Una tarde de invierno de 1972, el sociólogo Jean-Pierre Garnier recibió una llamada del Elíseo. El Presidente Georges Pompidou le invitaba a comer para charlar, algo bien extraño teniendo en cuenta que Garnier era un marxista, y Pompidou, como Macron, un liberal, ex-ejecutivo de la Banca Rothschild.
La cita fue en un restaurante de la rive gauche, en un reservado del segundo piso. Pompidou quería escuchar la opinión de Garnier sobre mayo del 68.
Garnier era discípulo del filósofo marxista Michel Clouscard (1918-2009), que pensaba que mayo del 68 había sido una contrarrevolución liberal-libertaria encaminada a ocultar la lucha de clases detrás de cuestiones de género e identidad.
Todo había empezado, sostenía Clouscard, con la entrada de la ideología “made in USA” por la vía de la sociedad de consumo, del entretenimiento, de la música y el cine, destinada a diluir en la posguerra el poder de los partidos comunistas en países como Francia e Italia, donde contaban con apoyos del 20% y el 30%, respectivamente.
Música pop y cultura de masas, fueron fabricadas desde arriba para consumo de las clases populares, con miras a apuntalar el conformismo, en una sociedad donde todo está permitido pero nada es posible.
En mayo del 68 Pompidou era primer ministro de De Gaulle. Le explicó a Garnier que el General pretendía utilizar al ejército para desalojar la Universidad de la Sorbona, y que el 30 de mayo tanteó al respecto al General Jacques Massu, comandante en jefe de las tropas franceses desplegadas en Alemania en una visita relámpago que hizo a su cuartel general en Baden-Baden.
Pompidou se opuso a toda intervención del ejército. En la comida que tuvo con Garnier en 1972, escuchó con atención la tesis de éste de que “reemplazar la lucha de clases por el combate de los hombres contra las mujeres, los negros contra los blancos, los jóvenes contra los viejos, los hutus contra los tutsi y los corsos contra los franceses”, era lo más conveniente para el capital.
Contemplando nuestro actual panorama definitivamente americanizado, con lo social y lo económico eclipsado por el avance sin freno de la explotación, tenía toda la razón. El resultado general de esa “revolución cultural” fue el triunfo de lo individual sobre lo social.
Respecto al peligro de que las ideas liberadoras de los estudiantes prendieran, rápidamente se encontraron formas de conjurarlas. Una de ellas fue la violencia. El asesinato de sus líderes, Martin Luther King y Robert Kennedy en Estados Unidos, el atentado que eliminó a Rudy Dutschke en Alemania, así como la aparición de toda una serie de sospechosos “grupos armados” (la Banda Baader-Meinhof en Alemania o las Brigadas Rojas en Italia), fuertemente infiltrados contribuyeron a ello.
Con la conmemoración oficial de Mayo del 68, lo que se ha querido ocultar ha sido que entonces se produjo la mayor huelga general de la historia de Francia que paralizó el país y obligó al gobierno y al empresariado a negociar un incremento del 30% del salario mínimo, un aumento retributivo generalizado del 10%, un acuerdo interprofesional sobre seguridad en el empleo, sobre formación profesional, 4 semanas de vacaciones pagadas, subvenciones de maternidad, límites a la duración máxima del trabajo, prejubilaciones con el 70% del salario, derecho de los emigrantes a participar en las elecciones sindicales, prohibición del trabajo clandestino, refuerzo del subsidio de paro, derecho a la actividad sindical en la empresa… todo lo que está siendo destruido ahora por Macron.
Como ha explicado Thomas Guénolé, si mañana nuestras élites dejan de trabajar, no pasa nada, en cambio si la mayoría social, deja de trabajar y hace una huelga masiva, general, las elites no pueden cambiar de pueblo, así que tienen que negociar y aceptar lo que les pidan.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: Diario Público|La Tercera|Pinterest|Doble Click
Fuente: https://rafaelpoch.com/2018/05/16/ambiguedades-y-certeza-del-68-frances/