Se están desarrollando contrarreloj vacunas experimentales, la mayoría transgénicas, envueltas en grandes incógnitas.
Las compañías farmacéuticas se han puesto a experimentar masivamente, con dinero público, tecnologías similares a las terapias génicas en humanos, cuya investigación se halla en compás de espera, después de que los tratamientos con ellas hayan ocasionado graves daños y algunas muertes.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta el 9 de septiembre de este año, había 35 vacunas para covid-19 en fases 1 a 3 de ensayo en personas, y 145 más en estudios preclínicos. De estas 35, 17 se basan en técnicas de ingeniería genética no probadas nunca antes en humanos, consistentes en:
- Introducir ADN en nuestras células, empleando un plásmido, una pequeña molécula de ADN como vector
- Introducir ARN en las células
- Introducir ADN por medio de un virus manipulado con ingeniería genética para que no pueda replicarse.
Hasta ahora las vacunas convencionales se basaban en insertar un virus muerto o atenuado (que supuestamente no infecta), con el fin de provocar una reacción del sistema inmunológico, que le enseñase a reconocer a ese virus, evitando la enfermedad.
Las vacunas transgénicas inoculan ADN o ARN extraño en nuestro organismo, para codificar una proteína similar a las del SARS-CoV2 valiéndose de nuestros propios recursos celulares, y crear una proteína S o espiga, que sea reconocida como invasora por nuestro sistema inmunológico, produciendo los anticuerpos adecuados.
La forma de actuar de estas vacunas nos convierte en organismos potencialmente transgénicos, al menos temporalmente, porque no se trata de que nuestro sistema inmune combata una amenaza que viene de fuera (como en las vacunas elaboradas hasta ahora), sino que manipulan nuestro organismo para crear internamente el supuesto enemigo.
Por ello existen riesgos altos con estos productos transgénicos.
Por ejemplo, una vez introducido el ADN o ARN en nuestras células para crear la proteína S, no está claro cómo, ni cuando, se detendrá la producción de ese antígeno, ni qué consecuencias tendrá la presencia de ADN/ARN sintético en nuestro cuerpo.
Como tampoco está claro qué células se verán afectadas, más allá de las marcadas como objetivo, porque los receptores ACE2, que son los que habilitan a las proteínas S para entrar en las células, se encuentran también en nuestros riñones, pulmones y testículos, lo que puede provocar respuestas inflamatorias graves, reacciones autoinmunes y efectos desconocidos.
En experimentos con animales este tipo de vacunas transgénicas han generado procesos inflamatorios severos, y la denominada respuesta paradójica: que el organismo ataca a otros virus inofensivos presentes en nuestro cuerpo (todos los seres vivos convivimos con virus y bacterias de modo natural), ocasionando diversas patologías.
Pero en el caso de las vacunas trasgéncias se están valorando únicamente los riesgos inmediatos, a corto plazo. En circunstancias normales, si una persona tratada con un medicamento aprobado, experimenta un efecto adverso que no se ha documentado previamente, ni añadido al prospecto, la responsabilidad legal y el coste de las potenciales indemnizaciones recae sobre la empresa farmacéutica responsable.
Bayer, por ejemplo, tuvo que pagar más de 900 millones de euros a afectados por el medicamento «Lipobay», debido a la rabdomiólisis (destrucción del músculo esquelético), que no se había informado, además de tener que retirarlo del mercado.
Y las vacunas no son ajenas a este funcionamiento. La vacuna RotaShield contra el rotavirus, se eliminó en 1999 de Estados Unidos por asociarse a invaginación intestinal en niños menores de un año, y la de la polio tuvo también consecuencias insospechadas: que el virus excretado por una persona vacunada oralmente puede mutar en la naturaleza, recuperando su virulencia, para contaminar después a personas inmunodeprimidas o no inmunizadas.
En España en 2011, se indemnizó con 470.000 euros a la familia de un niño que sufrió una minusvalía del 92% tras ser vacunado en un ambulatorio de Burgos, en marzo de 1994.
Pero en el caso de la Covid 19, las farmacéuticas van a gozar de impunidad absoluta por los daños que origienen sus vacunas. AstraZeneca declaró a la agencia Reuters que su empresa estará exenta de responsabilidad, y, a principios de septiembre, los países de la Unión Europea anunciaron que los estados compensarían a los laboratorios las posibles indemnizaciones.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: xl semanal|la jornada|manager-magazin.de|slideshare