Francis Fukuyama, el intelectual que anunció el fin de la Historia, regresa con un nuevo libro: «Identidad» (editorial Deusto), en el que explica que tras la caída del Muro de Berlín, la izquierda ha entrado en políticas identitarias apoyando a grupos marginados, como gays, negros, mujeres, etc., pero equivocándose, a su juicio, al olvidarse de reivindicar unas políticas económicas más justas para todos.
En el 2016 usted estaba seguro de que era imposible de que Donald Trump fuera elegido, ¿cómo se explica su victoria?
La gente siente que la globalización le está quitando su identidad y que está siendo ignorada y despreciada por las élites. Eso es lo que está tras la elección de Trump y tantos otros.
Hay una palabra griega que utilizo, thymós, que se refiere al orgullo, a una parte de la personalidad humana que no busca recursos materiales, sino que lo que quiere es respeto, estima y dignidad, y que, en muchos casos es el motor más fuerte de la acción.
El deseo de respeto constituye una parte de la personalidad que los economistas no entienden. Durante la campaña del Brexit muchos de ellos arguyeron que sería una catástrofe económica, que se perderían muchos puestos de trabajo, etc., pero los votantes que estaban a favor manifestaron que aunque fuera así lo aceptaban para mantener la identidad nacional de Gran Bretaña frente a la inmigración.
¿La identidad es hoy el mayor motor de la política entonces?
Muchos de los que votan por los políticos populistas no están sufriendo económicamente. De hecho, el ingreso medio del votante de Trump es superior a la media del país. No son todos desempleados.
La clase política más desestabilizada es la clase media por su ansiedad por el estatus. La persona que se considera de clase media y pierde su posición es mucho más probable que esté enfadada, que alguien desesperadamente pobre, que de lo que más se preocupa es de llevar comida a su casa.
¿Cómo se ha convertido la identidad en la idea que lidera la política?
Al final de la Segunda Guerra Mundial se llegó al convencimiento de que los nacionalismos identitarios habían sido un desastre, y se creó la UE para superar los conflictos provocados por el nacionalismo agresivo.
Fue un intento por reemplazar las identidades nacionales por un entendimiento liberal, cosmopolita y con instituciones internacionales, que ha funcionado durante 40 años, pero que ahora está retrocediendo y se halla en crisis, porque el crecimiento económico producido no se ha distribuido igualitariamente, y porque países étnicamente muy homogéneos han experimentado oleadas de emigración que han suscitado una reacción popular.
¿A qué nos referimos con la palabra identidad?
El concepto alude a nuestro yo, que sentimos que merece dignidad y respeto, y queremos que el resto de la sociedad se lo reconozca.
El feminismo y el movimiento #metoo son dos casos bien conocidos. Las mujeres quieren ser respetadas como seres humanos y no tratadas como meros objetos sexuales. No se conforman con reglas impuestas por hombres y pretenden crear un mundo exterior acorde a su mundo interior.
Por otra parte la identidad no es algo fijo, inamovible, sino que está socialmente construida, y puede ser usada para bien o mal. Nelson Mandela trató de crear una identidad inclusiva en Sudáfrica, pero en mano de un mal líder como Hitler o Mussolini la identidad se vuelve agresiva, excluyente. Trump no intenta ser presidente de todos n EEUU, sino sólo de sus fans fanáticos.
Señala usted que esa preocupación por la identidad aparece especialmente en los momentos de modernización acelerada.
Si vives en una sociedad tradicional, agraria, comunal, donde conoces a todo el mundo a tu alrededor, y las expectativas de con quién te vas a casar y de cómo vas a vivir, son claras, cuando te mueves a una ciudad grande, y de repente te enfrentas a muchos tipos diferentes de gente, que no sabes quiénes son, en parte resulta liberador porque no estás atado por las expectativas de tus padres y vecinos, pero a la vez es muy inquietante, porque se te ofrecen demasiadas opciones. Aunque puedes elegir ser quien quieras, las personas se sienten ansiosas y miran con nostalgia las pequeñas comunidades donde tenían apoyo social y conexiones con los demás.
Por eso les seducen los líderes políticos que les ofrecen una comunidad de intereses basada en la nación o la religión, como sustituto de la que han perdido.
¿Le preocupa la posibilidad de que regrese el fascismo?
Creo que las instituciones democráticas son más sólidas, y ni EEUU va a sucumbir al fascismo a causa de Trump, ni la mayoría de países europeos viven en los años treinta.
Lo que sí es probable es que la democracia liberal se convierta en una suerte de democracia iliberal corrupta como ha pasado en Hungría con Viktor Orban y su capitalismo de amigotes.
En su libro critica cómo se ha comportado la izquierda occidental con las políticas de identidad, centrándose en pequeños grupos y no en los grandes.
Se comprende que la izquierda intente movilizar votos defendiendo identidades pequeñas, pero mucha de la vieja clase trabajadora, su grupo de apoyo más importante, se ha ido a la derecha, porque siente que ya no la representa, porque ahora le interesa más defender a otros grupos. Por eso ha declinado en Europa, y en EEUU muchos trabajadores demócratas votan republicano.
Para volver al poder se deben reenfocar en la cuestión central que es la desigualdad económica. Debido a la globalización la desigualdad ha aumentado en todas partes y la sociedad necesita más redistribución, soberanía nacional, y regulación estatal, que centrarse en identidades de grupos.
Las políticas de identidad, señala, pueden ser peligrosas para la democracia liberal.
Es fácil negociar impuestos, a quién aplicarlos, o qué tipo de sistema sanitario queremos, pero los temas identitarios son muy emocionales y la gente no está dispuesta a negociar sobre ellos.
Quiere decir que se vive en trincheras.
Por el miedo. Uno de los mayores temores que inspira la emigración es que no se integre, e importe a Europa valores parecidos a los de Oriente Medio, donde hay identidades sectarias más poderosas que las nuestras. No quieres algo así a la larga.
La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi cuenta que no se sintió negra hasta que se mudó a Estados Unidos y vio que la trataban de modo distinto a los blancos.
Es la sociedad la que te define desde fuera como miembro de un grupo, pero sucede que, entonces, también tú lo interiorizas y piensas así de tí mismo.
La diversidad es inherente a toda sociedad amplia y plural, y eso está bien, todos tenemos identidades particulares, pero en democracia también es importante tener sentido de comunidad. El problema es que las comunidades musulmanas más conservadoras no tratan a los gais o las mujeres con el nivel de igualdad y respeto que la sociedad demanda, y no puedes reducir los derechos de nadie por respetar una cultura a la que no le gustan.
¿Y qué propone?
Sin duda hay que subir los impuestos a los más ricos y regular ciertos sectores de la economía, pero además no creo que puedas tener una democracia sin un sentido general de comunidad, que permita a la gente trabajar con los demás, confiar en ellos.
En Francia la clásica idea republicana de ciudadanía fue exitosa, ser francés no significaba ser blanco, sino que tenía que ver con la lengua, la cultura y la lealtad a las ideas que salieron de la Revolución francesa; una ciudadanía cívica más que étnica, que apela al patriotismo.
Pero la palabra patria tiene una mala connotación para la izquierda, que la ve como nacionalismo antiguo, intolerante, agresivo y excluyente, en vez de cómo una identidad civilizada, moderna, respetuosa y democrática.
Las democracias se benefician de la emigración, pero debe ser una inmigración controlada, y eso no lo estamos haciendo bien. Mi propia historia familiar es un caso de éxito. Mi abuelo vino de Japón y tenemos una bonita familia. El problema de la izquierda es que no está dispuesta a aceptar por principio que un país debe controlar sus flujos migratorios.
Y también deberían también aceptar la necesidad de poseer una identidad nacional, en el sentido de un conjunto de valores compartidos que son los que te convierten en miembro de la comunidad.
(Extracto. Adaptación libre)
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