La ansiedad, el estrés, la depresión, los desórdenes alimentarios, la autoagresión y la soledad se han convertido en males habituales que afligen a las sociedades contemporáneas de todo el mundo. Los últimos datos publicados sobre la salud mental de niñas y niños británicos reflejan una situación de crisis global.
Los seres humanos, en tanto que mamíferos sociales programados para interactuar con los demás, están sufriendo un proceso imparable de insociabilidad. Los cambios económicos y tecnológicos son factores fundamentales en esta cuestión, pero también la ideología neoliberal. A pesar de que nuestro bienestar está inseparablemente vinculado a la vida de los demás, el mensaje que se nos transmite es que el bienestar y la riqueza se alcanzan por medio de un individualismo extremo, competitivo, insolidario y egocéntrico.
En el Reino Unido, hombres que se han pasado toda su vida entre las paredes de la universidad o el parlamento, nos aleccionan para que cada cual solucione sus problemas por sí mismo. Las rupturas y disoluciones de los lazos familiares están a la orden del día. El sistema educativo se hace año tras año más brutalmente competitivo. La búsqueda de empleo se ha convertido en una batalla encarnizada en la que multitud de personas desesperadas pujan por acceder a un número cada vez menor de puestos de trabajo. Los concursos televisivos alimentan unas esperanzas imposibles, mientras las oportunidades reales se esfuman para la población. El fracaso acecha a cada paso.
El consumismo suple el vacío social, pero lejos de curarlo, lo intensifica, al incrementar la comparación narcisista entre las personas. Y las redes sociales, mientras que por una parte aproximan virtualmente a los jóvenes, por otra los separan, al hacerles rivalizar por ver quien tiene más amigos o seguidores.
Muchas jóvenes suelen modificar las fotos que comparten en internet para parecer más esbeltas y delgadas. Algunos teléfonos lo hacen automáticamente gracias a los ajustes de belleza que incorporan. Bienvenidos a la guerra de todos contra sí mismos.
No es de extrañar, teniendo en cuenta estos solitarios mundos interiores, en los que el retoque fotográfico ha sustituido al contacto físico, que los trastornos psicológicos afecten de manera tan seria a las chicas jóvenes. Un estudio realizado recientemente en el Reino Unido muestra que una de cada cuatro mujeres de entre 16 y 24 años se han autolesionado, y que una de cada ocho padece un trastorno de estrés postraumático (como los soldados al volver de la guerra). La ansiedad, la depresión, las fobias o el trastorno obsesivo-compulsivo, afectan al 26 % de las mujeres comprendidas en esa franja de edad.
Esas investigaciones explican la ruptura de un vínculo social en los términos que se emplearían para describir una herida o dolor físico. Tanto en los humanos, como en los mamíferos de conducta gregaria, el contacto social reduce el dolor físico. Por eso abrazamos a nuestros hijos cuando se hacen daño, porque el afecto opera como un potente analgésico. Y los opiáceos alivian tanto las dolencias físicas como la angustia de la separación, lo que prueba el vínculo que existe entre la adicción a las drogas y el aislamiento social.
Otra serie de experimentos, publicados en la revista Physiology and Behaviour (Fisiología y Conducta), muestra que los mamíferos sociales prefieren sufrir dolor físico que sentirse aislados. Un grupo de monos capuchinos que hayan ayunado en soledad durante 22 horas, se reunirán con sus compañeros antes de acudir a la comida. Los niños que padecen abandono emocional sufren peores consecuencias para su salud mental, que los niños que padecen abandono emocional y a la vez maltrato físico (ya que, por horrible que sea, la violencia implica atención y contacto).
La autolesión, combatir dolor con dolor, se ejerce a menudo como medida de alivio contra la angustia: señal patente de que el dolor físico no es tan malo y destructivo como el emocional. En las prisiones, uno de los métodos más eficaces de castigo y tortura es el régimen de aislamiento.
No resulta difícil comprender las razones evolutivas. La supervivencia de los mamíferos se hace tanto más segura cuanto mayor sea el vínculo con el resto del grupo. Son los animales solitarios y marginados los que mayores posibilidades tienen de ser cazados por los depredadores o perecer de hambre. Del mismo modo que el dolor físico nos protege del daño físico, el dolor emocional nos protege del daño social. Nos impulsa a reconectar, aunque a muchos les resulte casi imposible.
Se entiende pues que el aislamiento social esté tan estrechamente relacionado con la depresión, el suicidio, el insomnio, pero todavía más lo es descubrir el gan número de enfermedades físicas que causa o que exacerba. La demencia, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares, los derrames cerebrales, los déficits inmunitarios, la obesidad e incluso los accidentes son más probables entre personas que sufren soledad crónica. La soledad tiene un impacto sobre la salud comparable al consumo de 15 cigarrillos diarios: incrementa el riesgo de muerte prematura en un 26 %. Esto se debe, en parte, a que se incrementa la producción de la hormona del estrés, el cortisol, que inhibe el sistema inmunológico.
Estudios realizados sobre animales y humanos sugieren una posible razón para la ansiedad alimenticia: el aislamiento reduce el control sobre los impulsos, lo cual conduce a la obesidad. Dado que aquellos que están en el escalón socioeconómico más bajo tiene mayores posibilidades de padecer soledad, ¿puede ser esta una de las explicaciones para el vínculo entre nivel económico bajo y obesidad?
De todas las fantasías del ser humano, la idea de que puede vivir solo es la más absurda y quizás la más peligrosa de todas. O permanecemos juntos o nos hundiremos.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: bienestar.salud180.com|adolescentes about.com|elmeme.me
Traducción: José Manuel Sío Docampo