Si Europa antes tenía que ir a buscar esclavos a África y ahora le vienen gratis en patera, ¿de qué se queja?

¿Considera acaso que no es mucho pedirles a los africanos que se mueran tranquilamente de hambre en su tierra y no vengan aquí a molestarnos?

Porque muchos de ellos, en su desesperada huída de la miseria, confunden el paraíso con el supermercado de la esquina. Les ha costado demasiado tiempo darse cuenta de que la esclavitud era por su bien, para proporcionarles comida, techo y un amo, y que no fueran unos desgraciados.

Menos mal que, aunque tarde, al fin han reconocido su error y comprendido que la depredación del continente negro y las guerras con que llevamos siglos obsequiándoles, constituyen una misión benéfica y civilizadora, del mismo modo que las vallas, concertinas, devoluciones en caliente y en frío,  representan la forma natural de preservar los valores occidentales y defender los derechos humanos.

Más no podemos hacer ya por ellos, porque nuestra buena voluntad tiene un límite y, al igual que la caridad no representa la solución a la pobreza, tampoco podemos acoger a todos los africanos que quieren venir a Europa.

Lo que pasa es que resulta imposible blindar nuestras fronteras cuando hay tanto inmigrante dispuesto a sacrificar su vida para traspasarlas. Los 500 millones de ciudadanos europeos no podremos frenar a los 2.500 millones de habitantes que se calcula tendrá África para el año 2050, por lo que la única salida correcta y sensata pasa por dejar de arrebatarles sus recursos e implementar un plan de ayuda al desarrollo, vinculado  a un estricto  control de natalidad para que puedan vivir dignamente en su propia tierra.

Medida que no se debe tomar como un acto de generosidad, sino de restitución y reparación obligada. De pura y simple justicia.

Aunque también podemos optar por endurecer aún más la represión y esperar a que el mercado los salve, o a que alguna simpática ONG lo arregle, que a compasivos no nos gana nadie. Rescatar a unas pocas personas en el mar cada año no nos hará mejores, ni cambiará en nada las cosas, porque la presión migratoria seguirá creciendo tanto como el rechazo de los ciudadanos a la misma, pero nos permitirá lavar y mantener limpia nuestra conciencia, y hasta sacarle brillo.

Dejemos de autoengañarnos. Cualquier política de contención está condenada de antemano al fracaso y sólo supondrá intentar poner puertas al campo y prolongar sin fin la tragedia humanitaria.

El problema es que el capitalismo nos empuja a la desigualdad, y ésta al desastre. Los inmigrantes ilegales se ahogan porque nuestro sistema económico hace aguas.


Publicado en infolibre: https://www.infolibre.es/noticias/club_infolibre/librepensadores/2018/07/05/la_hipocresia_europa_84742_1043.html

Imágenes: Eulogio González Hernández| namibiansun.com

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