Hervé Kempf, reputado periodista francés del diario Le Monde, ha dedicado su obra a denunciar cómo el beneficio de unos pocos tiene consecuencias devastadoras sobre los recursos para sustentarnos a todos.
En sus dos ensayos (Cómo los ricos destruyen el planeta, 2007 y Para salvar el planeta salir del capitalismo, 2009), plantea la necesidad de abordar la crisis ecológica desde una perspectiva de justicia social.
Usted afirma que «el capitalismo está por concluir su corta existencia» ¿Hay evidencias de esto hoy por hoy?
Considero que el capitalismo hay que analizarlo como «forma» histórica y no como sistema intelectual. Es una «forma» histórica como lo fue la república romana que se terminó convirtiendo en imperio para deshacerse al cabo de 300 años. El capitalismo comenzó poco antes de la revolución industrial y llegó a su apogeo en los años 90 convirtiéndose en el sistema económico que se aplica en todo el mundo.
Pero ahora ha entrado en una fase de debilitamiento profundo, de disolución progresiva, porque la ideología y la filosofía capitalista han dejado de proponer horizontes. Por ejemplo, en los años de la Guerra Fría, estaba claro que había una dinámica del concepto capitalista asociada al concepto de democracia que era una verdadera batalla ideológica para combatir el comunismo en las regiones soviéticas.
En los años 90 había igualmente una dinámica extremadamente fuerte del pensamiento capitalista, que enarbolaba el individualismo, la innovación y también una idea de la prosperidad para todos. No ya para los países que estaban acostumbrados a un cierto bienestar y para las sociedades de consumo, sino para todos los países del mundo, Rusia, China, etc. Ahora está claro que ya no estamos en esa situación. El capitalismo ya no proyecta una imagen de futuro.
Y por otro lado, es evidente que no puede hacer frente a la cuestión ecológica, lo que quiere decir que la lógica del mercado no ha podido resolver ese problema. Por el contrario, la situación actual del capitalismo es la de una sociedad donde hay una enorme desigualdad. Hemos llegado a unos niveles que crean unas situaciones de tensión social extremadamente fuertes. Y el capitalismo no puede salir de ella sin destruir el medio ambiente.
En los últimos años hemos visto importantes movimientos de protestas en Suramérica, en España, en Grecia, en Portugal y en otros muchos países contra este sistema establecido. ¿La sociedad está tomando conciencia?
Es difícil de decir. Diría que depende de cada país. Lo seguro es que hay un malestar extremadamente grande. La multiplicación de la rebelión que pasa de un país a otro es también muy impresionante. Desde 2010 y 2011 hemos entrado en una situación de tensión permanente, como cuando el fuego se extiende de un lugar a otro. En comparación, los 90 y los años 2000 han sido bastante tranquilos.
Las revueltas en los países árabes, las revueltas en Chile en 2011 que fueron muy importantes, en Quebec, Brasil el año pasado, Turquía, etc…. que agitan profundamente a la sociedad china, a la sociedad india, el movimiento de los indignados que comenzó en España, los violentos acontecimientos que se produjeron en Grecia contra las políticas de austeridad… muestran que hay un malestar de fondo muy grande, y que hay una amplia capa social de diferentes países que no acepta el sistema ni responde ya a sus aspiraciones.
Pero que eso se traduzca en una conciencia social, que era tu pregunta, yo no lo creo. Porque la oligarquía mantiene el control mediático, que es el que actualmente tiene la capacidad de influir en la opinión pública. Controlan la tele, la radio… y por lo tanto la opinión pública.
Mi percepción es que todavía no existe una alternativa lo suficientemente fuerte para transformar esta rebelión y rechazo del sistema en una alternativa positivo, en una visión política lo suficientemente fuerte y convincente.
¿Tampoco en España? No sé si está al tanto del panorama político aquí…
No me atrevo a hablar mucho del caso de España porque lo conozco poco. Estoy atento a ver qué pasa con Podemos, pero prefiero ser prudente.
España es un país muy interesante porque entre 1990 y 2000 se vivió un entusiasmo por el capitalismo que la sociedad asoció a la salida del franquismo por un lado y al descubrimiento de la libertad, de la economía y de la prosperidad, por otro. Pero también fue una época en la que hubo una especulación financiera enorme, unos niveles de endeudamiento gigantes, unos daños ecológicos muy importantes por el crecimiento inmobiliario delirante, como ese aeropuerto construido para nada… en fin, especulación pura. Además se produjo la involución del partido socialista que, como todo partido socialdemócrata europeo o americano, se ha convertido a la corriente neoliberal.
Y bueno, ahora estamos en plena resaca de la crisis de 2008 que se traduce en algo nuevo que es Podemos. Hay un sentimiento general de que las élites no defienden el interés general sino los intereses de una casta. Pero si ese malestar no se traduce en un discurso político fuerte que defienda la ecología y justicia social, se corre el riesgo de derivar esa necesidad hacia corrientes que podemos calificar de extrema derecha, es decir, identitarias, nacionalistas.
En cualquier caso, los datos siguen mostrando que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, incluso después de la crisis económica global. La desigualdad no ha hecho otra cosa que crecer. ¿Hay razones para el optimismo?
Estamos ante una situación histórica muy grave. Y es importante señalar que detrás de la cuestión ecológica se plantea la cuestión de la justicia social a nivel global.
Pienso que hay dos escenarios posibles.
Está el de la oligarquía autoritaria donde ante las tensiones sociales y ecológicas crecientes, las clases dirigentes se crispan cada vez más, evolucionando hacia un autoritarismo más grande, un control de los medios más fuerte, una reducción mayor de las libertades públicas, la criminalización de los movimientos sociales y ecologistas y tratan de desviar la tensión social hacia chivos expiatorios como los inmigrantes, los extranjeros, etc. Y este escenario está comenzando a producirse, con tensiones cada vez más fuertes que se manifiestan también en el plano internacional. Si permanecemos en un sistema donde es necesario el crecimiento a toda costa, la competición por los recursos será también cada vez más fuerte.
Y por otro lado hay un segundo escenario posible y que, a mi entender, es el de la igualdad de oportunidades, el de la ecología justa con una sociedad que diga «podemos hacerlo de otra manera». Pero para que esa transformación sea posible, hace falta adaptarla al conjunto de la cultura, no sólo a la sociedad y a la economía, para que la vida cotidiana se transforme y acepte esta nueva idea de igualdad global. Lo que significa que yo, como español o francés, no tengo derecho a tener más que un africano o un boliviano.
Creo que hay algo muy importante y es que estamos cambiando de época, y el conjunto de las sociedades humanas están empezando a darse cuenta de que son una misma sociedad. Ahora sabemos, a consecuencia de la globalización, que pertenecemos a la misma sociedad, y tenemos una enorme cantidad de rasgos culturales en común, cada vez más… y si hay algo que une profundamente a la sociedad humana es la cuestión ecológica, porque la única manera de resolver el cambio climático es todos juntos.
China y EEUU acaban de firmar un histórico acuerdo para reducir sus emisiones contaminantes en el futuro. ¿Qué opina de esto?
El análisis que yo hago es que lo más importante no es tanto el acuerdo firmado entre China y EEUU, sino que por primera vez China, al más alto nivel, ha dicho: «reduciremos las emisiones». Y eso, desde que comenzaron las negociaciones climáticas en el 92, no había sucedido. El discurso de China era: «vosotros lo ricos sois los responsables del cambio climático y nosotros necesitamos crecer, así que solucionad el problema». Por eso lo que se ha conseguido es muy importante. Podemos criticar que hablen de 2030 porque 2030 queda lejos, pero acordaron limitar las emisiones y eso es importante. Es importante el compromiso de China y para mi es un punto de inflexión con respecto a todas las negociaciones climáticas anteriores.
Luego el acuerdo puede resultar insatisfactorio, pero sin duda es el comienzo de que las lógicas de cooperación se están estableciendo. Y precisamente entre países que años antes hubieran dicho «¡Nosotros somos rivales!».
A la vez, no deja de ser un acuerdo decepcionante porque es un acuerdo entre dos oligarquías: la de EEUU que ya no es una democracia, y la de China, a la que los especialistas aplican el término plutocracia.
En cualquier caso, quiero resaltar que las dos mayores potencias del mundo han acordado que la cuestión climática es lo suficientemente importante como para empezar a hacer algo al respecto.
¿Está la sociedad condenada a decrecer?
Yo no empleo el término decrecimiento. ¿Por qué? Primero porque eso produce miedo en la gente. Y segundo porque el crecimiento se refiere al PIB y el PIB mide la actividad humana, pero no el impacto que ésta tiene sobre la naturaleza, el impacto ecológico. Por tanto, hay que deshacerse del PIB porque no tiene en cuenta el aspecto que se ha vuelto más importante, es decir, la cuestión ecológica.
Así que no hablo de crecimiento o de decrecimiento, lo que hace falta es cambiar el indicador que nos permite medir aquellos aspectos que conforman la buena salud de una sociedad. Uno no tiene que preguntarse si cree o no cree en el decrecimiento, sino qué es lo que asegura el bienestar de una sociedad en armonía con la naturaleza y el medio ambiente. Eso es lo esencial.
Imágenes: Vicent Lucas
Fuente: http://www.publico.es/558740/hay-que-deshacerse-del-pib