Los ciudadanos están hartos de escuchar que “todos somos culpables de la crisis”, cuando su único delito ha sido haber picado y caído en la trampa tendida por los bancos. Fueron éstos los que actuaron como trileros en tanto que ellos pecaban de pardillos creyendo que la vivienda no bajaría nunca de precio y que siempre sería negocio invertir en ella.
Pero mientras que los altos directivos financieros se han ido de rositas con indemnizaciones millonarias como premio a su incompetencia y turbios manejos, más de 400.000 familias españolas se han visto desahuciadas y despojadas de sus viviendas, y millones más han visto evaporarse sus ahorros en forma de participaciones preferentes, bonos convertibles, fondos de inversión, planes de pensiones y acciones devaluadas.
La orgía de beneficios de la banca de los años pasados la está pagando la sociedad con recortes no menos salvajes. Poco importa que la responsabilidad de la gestión corresponda por entero a los bancos: éstos se la han sacudido de encima por el sencillo procedimiento de endosársela a sus víctimas.
Las pérdidas han caído todas del mismo lado. Por lo visto, quienes calcularon mal los riesgos y estiraron más el brazo que la manga, no fueron los profesionales de la hipoteca, sino sus clientes, que primero se quedaron sin trabajo y después acabaron embargados por su mala cabeza… Y es que, solo a ciudadanos tan kamikazes e inconscientes como ellos se les ocurriría ir al banco sin estudiar la letra pequeña de los contratos como si fueran unas oposiciones… lo que ha permitido a tan dadivosas instituciones colarles cláusulas suelo abusivas, manipular el índice euribor de referencia de los préstamos, o especular como han querido con viviendas de protección oficial y pisos embargados a deudores insolventes y avalistas, cobrándose en carne como hacía el judío Shylock.
Aunque contra el humano vicio de pedir, esté la virtud bancaria de no prestar, todavía hay quien se niega a reconocer que quien hinchó artificialmente el precio de la vivienda, con dinero abundante, fácil y barato, generando la burbuja inmobiliaria, fue la banca privada merced a una triple estrategia consistente en:
- Conceder hipotecas por el 100 % del valor de la vivienda e incluso más (cuando lo correcto era no sobrepasar el 60 ó 70% de su importe); valor que para más inri tasaban empresas suyas,
- Reducir al máximo los tipos de interés para volverlas más atractivas, y
- Prolongar hasta 25, 30 e incluso más años el período de amortización, cuando antes nunca superaban los 15 ó 20 años, con objeto de generar cuotas lo suficientemente bajas y asequibles como para que todo el mundo se sintiera tentado a solicitar un préstamo.
La imprudencia se convirtió en norma y el riesgo en desenfreno. Estrategia bien calculada de venta con la que las entidades financieras consiguieron que buena parte de la ciudadanía se dejara seducir por sus cantos de sirena.
Montada la ratonera con el queso inmobiliario, el negocio de pillar incautos funcionó viento en popa rindiendo pingües ganancias, hasta el día en que, la banca europea, dañada por las hipotecas basura (subprime) americanas, dejó de suministrar fondos a su homónima española con los que alimentar el boom, lo que provocó que la compraventa de viviendas colapsase, la construcción se frenase en seco, el empleo se derrumbase y la burbuja inmobiliaria estallase dejando millones de viviendas vacías o a medio hacer (cuya construcción no respondía a una necesidad real sino especulativa), y a los bancos que las habían financiado, con un agujero en sus cuentas imposible de cuadrar.
Nuestra banca privada que tan generosa se había mostrado hasta entonces, cerró a cal y canto el grifo del crédito, cortando de raíz el consumo y abocando al cierre a infinidad de pequeñas y medianas empresas, lo que multiplicó los efectos de la crisis, aumentando exponencialmente la lista de damnificados. Su suculento negocio se había ido a pique, pero la monstruosa deuda derivada de él seguía vivita y coleando, amenazando su supervivencia.
Había que hacer algo con urgencia, y el banco central europeo, el organismo oficial encargado de acuñar dinero, acudió presto en su auxilio, prestándole lo que necesitaba a precio de ganga, al revés de como se comporta con los estados, cuyas emisiones de deuda se niega a comprar. La independencia de este supuesto órgano supervisor queda en evidencia con el trato de favor que dispensa a los bancos privados concediéndoles barra libre de fondos, mientras obliga a los estados a financiarse a través de ellos a elevados tipos de interés, pagándoles el famoso impuesto revolucionario conocido como prima de riesgo.
Más como a pesar de tan espléndido regalo, su deuda seguía siendo inasumible, los bancos privados se lanzaron a rebañar las arcas del estado para salvarse de la quema con el dinero de los contribuyentes. Atraco conocido con el nombre de «rescate bancario», perpetrado con la excusa de que había que salvarlos para que los ciudadanos no perdieran sus ahorros, cuando su nacionalización, no solo aseguraba los depósitos, sino que el quebranto lo asumieran sus accionistas, dueños del banco, como era de recibo, y como hizo Portugal recientemente con el Banco Espírito Santo.
Pero aquí para lavar sus balances y blanquear sus cuentas se optó por sacrificar sin pudor alguno las pensiones, la sanidad y la enseñanza, incrementando hasta las nubes el déficit del estado. Drenaje brutal de recursos públicos que todavía se disparó más con la creación del “banco malo”, la entidad pública destinada a comprar a los bancos privados sus «activos tóxicos» (su caquita), a precios inflados, no de mercado, para que volvieran a ser tan buenos, decentes y saludables como siempre.
Ahora bien, ¿por qué en un sistema de libre mercado, se debe salvar con fondos públicos a bancos privados insolventes, en lugar de dejarlos quebrar o nacionalizarlos?, ¿por qué siendo la banca el pilar básico de la economía, se le permite que hipoteque a toda la sociedad, en vez de poner coto a sus desmanes, locuras y prácticas mafiosas?
¿Acaso es normal que las familias salven a «su» banco con sus impuestos para que él las desahucie?
Nuestra “democracia” huele cada día más a cloaca aunque se perfume con chanel.
La «crisis» nos ha enseñado que no es el gobierno el que regula a la banca, sino la banca la que regula al gobierno, a pesar de que lo privado no constituye ninguna garantía de eficiencia o de responsabilidad, sino tan solo de avidez ilimitada de ganancias y de pillaje sin fronteras que acaba en desastre, como pasó en Islandia, cuya banca pública había funcionado sin problemas a lo largo de un siglo, hasta que se la privatizó en el año 2003, y para el 2008 ya estaba en bancarrota, dejando tras de sí una deuda que multiplicaba por 6 el PIB del país.
También allí sus gobernantes intentaron rescatarla con dinero público, pero como la población se sublevó, no les quedó más remedio que dar marcha atrás y nacionalizarla. Y pese a todos los chantajes, amenazas, anatemas y negros augurios que el FMI lanzó contra ellos, ni su economía empeoró, ni el país se precipitó en el mar, sino que, al contrario, salió a flote, porque se hundieron sus bancos, pero no la isla ni sus ciudadanos.
En cambio nosotros hemos aceptado como un mal inevitable lo que no ha sido más que un robo practicado con violencia institucional. Pero aunque la televisión y los políticos nos engañen sin descanso y llamen «recuperación» a la miseria generalizada en que nos tienen sumidos, el bolsillo no miente.
Solo te falta, si tienes fe, hijo mío, rezar a San Botín, el patrón de los arruinados, para que te devuelva lo perdido.
Versión actualizada del artículo del mismo título, publicado originalmente en rebelión.org: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=155533
Imágenes: www.noticioso.co| elmaestrodecasas.blogspot.com|gurusblog.com