes políticos estaban ligados a los electores por delegación y mandato imperativo.
4) Cualquier representante podía perder la confianza de los electores y ser depuesto de inmediato; de ahí que la Comuna instituyera la revocabilidad del mandato, acabando con la perversidad de un sistema representativo liberal que, como en la actualidad, permitía suplantar la voluntad de los representados y promovía la profesionalización de la política.
La Comuna se cuidó de hacer que los representantes obedeciesen a sus representados, a diferencia de lo que ocurre hoy, consagrando el derecho popular a pedir cuentas, exigir responsabilidades y controlar a los representantes, lo que asestó un duro golpe a la condición parasitaria de la política, vista como un trampolín para obtener privilegios, hacer carrera profesional y olvidarse del electorado.
5) Transferencia de tareas del Estado a los trabajadores organizados, como la promoción de la autogestión obrera mediante la socialización de las fábricas abandonadas por los patrones.
Sin embargo, el anterior régimen no permitió que el nuevo sistema político prosperase. Con la ayuda de las tropas prusianas que cercaban París, el gobierno de Versalles envío más de 130.000 soldados que el 28 de mayo de 1871, tras 72 días intensos y fugaces de autogobierno popular, aniquilaron la Comuna.
Se estima que en la carnicería murieron más de 20.000 parisinos, que 43.000 fueron capturados y 13.000 condenados a prisión, 7.000 de los cuales fueron deportados a Nueva Caledonia.
La Comuna de París no sólo representa la última de las grandes revoluciones populares del siglo XIX, sino también el primero de los democraticidios de la era moderna.
(Extracto)
http://blogs.publico.es/dominiopublico/9492/otras-democracias-son-posibles-la-comuna-de-paris/