Ser un oprimido catalán no está al alcance de cualquiera. Basta con abrir un poco los ojos cuando se visitan esas pequeñas poblaciones, junto a las ciudades, que han pasado a convertirse en zonas residenciales, para comprobar que cuanto más grande y bonita es la casa, más grande es también el lazo amarillo que adorna el balcón, sin que falte tampoco alguna gran estelada ondeando al viento. Se trata de la vivienda de una familia terriblemente oprimida, tal como indican las señales externas.
Si ve usted un chalet con piscina, una extensión de césped similar al Camp Nou y tres coches de alta gama en el garaje, tenga por seguro que habrá también bonitos lazos amarillos, esteladas y alguna pancarta anunciando al mundo que allí viven catalanes oprimidos, pidiendo auxilio, suplicando que alguien los saque de esa situación insufrible.
Algo parecido ocurre en Gerona donde la proliferación de pancartas en los balcones, y lazos en fachadas y pecheras de los peatones, es especialmente notable en el centro, en los barrios caros. La Rambla misma, un domingo al mediodía, está completamente llena de oprimidos tomando el aperitivo. Los domingos me gusta pasear por su centro para ver a tantos oprimidos con lazo amarillo por la calle, viviendo en pisos que nunca podré comprar y conduciendo coches que nunca podré ni soñar. Los trabajadores tenemos tantas preocupaciones, que la de sentirnos oprimidos, se nos pasa por alto.
La verdad es que a mí también me gustaría ser un oprimido, pero me tengo que conformar con el sueldo de periodista y vivir en un pisito de la periferia. En mi barrio, como es un barrio de trabajadores y de inmigrantes, apenas hay oprimidos, seguramente por falta de tiempo.
Cuando voy a Barcelona, como me desplazo en metro, tampoco veo lazos amarillos, porque en el metro no hay oprimidos, hay trabajadores. Los oprimidos viajan por la superficie en taxi, en su propio coche o en vehículo oficial, como Presidentorra, o como Joana Ortega, que acaba de ser colocada a razón de 110.000 euros por realizar un trabajo «transversal».
Antes había chicas que se ganaban la vida de manera horizontal, algunas incluso acababan poniendo una mercería, pero, Cataluña, pionera en tantas cosas, ha inventado esta nueva modalidad laboral. Joana Ortega, no hace falta decirlo, es también una oprimida, transversal, y de lujo, pero oprimida. Y con ese sueldo al año, la opresión enseguida se empieza a volver angustiosa.
No es extraño que la máxima aspiración de los trabajadores catalanes – no digamos de los inmigrantes -, sea llegar algún día a estar oprimidos. Deberíamos reclamar nosotros también, un poco de opresión, porque no puede ser que se la lleven siempre los mismos.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: Crónica Global El Español|e-noticies
Fuente: https://www.diaridegirona.cat/opinio/2019/05/31/lopressio-se-treballa/983762.html
Traducción: Rosa Guevara Landa