Entrevista a Edgar Cabanas, doctor en Psicología, y co-autor, junto con Eva Illouz, socióloga, del libro ‘Happycracia’.
¿Podemos elegir ser felices?
Eso es lo que se pretende que pensemos. Es uno de los mensajes más poderosos de la industria de la felicidad: la idea de que tenemos un control completo de nuestra vida y únicamente depende de nosotros el ser felices, con independencia de las circunstancias.
Se supone que lo que le pasa a cada cual, se lo merece, porque todo en su vida: sus éxitos y fracasos, salud, bienestar, etc., se deben exclusivamente a él y a la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes.
¿Acaso no es así?
Se trata de un mensaje infantil y fantasioso, porque la mayoría de las cosas que queremos, no dependen sólo de nosotros, de nuestra voluntad e intenciones. Todo el mundo quiere sentirse bien consigo mismo y tener una vida buena. La cuestión es si las condiciones de su entorno se lo permiten.
Estamos transmitiendo a la gente que, sean éstas las que sean, y pase lo que pase, incluso en las situaciones más adversas, tienen que ser felices. Como si fuera algo que se pudiera elegir. Algo que implica hacerles responsables también a ellos de sus desgracias, ya que, si la felicidad es una elección personal, el sufrimiento también lo es. Por tanto si lo pasas mal, la culpa es únicamente tuya.
En inglés, por ejemplo, la palabra happiness (felicidad) viene de hap, un verbo que significa tener suerte. Y, sin embargo, la felicidad hoy no se concibe como algo que tenga que ver con la suerte, con la buena fortuna o con circunstancias favorables. Estamos ante una concepción individualista de la felicidad que resta importancia a las condiciones sociales y políticas, que son las coordenadas vitales en que nos movemos.
Desde luego, de las muchas formas de entender la felicidad, la mía no es ésta. Más que la felicidad, me interesan cosas como la justicia, la verdad, o el bienestar general.
¿Fomenta la llamada “industria de la felicidad” el conformismo?
Cuando se habla de emociones positivas y negativas se cae en un error. Que uno se enfade puede ser malo y tener consecuencias terribles, pero a veces es necesario enfadarse para cambiar una situación humillante, defenderse de una agresión o combatir una injusticia. Decir que la cólera siempre es negativa es una forma política de neutralizar emociones que no convienen a terceros, pero a veces pelear nos hace felices.
¿Esto mismo es aplicable a la alegría?
También. La alegría tiene mejor prensa porque nos hace sentir bien, pero también tiene un componente conformista: como las cosas me van bien, no hay que cambiar nada.
Dentro de la sociedad y de las empresas, al que protesta se le califica como persona tóxica, poco exitosa, problemática… Estamos inmersos en una cultura que premia la sumisión, lo políticamente correcto y la personalidad acrítica, obligándonos a proyectar una imagen positiva para ser aceptados.
Es verdad que si tienes un cáncer y te lo tomas bien, facilitas a todos tus amigos y familiares el proceso de la enfermedad, pero eso no es autoayuda, sino sentido común.
La “industria de la felicidad” con sus libros de autoayuda puede parecer naif, sin embargo, vosotros desveláis los fuertes intereses políticos y empresariales que la impulsan.
Los norteamericanos empezaron a tomarse todas estas cosas a risa, pero acabó convirtiéndose en un enorme negocio, y ellos en los máximos representantes de la cultura del pensamiento positivo. Se calcula que mueve 4.300.000.000.000 de dólares, de modo que si fuera un país, sería la cuarta economía del planeta, e incluye terapias, técnicas de relajación, libros de divulgación, de autoayuda, conferencias, cursos, talleres… y encima es un producto sicológico muy barato de fabricar, porque es humo, credulidad y poco más.
El mercado de la felicidad alienta una insatisfacción permanente basado en la idea de que uno siempre puede mejorar, que siempre le falta algo por conseguir, hay una dieta novedosa por seguir, una experiencia por probar, etc.
¿Por qué deberíamos tomárnosla en serio?
Porque repite todo el tiempo que la felicidad está en ti, en tus actitudes y en tu mente, y que todo lo que hay a tu alrededor no importa, ni te afecta, ni tiene nada que ver contigo. Como si la realidad externa sólo fuese un decorado.
La resiliencia, por ejemplo afirma que las adversidades constituyen una oportunidad de crecimiento personal y sirven para reinventarse. Bien, lo cierto es que cuando uno tiene problemas lo saludable es enfrentarlos, pero no se debe estigmatizar al que pese a sus esfuerzos, no consigue resolverlos, orque entonces esa persona sufre por un doble motivo: por los problemas que tiene y por sentirse culpable de no ser capaz de solucionarlos.
La autoayuda te dice que tus problemas son únicamente emocionales y los tienes que gestionar tú, cuando lo que te produce ansiedad no eres tú, sino tu trabajo, tus relaciones, tus condiciones materiales de vida, y cambias eso o no hay salida.
No hace falta subrayar que nadie recurriría a la autoayuda y a los gurús si las cosas estuvieran bien. La industria de la felicidad responde a una demanda, muy grande, de insatisfacción de la sociedad.
Yo creía que los españoles veníamos felices de serie…
España es un grandísimo consumidor, concretamente de literatura de autoayuda, de liderazgo y de motivación (coaching), de inteligencia emocional, y de mindfulness. Las empresas quieren que los trabajadores adopten los intereses de la empresa como suyos, cuando lo que hace feliz a la empresa es lo contrario de lo que hace feliz a sus trabajadores.
¿Cómo se explica que el mismo sistema capitalista, que se dedica a generar insatisfacción en el consumidor, promueva la industria de la felicidad?
El producto viene a satisfacer una necesidad, pero como bien saben los expertos en marketing, la necesidad tiene que ser creada, y además no debe ser cubierta de una vez por todas. Así los consumidores están continuamente experimentando y probando todo tipo de productos nuevos: se compran el último libro de éxito, siguen al gurú de moda que dice cosas más interesantes que el anterior, etc.
Prometer la llave de satisfacción constituye un truco magnífico para controlar tus emociones y hacerte más productivo y rentable. En eso reside el negocio, en que acabes siempre frustrado, pero buscando la felicidad.
Lo cierto es que uno no puede cambiar sin que cambien sus condiciones vitales. Es muy difícil que sea feliz un trabajador estresado y lleno de ansiedad, con un trabajo precario que no le permite vivir ni llegar a fin de mes, que está con la soga del despido al cuello. No hay soluciones mágicas ni autoayuda que valga para los problemas colectivos.
Otro hallazgo, también paradójico, de esta industria es que el dinero, efectivamente, no da la felicidad.
Sí. Te dicen que no importa el dinero que tengas, sino cómo lo manejes. Una estupidez absoluta, porque es el medio que te permite vivir en un lugar mejor, disfrutar de una vivienda más cómoda, recibir una atención sanitaria y educativa de mayor calidad, tener menos problemas y disponer de más oportunidades en la vida…. cosas materiales que no dependen de tu mente, sino del tamaño de tu cuenta corriente.
Un rico sufre, pero menos que un pobre, porque cuenta con un colchón de seguridad.
Se considera exitoso al que triunfa en el terreno material.
Está muy asociada la idea de felicidad al éxito, y por eso la persona que no se siente feliz, se considera fracasada. En la cultura americana hace tiempo que viene asociándose la noción de felicidad con el éxito económico, y nosotros la hemos asumido tanto que nos resulta difícil pensar en otra forma de felicidad que no sea esa.
No parece casualidad que esta filosofía de la felicidad haya explotado en tiempos de crisis, de desigualdad creciente y de crisis como los actuales.
Cuanto más difícil resulta modificar lo que sucede a nuestro alrededor, más se insiste en la idea de que lo exterior no importa, que las claves están en nuestro interior. La idea de resiliencia y de mindfulness, por ejemplo, son dos conceptos que empiezan a cobrar protagonismo a partir de 2008, reemplazando a la autoestima de los años 80 y 90.
El mindfulness te dice “mirate a ti, no mires a tu alrededor”, a lo que la resiliencia añade, y ya que vives en un entorno poco sano y amigable, lo mejor que puedes hacer es ser más fuerte que él y no tener miedo a asumir riesgos. Algo que tiene mucho que ver con ser emprendedor.
Es obvio que cuanto más se insiste en el discurso de la felicidad, es porque menos motivos hay para serlo.
¿Es el PIB un concepto adecuado para medir la satisfacción de la gente?
Claro que no, pero hay otros muchos indicadores que se llevan utilizando décadas: el índice Gini de desigualdad, los derechos humanos, la salud democrática, o el “estado de bienestar”. Lo que pasa es que como se lo han cargado o están en vías de hacerlo, han pasado a introducir el concepto de “felicidad” individual a secas para reemplazarlo. Pero las listas de espera no desaparecen por eso.
Algunos economistas afirman que las sociedades desiguales son más felices.
Al principio, muchos economistas y psicólogos positivos estaban de acuerdo que se necesitaba cierto grado de igualdad para conseguir la felicidad, pero le han dado la vuelta y están justificando que la desigualdad es positiva, porque supone un incentivo. Su razonamiento es que la desigualdad hace a la gente trabajar y esforzarse más para ascender en la escala social. El discurso neoliberal por excelencia.
El famoso ascensor social lleva tiempo estropeado en EEUU. No importa lo que te esfuerces porque el mejor indicador de tu éxito social es tu apellido.
Ese ascensor funcionó algo durante un tiempo, y no para todos. Desde luego casi nada para las minorías raciales. No sólo se hicieron más ricos los pobres, sino también los ricos. La estratificación de clases se mantenía, pero se elevó el nivel de vida en general. Fue lo que se denominó el «sueño americano». Pero los datos sociológicos dmuestran que si naces en un estrato social bajo, las probabilidades de quedarte ahí son practicamente totales.
¿Y qué hay con esos triunfadores que salen en las películas de Hollywood?
Son la excepción, no la norma. El héroe solitario, más fuerte que el medio, que se sobrepone a todas las dificultades, y las vence, es el modelo a imitar. Si no existiera alguno, no habría gasolina para alimentar ese discurso. A los americanos les encantan esas historias de éxito y de superación personal, pero una golondrina no hace verano, como decía Aristóteles.
¿Qué efectos tiene esa búsqueda obsesiva de la felicidad?
Hace que estemos juzgando y escrutando constantemente nuestras emociones y pensamientos, que estemos siempre pendientes de ellos, vigilándolos y estudiándolos, lo que resulta nocivo en términos psicológicos, porque nos genera descontento y malestar al convertirnos en policías de nosotros mismos.
Finalmente, ¿crees que la industria de la felicidad genera infelicidad?
De hecho, tiene que generarla. Si no, no funcionaría. Si la industria de la felicidad realmente tuviera las claves de la felicidad y nos las proporcionara, se acabaría el negocio.
(Extracto. Adaptación libre)
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Fuentes: https://www.strambotic.com/entrevista-happycracia/
https://elpais.com/ccaa/2019/12/18/madrid/1576672559_939343.html
https://www.elmundo.es/papel/lideres/2019/03/16/5c8a360e21efa010618b45ce.html
https://www.elnacional.cat/es/cultura/happycracia-felicidad-edgar-cabanas-eva-illouz_361704_102.html