En su libro Auschwitz: Los nazis y la solución final, el escritor y periodista británico Laurence Rees relata los sentimientos de un judío polaco, Toivi Blatt, que sobrevivió a su cautiverio en el campo de exterminio nazi de Sobibor.

Nadie se conoce a sí mismo, decía Toivi Blatt. Todos podemos ser buenas o malas personas en diferentes situaciones. «A veces, cuando alguien se porta bien conmigo, me pregunto cómo se habría comportado esa misma persona en Sobibor».

No hay duda, nuestra mente y comportamiento pueden cambiar drásticamente cuando lo hace el entorno.

En una persona normal, los tres cerebros que tenemos: el de los instintos, el emocional y el racional, se complementan, regulando y adaptando el comportamiento a las circunstancias que nos rodean. Trabajan conjuntamente, buscando siempre un punto de equilibrio funcional. Pero, ¿qué pasaría si el cerebro racional de una persona quedase desconectado de su cerebro emocional? ¿Quien predominaría entonces en su comportamiento, la emoción o la razón?

La respuesta a esta cuestión la proporcionó el azar con un accidente que tuvo lugar en Nueva Inglaterra (EE UU) en 1848.

Phineas Gage, un joven de 25 años, era el diligente capataz de una brigada de obreros que construían una nueva línea de ferrocarril. De carácter serio y responsable, Phineas organizaba los trabajos y la convivencia entre sus compañeros, procurando que la obra progresase y que las cosas fuesen bien en todo momento.

El 13 de septiembre, cuando él y otros compañeros estaban volando obstáculos, se produjo una explosión. La barra de hierro con la que compactaban la pólvora introducida en una roca, salió disparada como una lanza alcanzando de lleno el rostro de Phineas. Le entró por su mejilla izquierda, pasó por detrás del ojo izquierdo y salió por la parte superior de su cráneo. Sorprendentemente Gage no solo sobrevivió al accidente, sino que se mantuvo consciente en todo momento y pudo hablar al cabo de pocos minutos. Pronto recobró también la movilidad, volviendo a andar normalmente. Viendo que su recuperación física era completa, al cabo de dos meses su médico consideró que estaba completamente curado y le dió el alta.

Pero la vara de hierro al atravesar su cerebro había destruyendo las neuronas de la corteza orbitofrontal, principal comunicación entre las estructuras emocionales del cerebro como la amígdala, y las estructuras racionales como la corteza prefrontal. La desconexión emoción – razón estaba pues servida.

Su personalidad y su conducta quedaron profundamente alteradas para el resto de sus días. Su comportamiento se volvió irreflexivo, nervioso e irresponsable. Gritaba y gesticulaba con frecuencia sin atender a razones. Exigía las cosas con malos modos. Era grosero, maleducado y difícil de soportar. No conectaba con sus compañeros de trabajo y parecía sentirse mejor en compañía de los animales que de las  personas. Perdió su trabajo en el ferrocarril, ya que los abandonaba o lo despedían enseguida por sus continuas broncas. Tras trabajar en varias granjas, Gage fue exhibido en un circo. Trabajó con caballos y murió a los 38 años desués de sufrir algunas crisis epilépticas.

La lección de Phineas no pudo ser más clara: cuando se produce la desconexión, la conducta emocional prevalece sobre la racional, porque la razón pierde su capacidad de controlarla y regularla.

Una desconexión cerebral como la de Phineas Gage puede también producirse sin que haya ruptura traumática de las fibras nerviosas, en situaciones estresantes o extremas, como la que tuvo lugar la noche del 14 de abril de 1912, cuando el transatlántico Titanic chocó con un iceberg y se hundió. Aunque no pudo evitarse la muerte de 1.517 personas, el desalojo se produjo, en buena medida, con cierta racionalidad y respeto a las convenciones sociales, salvando primero a los más débiles, niños, mujeres, ancianos y enfermos, y después a los hombres jóvenes y adultos sanos.

Pero el 7 de mayo de 1915, naufragó y se hundió el transatlántico Lusitania, al ser torpedeado por un submarino alemán durante la Primera Guerra Mundial, pereciendo 1.198 personas. Sin embargo, a diferencia del salvamento del Titanic, el del Lusitania careció por completo de racionalidad, pues los pasajeros se precipitaron egoístamente a los botes salvavidas y solo los más fuertes o afortunados consiguieron sobrevivir. Sálvese quien pueda fue la norma imperante, ¿pero por qué fue tan diferente el comportamiento de los pasajeros de uno y otro barco?

Un minucioso trabajo de investigadores suizos y australianos nos ha permitido bucear en las causas. ¿Acaso los pasajeros del Titanic pertenecían a un colectivo humano con más educación, sentido común, o racionalidad que los del Lusitania? No porque ambos grupos humanos tenían un origen social y una composición demográfica similar. Los dos barcos eran también técnicamente parecidos, por lo que la diferencia tampoco puede atribuirse a ellos. De hecho, el número de botes salvavidas y la tasa de supervivencia (del 30%, aproximadamente) fueron similares en ambos barcos.

La mejor explicación para comprender comportamientos tan opuestos, la encontraron los investigadores en la duración de ambos naufragios. El Titanic se hundió lentamente, en 2 horas y 45 minutos, mientras que el Lusitania se hundió en tan solo 18 minutos.

En el Titanic hubo tiempo para que la racionalidad se impusiera al miedo, y la razón venciera a la emoción. La tasa de supervivencia en el Titanic fue mayor entre los pasajeros de primera clase que en los del resto, pero no fue así en el Lusitania, donde los de primera corrieron peor suerte que los de tercera o los que viajaban en la bodega. En el Lusitania la urgencia vital provocó que el miedo y el instinto de supervivencia se impusieran al sentido común y a las normas sociales, sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.

Los ejemplos que acabamos de analizar son buena prueba de que cuando los cerebros emocional y racional quedan desconectados, anatómicamente como en el caso de Phineas Gage, o funcionalmente como en el caso del Lusitania, predomina y se impone lo evolutivamente más antiguo, lo más primitivo, y los instintos y la emoción dirigen entonces el comportamiento. La razón, casi ni aparece, pues uno de sus inconvenientes, su verdadero talón de Aquiles, es que necesita tiempo, y las circunstancias extremas no se lo conceden. La emoción, siempre más rápida que la razón, nos hace comportarnos en ocasiones de modos inconvenientes de los que más tarde tenemos que arrepentirnos.

Si todavía no le he convencido del poder de las emociones considere la situación siguiente, más prosaica que las anteriores. Cuando usted acude a comprar un número de lotería de Navidad y le ofrecen el 54713 y el 00012, ¿cuál elige? Apuesto a que el primero. Pero ambos tienen exactamente la misma probabilidad de salir premiados. Ese rechazo del número 00012 ¿es una decisión racional o emocional?

(Extracto. Adaptación libre)


Imágenes: Intrinseco y expectorante|flickr.com|titanicmomentos.blogspot.com

Fuentes: http://www.sinpermiso.info/textos/quien-puede-mas-la-emocion-o-la-razon

https://es.wikipedia.org/wiki/Phineas_Gage

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