EL DOGMA RELIGIOSO.
La ciencia en general, y la geología en particular, mantuvieron enconados enfrentamientos con la religión, y uno de los más sonados fue por la edad de la Tierra. En 1650 el arzobispo irlandés James Usser estableció con precisión que la Tierra y el Universo fueron creados la noche del 22 de octubre del año 4004 a. C., y un siglo después, el naturalista Buffon calculó que la antigüedad del planeta estaba entre los 75.000 y los 168.000 años, afirmación de la que las autoridades eclesiásticas le obligaron retractarse.
Más tarde hubo que ampliar esa fecha para dar cabida a los procesos geológicos de sedimentación, plegamiento, erosión, etc., cuyo rastro había quedado grabado en las rocas. La pugna entre geología y fe continuó hasta que la ciencia proporcionó argumentos suficientes para descartar la cronología bíblica. A finales del siglo XIX, el científico Lord Kelvin, determinó que la Tierra tenía 400 millones de años de antigüedad, aunque posteriormente rebajó esa cifra a 24 millones, porque no se creía que una estrella del tamaño del Sol pudiera mantenerse incandescente más tiempo, y décadas más tarde Arthur Holmes estiró la edad de la Tierra hasta los 3.300 millones de años, cifra que poco después Clair Patterson amplió hasta los 4.550 millones de años de edad que es la que se sigue considerando válida en la actualidad.
EL DOGMA CIENTÍFICO.
Aunque estas luchas ideológicas quedaron atrás, curiosamente, en torno al calentamiento global se ha instalado ahora un debate similar. El origen humano del mismo parece ser un dogma irrebatible, que se pretende justificar con una supuesta unanimidad científica que está muy lejos de ser cierta. Para ello se premia a los que lo defienden, y se desprestigia a los disidentes evitando la difusión de sus ideas. Las noticias que aparecen en los medios de comunicación van todas en la misma dirección, y se otorga financiación preferente a los proyectos que apuntan al origen humano del cambio climático y sus catastróficas consecuencias.
Quizá por eso, buena parte de las investigaciones llevadas a cabo por meteorólogos, climatólogos, oceanógrafos, y físicos de la atmósfera, presentan un sesgo sistemático en su enfoque, ya que se centran únicamente en el periodo más reciente de la historia de la Tierra, demasiado breve para considerarlo representativo. Porque analizar la situación climática actual, omitiendo la historia completa del planeta, es como estudiar la historia de la humanidad con las noticias aparecidas los últimos días en los periódicos.
LAS TRES CUESTIONES FUNDAMENTALES.
Desde una perspectiva científica intentaremos responder a estas preguntas:
- ¿Es realmente el ser humano el responsable del calentamiento que está experimentando el planeta?
- ¿Puede detenerlo, e incluso revertirlo?
- ¿Existe consenso científico sobre las causas del mismo?
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA TEMPERATURA DE LA TIERRA.
El gráfico recoge la evolución estimada de la temperatura media del planeta a lo largo de su existencia, aunque no desde la formación de la primera corteza terrestre, sino desde el momento en que los restos fósiles nos aportan información. La línea negra horizontal marca la temperatura actual, y la línea en zigzag las oscilaciones que ha venido experimentando durante los últimos 2.800 millones de años.
LA RADIACIÓN SOLAR, LA ACTIVIDAD VOLCÁNICA, LAS MANCHAS SOLARES Y LA ÓRBITA TERRESTRE.
El factor principal del que depende la temperatura del planeta es la cantidad de radiación solar que recibe. Y uno de los fenómenos que la altera, son las erupciones volcánicas, ya que además de las cenizas en suspensión que lanzan, los volcanes expulsan gases, como el dióxido de azufre (SO2) que, al llegar a la estratosfera, reaccionan con el vapor de agua, formando gotas de ácido sulfúrico, que generan una capa a 15 – 20 kilómetros de altura, que impide que parte de la radiación solar alcance la superficie terrestre.
La energía que el Sol envía a la Tierra tampoco es constante, y sus oscilaciones están relacionadas con las manchas solares. A finales del siglo XIX, el astrónomo inglés Maunder, estudiando observaciones astronómicas antiguas, descubrió que, entre los años 1645 y 1715, hubo un periodo sin manchas solares, que correspondió a una etapa muy fría, denominada Pequeña Edad de Hielo.
Ya en el siglo XXI, científicos del Danish National Space Center, analizando las manchas solares de los últimos cuatro siglos y medio, hallaron una estrecha correlación entre la temperatura de la Tierra y el índice de actividad solar. La línea roja recoge la evolución de la temperatura terrestre, y la negra la actividad solar desde 1550.
Sabemos que las manchas solares provienen de zonas con intensa actividad magnética, que lanzan ráfagas intensas de radiación, por lo que a mayor cantidad de manchas solares, mayor radiación, y por tanto temperaturas más elevadas. Observaciones en la Antártida (datos del Harvard Smithsonian Center for Astrophisics), muestran la estrecha correlación que guarda la evolución de la temperatura (línea roja), con la de la radiación solar (línea negra).
La cantidad de radiación solar que nos llega, depende también de las variaciones de la órbita terrestre. El astrofísico Milutin Milankovitch calculó en el primer tercio del siglo XX, como afectaban dichas variaciones a la radiación solar que llegaba hasta la Tierra, y por lo tanto, al clima. En 1920 publicó un trabajo titulado «Teoría matemática de los fenómenos térmicos producidos por la radiación solar», en el que incluía una gráfica que, décadas más tarde, se haría famosa: la curva de insolación de la superficie terrestre.
La línea ondulada representa la variación de la temperatura media de la Tierra a lo largo del tiempo. El momento actual, el año cero, aparece como una línea vertical en el centro del gráfico. Hacia la izquierda, la curva representa variación de la temperatura en el pasado, mientras que la progresión hacia la derecha indica la evolución prevista en el futuro. La escala horizontal de la parte superior muestra el transcurso del tiempo, en intervalos de 10.000 años. La escala vertical refleja la variación de la temperatura media terrestre, con aumentos y disminuciones en torno al 3% del valor medio.
A pesar de su indudable importancia, los trabajos de Milankovitch cayeron en el olvido hasta que fueron resucitados por los sondeos realizados en el casquete glaciar de Groenlandia, donde el hielo almacenado en capas, cada una de ellas correspondiente a la precipitación de un año, alcanza varios miles de metros de espesor. La tecnología actual permite extraer y analizar el aire conservado en los cristales de hielo, y su estudio ha aportado una valiosísima información sobre la composición de la atmósfera terrestre y la temperatura del planeta en los últimos 800.000 años. La gráfica muestra cómo las variaciones de temperatura de la Tierra obedecen a un patrón cíclico cuyo intervalo tiende a ser de 100.000 años.
La coincidencia de estos ciclos con las predicciones de Milankovitch se hace evidente en esta gráfica que compara los resultados de los últimos 150.000 años, obtenidos en Groenlandia (línea negra), con las predicciones de Milankovitch (línea roja). El paralelismo entre ambos es sumamente significativo. Investigaciones posteriores realizadas en la Antártida han llegado a los mismos resultados.
LAS NUBES Y LA RADIACIÓN CÓSMICA.
Pero además de las emanaciones volcánicas y de las manchas solares, la presencia de nubes afecta también a la radiación solar que se recibe. Todos sabemos que, cuando, en un día soleado, el cielo se nubla, la temperatura se enfría ligeramente. El fenómeno de formación de nubes es bien conocido. El aire caliente se eleva hasta que el vapor de agua se condensa. La formación de nubes se ve estimulada por la presencia de partículas en suspensión que favorecen esa condensación, y por un tipo de radiación diferente de la del sol: la radiación cósmica. Nuestro planeta está siendo bombardeado constantemente por las partículas subatómicas de la radiación cósmica, llamada así por tener su origen en el espacio exterior.
Ahora bien este flujo de radiación cósmica no es constante, ya que los rayos solares dificultan su entrada en la atmósfera terrestre. Cuanto más activo se muestra el sol, menos radiación cósmica llega a la tierra, con lo que la formación de nubes disminuye, aumentando la insolación y la temperatura. El estudio de los meteoritos, que sufren el bombardeo de la radiación cósmica, ha permitido conocer sus variaciones durante los últimos 500 millones de años, y el análisis de los restos biológicos fósiles, la evolución de la temperatura en la Tierra en ese periodo.
La línea roja que recoge la evolución de la temperatura, y la negra de evolución de la radiación cósmica, muestran su carácter opuesto: las temperaturas tienden a ascender cuando disminuye la intensidad de la radiación cósmica, es decir, al debilitarse el proceso de formación de nubes.
RESPONDIENDO A LA PRIMERA CUESTIÓN.
En base a lo expuesto, la respuesta a la pregunta de si es el hombre el responsable del calentamiento del planeta, forzosamente tiene que ser negativa: el cambio climático no se ha desencadenado, ni surgido de repente, a consecuencia de las actividades humanas, sino que se trata de un proceso natural que viene dándose desde el principio del planeta, mucho antes de que la humanidad hiciese acto de presencia en él. Los ritmos de variación de la temperatura resultan constantes, o aleatorios, según sea la escala temporal elegida.
Observando la historia completa del planeta no se aprecia ninguna secuencia, pero si nos centramos en lo ocurrido en los últimos 800.000 años, de acuerdo con las previsiones de Milankovitch, se trataría de un proceso cíclico.
Los cambios climáticos que nuestro planeta viene experimentando desde su inicio, no tienen un origen único, ni simple, y la interacción entre los diversos factores en juego, configuran un complejo panorama, al cual, evidentemente, no son ajenas las actividades humanas. Determinar su impacto, es decir, saber si éste es importante o insignificante, y qué parte del incremento de temperatura se debe a las emisiones humanas frente a los factores naturales, es lo que trataremos de averiguar.
RESPONDIENDO A LA SEGUNDA CUESTIÓN.
¿TIene el ser humano la capacidad de detener y revertir el calentamiento global?
Durante miles de millones de años el cambio climático ha estado determinado por los fenómenos naturales descritos. Sea cual sea la contribución humana al cambio climático, las acciones para corregirlo, en el mejor de los casos, tendrían tan sólo un efecto parcial. Porque, hagamos lo que hagamos, se formarán nubes, los volcanes seguirán activos, el sol continuará variando la intensidad del calor que nos envía, la radiación cósmica seguirá llegando a la Tierra, y la órbita de nuestro planeta seguirá mutando, obedeciendo a los dictados de la mecánica celeste.
Es decir, que por mucho que nos empeñemos, resulta totalmente imposible detener, y mucho menos revertir, el actual ciclo de calentamiento (el último de una larga serie), que se inició hace ahora algo más de 18.000 años. Como mucho, suponiendo que fueran nuestras actividades las que estuvieran modificando el clima de forma significativa, a lo máximo que podríamos aspirar sería a recuperar el ritmo natural de calentamiento.
Sin embargo a la opinión pública se le ha hecho creer que las actividades humanas son las responsables máximas del cambio climático, y que puede reducir el proceso de calentamiento global si se lo propone. Una idea que va acompañada de una fuerte sensación de pesimismo, de miedo sobre el futuro del planeta, y del convencimiento de que ya es demasiado tarde para reaccionar, y que el mundo se dirige hacia un catastrófico final.
RESPONDIENDO A LA TERCERA CUESTIÓN: EL FALSO CONSENSO CIENTÍFICO.
Una noticia reciente afirmaba que en una revisión de 88.125 artículos publicados entre el 2012 y el 2020 en revistas científicas, el 99,9% coincidían en que el cambio climático era causado por las actividades humanas. Una ficticia impresión de unanimidad que se ha impuesto en la conciencia colectiva como si fuera un tema cerrado, y que se ha visto reforzada por los informes que periódicamente emite el IPCC (International Panel on Climatic Change), un grupo de estudio integrado por científicos de todo el mundo, promovido por la ONU, cuyas hipótesis se presentan como verdades absolutas.
En 1996, al comienzo de la andadura de ese comité de expertos, el prestigioso científico norteamericano Federick Seitz, que llegó a ser presidente de la Academia Americana de Ciencias, publicó una carta en el Wall Street Journal denunciando que el primer informe del IPCC había sido manipulado a espaldas de sus autores, ya que algunos puntos importantes habían sido suprimidos, y en particular la falta de correlación entre el cambio climático y los gases de efecto invernadero, señalando que no podía atribuirse el calentamiento observado a las actividades humanas. El comité coordinador del IPCC se vio obligado a reconocer públicamente que, en efecto, se habían eliminado esas conclusiones atendiendo a las indicaciones de algunos gobiernos y ONGs. Otro escándalo, denominado Climagate, estalló en 2009 cuando un pirata informático filtró correos electrónicos de miembros del IPCC, donde quedaba en evidencia la manipulación de datos, la destrucción de pruebas y las fuertes presiones para acallar a las voces discordantes.
Bjorn Lomborg, profesor universitario de Dinamarca, vinculado durante años a organizaciones ecologistas de primer nivel, ha señalado que muchas de ella exageran el discurso catastrofista para infundir miedo, y recaudar más fondos. El famoso físico italiano Antonino Zichichi, Presidente de la Sociedad Europea de Física y de la Federación Mundial de Científicos, ha declarado que “el calentamiento global depende de la potencia del Sol, que controla el 95% del proceso. Atribuirlo a las actividades humanas carece de fundamento científico”. Esa es también la opinión de Ivar Giaever, premio Nobel en Física, y ex – integrante del IPCC, que abandonó voluntariamente, que ha criticado públicamente las presiones para que no se publiquen trabajos en las revistas científicas más importantes que contradigan los dictámenes oficiales del IPCC.
La politóloga alemana Elizabeth Noelle – Neumann, ha señalado que la opinión pública constituye un arma de control social que hace que los individuos adapten su comportamiento a la corriente dominante. Pero conviene recordar que la Ciencia no se rige por criterios democráticos, y que el hecho de que exista una mayoría de publicaciones a favor de una hipótesis, no implica que sea la correcta. Recordemos a Galileo.
En 2006, 32 científicos de prestigio internacional en el ámbito de la climatología, firmaron la Declaración de Hohenkammer, asegurando que no hay base científica para sostener que el calentamiento global se debe a los llamados gases de efecto invernadero. En marzo de 2009, un centenar de científicos norteamericanos publicaron en diversos periódicos, previo pago, ya que se negaban a publicarlo, un artículo con el expresivo título: «Con el debido respeto, señor Presidente, eso no es cierto», refiriéndose a las tesis del IPCC.
En junio de ese mismo año, 60 científicos alemanes publicaron una carta abierta a la canciller alemana Ángela Merkel, expresándose en el mismo sentido. Y en 2010, 1000 investigadores de diversos países y disciplinas, firmaron un manifiesto similar que presentaron en la Conferencia sobre el Clima de ese año. Más recientemente, en septiembre de 2019, la Fundación de Inteligencia Climática (CLINTEL), entidad que agrupa a más de 500 científicos de todo el mundo, envió al secretario General de la ONU un documento negando el papel del CO2 en el calentamiento global, señalando que no existe emergencia climática, ni motivo para el pánico.
A ellos hay que unir a Pascal Richet, investigador del Institut de Physique du Globe de Paris desde hace 35 años, que cuenta con numerosos premios en su trayectoria, que ha publicado recientemente un artículo con el ilustrativo título de: «Clima y CO2: la evidencia frente al dogma», donde además de hacer hincapié en la falta de relación causa – efecto entre ambos, afirma taxativamente «que los efectos del CO2 sobre el clima son mínimos, no es, ni mucho menos, una conclusión nueva, aunque los que ya lo han establecido sobre bases científicas, chocan con el pretendido “consenso” sobre esta cuestión. En realidad, esta noción de consenso no es pertinente, porque la historia de la ciencia no es más que un largo paseo por el cementerio donde descansan en paz las ideas aceptadas durante mucho tiempo. Más bien sirve de justificación para desterrar del debate cualquier idea heterodoxa que cuestione el dogma.
Como ha experimentado el autor de estas líneas, el rasgo más inquietante del debate sobre el clima es el intento de descalificar al adversario. Sorprendentemente, la libre discusión en que se ha basado el progreso científico ha sido sustituido por acciones propias del totalitarismo, como la difamación, el intento de silenciamiento y la persecución del disidente bajo amenaza de ostracismo. Quizá Aristóteles, con su lógica, pensaría que esta violencia y esta imposición son en sí mismas un indicio de en qué lado del debate se encuentra la verdad».
LO QUE DICE LA CIENCIA.
Los datos conservados en las rocas, en los sedimentos, en los fósiles y en el hielo, permiten afirmar sin género de duda que, a lo largo de miles de millones de años, se han registrado en nuestro planeta infinidad de cambios climáticos similares, e incluso mucho más pronunciados.
La evolución de la temperatura media del planeta depende de la iluminación solar que recibe, de la intensidad de la actividad volcánica, de las manchas solares, de la radiación cósmica, y de los modificaciones de la órbita terrestre. Dichos procesos espontáneos, que están fuera del control humano, se hallan tan vigentes en la actualidad como hace millones de años.
Quiero dejar claro, que estoy a favor de controlar, no sólo las emisiones de gases, sino también los vertidos tóxicos, el uso incontrolado de plásticos, etc. Pero la necesidad de poner freno a la contaminación no debe ocultar las verdaderas causas del calentamiento global.
EL CO2 Y EL EFECTO INVERNADERO.
El efecto invernadero es un fenómeno natural ocasionado por algunos gases presentes en la atmósfera (como vapor de agua, dióxido de carbono CO2, metano CH4, ozono O3), que tienen la capacidad de retener parte de la radiación reflejada por la superficie terrestre, evitando que escape al espacio exterior. Este proceso, que siempre había sido considerado beneficioso, ya que gracias a él la temperatura del planeta se mantiene en un nivel adecuado para la vida, ha pasado en poco tiempo de héroe a villano. Y dentro de esa lista, el CO2 se ha convertido en el culpable principal del calentamiento global.
No cabe duda que la actividad humana está contribuyendo al aumento de los niveles de CO2 en la atmósfera, pero los datos demuestran que los valores actuales de dióxido de carbono no representan ninguna anomalía en la historia del planeta. Conocemos la relación que guarda el CO2 con la temperatura en épocas pasadas, gracias a los datos obtenidos en los sondeos del casquete glaciar de Groenlandia. Extrayendo y analizando el aire retenido en los cristales de hielo, se ha podido obtener una información valiosísima sobre la evolución de la composición de la atmósfera terrestre y su contenido en CO2 .
Esta es la evolución de la temperatura (línea roja), comparada con la del CO2 (línea azul), durante los últimos 400.000 años. El paralelismo entre ambos muestra una acusada vinculación entre ellos, y por eso, en 2006, Al Gore utilizó esta imagen en su video sobre el calentamiento global titulado «Una verdad incómoda», asegurando tajantemente que era el aumento de CO2 el causante de la elevación de la temperatura.
Sin embargo, si se examina con más detalle el gráfico, se comprueba que es la temperatura (línea roja), la que tiende a preceder en el tiempo al aumento de CO2 (línea azul). Comportamiento que se hace todavía más evidente si nos fijamos en lo sucedido los últimos 150.000 años.
Este desfase temporal entre el CO2 y la temperatura podemos volver a confirmarlo examinando el periodo comprendido entre 235.000 y 245.000 años, que muestra claramente como el pico de valor máximo de temperatura se alcanza 800 años antes que el máximo de CO2.
La razón puede deberse a que la solubilidad del CO2 en el agua disminuye al aumentar la temperatura. Teniendo en cuenta que el agua de los océanos es el principal contenedor de dióxido de carbono, al elevarse la temperatura de los océanos, crecen sus emisiones a la atmósfera, pero siempre con un cierto retraso temporal, ya que se necesita tiempo para calentar la enorme masa de agua.
Sí realmente existe una relación causa – efecto entre el aumento del CO2 y el calentamiento global, este actúa en sentido contrario al propuesto, puesto que es el incremento de la radiación solar que llega al planeta, el que al calentar las aguas de los océanos, hace que éstos emitan más CO2 aumentando el nivel de este gas en la atmósfera, y no al revés.
En esta imagen, de fuentes de la NASA, se aprecia como en el intervalo entre 1945 y 1975, a pesar de ser el momento en que se generalizó el uso del automóvil, que produjo un considerable aumento de las emisiones humanas de CO2 a la atmósfera (línea azul), la temperatura (línea roja), no creció en paralelo, sino que incluso descendió como indica la flecha.
La misma falta de correlación se observa si comparamos la evolución de la temperatura con las emisiones humanas de CO2, en el intervalo comprendido desde 1850 hasta la actualidad. La línea negra representa las emisiones humanas, la línea roja el promedio de anomalía térmica global, y la línea azul de trazos la tendencia general de la evolución térmica. Desde 1970 hasta la actualidad, las emisiones de dióxido de carbono y las anomalías térmicas ascienden a medida que avanza el tiempo, mientras que la temperatura sufre bruscas oscilaciones, independientes del ritmo de emisiones de CO2. Una discordancia que indica que los cambios de temperatura dependen de parámetros ajenos al efecto invernadero.
Los datos recabados en la Antártida, entre los años 1890 y 2000, por diversas organizaciones científicas, incluyendo la NASA, prueban que es la radiación solar la responsable de esas discrepancias. La imagen de la derecha, muestra la estrecha correlación existente entre la evolución de la temperatura (línea roja) y la radiación solar (línea negra), con trayectorias prácticamente idénticas. En cambio, en la imagen de la izquierda, donde la línea azul corresponde a la variación de CO2 en la atmósfera, y la línea roja a la temperatura, ambos parámetros se muestran independientes en la mayor parte del trazado. Observando las dos gráficas, se aprecia que la evolución de la temperatura depende de la radiación solar, y no del CO2.
Ahora bien, para que exista una correlación causa – efecto entre dos fenómenos, esa interrelación debe darse en todo momento, y no sólo en determinados intervalos temporales. Existen además otros factores que deben ser tenidos en cuenta para comprender el comportamiento del CO2 en la atmósfera.
Comparando la evolución de las emisiones humanas de CO2 (línea negra), con la evolución de ese gas en la atmósfera (línea roja), desde 1960 hasta la actualidad, resulta llamativo que, durante un periodo de 60 años, el contenido de CO2 en la atmósfera haya estado aumentando a un ritmo prácticamente constante (la línea roja es casi una recta), a razón aproximadamente de 1,6 ppm cada año, sin acusar el incremento de las emisiones humanas, que han crecido considerablemente durante ese período, lo que prueba que la variación de la cantidad de CO2 en la atmósfera sigue un ritmo independiente de las emisiones humanas:
Y es que no pueden olvidarse los mecanismos autorreguladores que la propia naturaleza usa para controlar la composición de la atmósfera, como son los procesos de meteorización de los silicatos, que contribuyen a la extracción de CO2 de la atmósfera, y muy especialmente el mundo vegetal. Con frecuencia suele olvidarse que el aumento de la temperatura del agua del mar implica un crecimiento muy importante del fitoplancton, que posee una inmensa capacidad de actuar como sumidero de CO2, mayor aún que la selva amazónica, lo que permitiría explicar por qué los valores de CO2 en la atmósfera no aumentan tanto como lo hacen las emisiones humanas.
EL ALARMISMO CLIMÁTICO Y LOS SESGOS ESTADÍSTICOS.
A pesar de todos estos datos y evidencias, durante las últimas décadas, la estadística se ha ganado el dudoso prestigio de ser una ciencia en la que los resultados pueden ser elásticamente estirados como se desee, a pesar del rigor matemático de sus cálculos. Con sentido del humor, suele decirse que existen tres tipos de verdades: las verdades desnudas en sentido estricto, las verdades a medias, y las verdades estadísticas. Los usuarios de esta última disciplina (de alguna manera, todos lo somos y sufrimos las consecuencias), conocemos su indudable utilidad, pero también los peligros que encierra cuando no se utiliza correctamente. Esta capacidad de manipulación, por las posibilidades que ofrece, tanto para la presentación sesgada de los datos, como para su interpretación, ha merecido un libro titulado «Cómo mentir con estadísticas» (2015), que se convirtió en el manual más vendido de esta rama de la ciencia en la segunda mitad del siglo XX.
La manera más efectiva de sesgar los análisis estadísticos hacia los objetivos deseados, es seleccionar los datos a utilizar para obtener los resultados esperados. Un claro ejemplo es cómo se pueden obtener conclusiones diametralmente opuestas del cambio climático en función del intervalo temporal seleccionado.
En esta figura, que refleja la evolución de la temperatura durante los últimos 65 millones de años, se observa que la tendencia general a largo plazo es hacia el enfriamiento:
Ahora bien, si nos fijamos en los últimos 400.000 años, vemos que la línea azul discontínua que representa la tendencia general de la temperatura, presenta altibajos, aunque la tendencia general es igualmente decreciente:
La comparación entre estas dos últimas gráficas demuestra, cómo al cambiar el intervalo temporal de observación, y centrarse en un periodo más corto, la tendencia general decreciente se atenúa, adoptando un perfil ligeramente ondulado, prácticamente plano. Por tanto si se contempla un período de manera aislada, resulta imposible saber si el ascenso térmico constituye un hecho aislado coyuntural, o forma parte de la tendencia dominante.
EL PAPEL DEL IPCC.
Las dudas aumentan todavía más, cuando, además de seleccionar un intervalo excesivamente corto, se mezclan datos diferentes. Este es el caso de la última versión que el IPCC ha publicado de la evolución de la temperatura del planeta en los dos últimos milenios.
Esta gráfica, denominada popularmente «el palo de hockey” (debido a la brusca elevación final, casi perpendicular, de la temperatura), ha sido elaborada integrando medidas termométricas reales, con estimaciones de temperatura. Como no existían medidas de termómetros antes del siglo XIX, para corregir esa carencia, y hacer corresponder por ejemplo, el anillo de crecimiento de un árbol con una determinada temperatura, se han aplicado técnicas estadísticas. Y, precisamente en los métodos utilizados se centran las críticas.
La publicación del palo de hockey a finales del siglo XX, proclamando que el planeta está experimentando un calentamiento drástico sin precedentes, generó una enorme alarma social. Un revuelo comprensible, ya que el palo de hockey supone un repentino cambio de tendencia, coincidente con el inicio de la época industrial, que permite establecer una clara correlación entre la actividad humana y el calentamiento global.
Los datos recabados en los sondeos de Groenlandia indican la existencia de un periodo muy cálido (con temperaturas muy similares a las actuales), al principio del último milenio (Óptimo Medieval), seguido de un periodo muy frío al comienzo de la Edad Moderna (Pequeña Edad de Hielo).
Las cálidas temperaturas de los primeros años del milenio, durante el Óptimo Medieval, permitieron a los vikingos colonizar un extenso territorio, que fue bautizado como Greenland, es decir, país verde, la actual Groenlandia. Pero sólo pudieron aguantar allí unos pocos siglos, porque cuando de nuevo comenzaron a descender las temperaturas, durante la Pequeña Edad de Hielo, y la agricultura se tornó imposible, tuvieron que irse. Durante ese período extremadamente frío, se llegó a congelar el Támesis en Londres, y los canales de Holanda y Venecia. No deja de ser llamativo que oscilaciones térmicas tan marcadas, sean totalmente ignoradas en el palo de hockey.
A la luz de estas evidencias, resulta razonable pensar que la gráfica del IPCC no refleja fidedignamente la evolución climática del planeta. Y, cabe preguntarse: ¿por qué el trabajo del IPCC se centra únicamente en estudiar un período de dos milenios, cuando obviamente se tendría una panorámica más completa, objetiva y equilibrada si la visión se ampliase, y se tomase en consideración toda la evolución climática del planeta? Porque si se compara el ciclo actual de calentamiento, con los experimentados por el planeta en etapas anteriores, las responsabilidades de la humanidad en el cambio climático, desaparecen.
LAS PREVISIONES DEL IPCC.
Es innegable que la temperatura media del planeta está aumentando, y que el hielo de los glaciares está retrocediendo. Pero la desertización del Sahara se inició hace miles de años, mucho antes del inicio de la era industrial. De entre las innumerables imágenes fraudulentas que han sido lanzadas a la opinión pública, se reproduce este montaje fotográfico (publicado en el periódico La voz de Asturias en septiembre de 2021), donde las dunas del Sahara llegan a los pies de los Picos de Europa, preludio de la inminente desertización de la península.
Ni tampoco suele ser muy correcta la información que se difunde sobre los lagos que se encuentran en proceso de desecación. El de mayores dimensiones, y más conocido de todos, el mar de Aral, situado entre Kazajistán y Uzbekistán, actualmente sólo conserva el 5% de su extensión original, pero la razón primordial de su pérdida de agua, no es la desertización, ni el calentamiento global, sino la actividad humana, ya que durante buena parte del siglo XX, los dos ríos principales que lo nutrían, el Amu Darya y el Syr Darya, fueron desviados y canalizados hacia zonas agrícolas para favorecer cultivos intensivos. Esta modificación de la red hidrográfica hizo que el lago perdiese el 80% del caudal que lo alimentaba.
Hay que recordar otra vez que las predicciones de evolución de la temperatura están basadas en modelos estadísticos de proyección hacia el futuro; simulaciones por ordenador basadas en cálculos hipotéticos que con frecuencia son presentados como si se tratase de hechos probados.
Esta imagen, elaborada por el profesor John Christy, físico atmosférico de la Universidad de Alabama, compara las temperaturas reales observadas, con las calculadas estadísticamente, durante el periodo que va de 1975 a 2015:
El valor “0” del eje de ordenadas muestra las variaciones de temperatura. La línea de cuadrados azules corresponde al promedio de observaciones realizadas mediante satélites, la línea de círculos verdes a las obtenidas con globos sonda meteorológicos, y la línea de rombos rosados al promedio de las dos, mientras que la línea roja representa la media de previsiones estadísticas obtenidas con modelos informatizados de predicción climática como los utilizados por el IPCC. La tozuda realidad indica, conforme las mediciones realizadas, que durante los últimos 40 años, desde 1975 a 2015, la temperatura aumentó tan solo 0,3º, en vez del 1% previsto.
No es aceptable que un modelo climático se centre en un intervalo temporal tan corto como los dos últimos milenios, que representa apenas el 0,00007% de los 3.500 millones de años de historia del planeta, sin tener en cuenta los ciclos planetarios y cósmicos. Y no deja de resultar muy revelador que los modelos de evolución climática sean más o menos concordantes con las observaciones realizadas durante las dos últimas décadas del siglo XX, y que la divergencia comience a partir de la fecha de creación del IPCC, cuyos pronósticos tienden sistemáticamente a exagerar el calentamiento. Como se puede apreciar en la imagen anterior, ninguna de sus predicciones se ha cumplido hasta la fecha.
Si queremos saber lo que realmente puede pasar al elevarse la temperatura, debemos prestar atención a lo que sucedió en el pasado. Hace ahora entre 20 y 60 millones de años, durante uno de los periodos más cálidos de la historia de la Tierra, las temperaturas alcanzaron valores 6 grados por encima de la temperatura preindustrial. La línea de color rojo representa la evolución de la temperatura media del planeta, mientras que la línea azul refleja la aparición de nuevas especies. La correlación entre ambas es evidente. De ahí que el aumento de temperatura no represente ningún obstáculo para el desarrollo de la vida, sino al contrario.
LAS VARIACIONES DE CO2 EN LA ATMÓSFERA, Y DEL NIVEL DEL MAR.
Si examinamos la evolución térmica del planeta, vemos que la aparición del hombre sobre la Tierra coincidió con un periodo relativamente frío. Antes del cuaternario, predominaron los climas cálidos, y la última glaciación tuvo lugar hace unos 25 millones de años, con un sólo polo cubierto de hielo en el hemisferio Sur. Para encontrar una situación similar a la actual, con los dos polos cubiertos de hielo, debemos remontarnos al final del Paleozoico, hace más de 260 millones de años.
Lo que desde nuestra perspectiva es la normalidad (lo que ha existido desde que el ser humano puso el pie sobre la Tierra), las épocas glaciares como la actual, en realidad han sido una rareza, abarcando poco más del 10% del total de la historia climática de la Tierra. Y lo mismo puede decirse del porcentaje atmosférico de CO2, ya que los valores actuales pueden considerarse muy bajos en comparación con los de tiempos pasados.
Aquí podemos ver que, hace unos 520 millones de años, el contenido atmosférico de CO2 llegó a ser de unas 10.000 ppm, más de 25 veces el valor actual. Por el contrario, el presente contenido de CO2 en la atmósfera (400 ppm), no ha sido nunca tan bajo en el pasado, salvo en el período de entre 350 y 250 millones de años. A la luz de estos datos, resulta difícil sostener que las concentraciones de CO2 son peligrosas para la salud del planeta y la vida sobre la Tierra.
Uno de los temores que más ha calado en la población ha sido el miedo a que el mar invada la tierra firme, profetizando un Mediterráneo sin playas. En 2001, el IPCC anunció que el nivel medio mundial del mar se elevaría 0,14 metros entre 1990 y 2025, a un ritmo de 4 milímetros al año, y que ese ritmo se aceleraría hasta 5,3 milímetros al año entre 1990 y 2050. En 2021 el IPCC actualizó sus previsiones, elevando dicho ascenso a 5,5 milímetros al año hasta 2100. Pero hay datos que apuntan a una velocidad sensiblemente menor. Así por ejemplo, el informe CLIVAR de 2010, basado en medidas de mareógrafos en las costas españolas del Atlántico, indica aumentos del orden de 2 mm/año para la segunda mitad del siglo XX.
En esta imagen el valor “0” y la línea negra discontinua horizontal corresponde al nivel actual del mar, la línea roja de la mitad superior a la variación de la temperatura media del planeta, y la línea azul de la mitad inferior a las variaciones del nivel medio del mar registradas durante los últimos 400.000 años.
Se observa un estrecho paralelismo entre la evolución de la temperatura y la variación del nivel del mar. Una correlación totalmente lógica si tenemos en cuenta que la causa primordial del ascenso del nivel del mar es la fusión de los hielos glaciares. Al calentarse el planeta, los hielos se funden y el agua del deshielo hace que la línea de costa avance tierra adentro. Además, al aumentar la temperatura del agua, ésta sufre una dilatación, aumentando de volumen.
Los registros fósiles muestran que, sólo en los últimos 60 millones de años, ha habido cientos de ciclos de calentamiento y enfriamiento similares, asociados a los correspondientes ascensos y descensos del nivel del mar. Así pues la lenta elevación de las aguas que se observa hoy, no representa en absoluto una situación anómala, ni excepcional, creada por el hombre, sino que forma parte de los ciclos naturales, porque el nivel del mar, al igual que la temperatura, nunca ha sido estable, ni puede serlo.
En la época más reciente, el momento más frío del último ciclo, el pico glaciar, tuvo lugar hace 20.000 años. Los datos geológicos indican que, en ese momento, el nivel de las aguas se hallaba 120 metros por debajo del actual, y desde entonces ha venido elevándose. Algo que demuestra la gruta de Cosquer en Francia, que se encuentra sumergida ahora a 36 metros de profundidad bajo las aguas del Mediterráneo.
El ascenso del nivel del mar durante los últimos miles de años no ha tenido lugar a un ritmo uniforme, ya que al igual que con la temperatura, se producen pequeñas oscilaciones y cambios de tendencia, pero un sencillo calculo, dividiendo el aumento de la cota marina, 120 metros, por el tiempo transcurrido, 20.000 años, nos da un promedio de crecimiento de 6 mms. al año. Es decir, que la elevación del nivel del mar durante los últimos 20.000 años, se ha producido a un ritmo más rápido que los 5,5 mms. al año que el IPCC atribuye a la actividad humana.
¿Por qué pues considerar anómalo y catastrófico un ritmo de ascenso que encaja perfectamente con lo que viene haciendo la naturaleza desde mucho antes de la sociedad industrial? ¿Dónde está la correlación entre el aumento de emisiones de dióxido de carbono, y el aumento del nivel de las aguas? Si realmente estuviese ocurriendo un calentamiento extraordinario, fuera del rango de los ritmos naturales, ¿no debería darse también una elevación anómala del nivel del mar?
A pesar de estas evidencias, el IPCC manifiesta que su previsión de aumento del nivel del mar de 5,5 mms. al año, es el valor mínimo, que sólo se podrá alcanzar si la humanidad cumple lo acordado en la Cumbre del Clima de París, ya que, en caso contrario, podría triplicarse hasta el año 2100, llegando a alcanzar 16,5 mms. al año, o incluso más, si el planeta sigue calentándose, y se produce un deshielo total de los polos.
Resulta verdaderamente difícil encontrar justificación alguna a tal alarmismo, cuando, después de casi dos siglos de actividad industrial, el nivel del mar está ascendiendo a velocidades inferiores al promedio de las registradas durante los últimos 20.000 años. Pero es que hay más hechos que desmienten esos pronósticos. Una información hecha pública recientemente por la Organización Meteorológica Mundial y Copernicus en noviembre de 2022, señala que las temperaturas en Europa han aumentado más del doble de la media mundial en los últimos 30 años, a pesar de que las emisiones de gases de efecto invernadero han disminuido un 31% en el continente en ese tiempo.
La ofensiva contra los gases invernadero está olvidándose de otras tareas esenciales para nuestra supervivencia que dependen de nosotros. Es evidente que la actividad humana perjudica la salud ambiental del planeta. Se están talando selvas, se están vertiendo a la atmósfera, lagos, ríos y mares, productos tóxicos, los plásticos invaden los océanos, se abusa de herbicidas y pesticidas, se está fomentando la obsolescencia programada de aparatos, etc., mientras que toda la atención está focalizada en el cambio climático y las emisiones de CO2. Resulta utópico intentar detener el calentamiento global y el ascenso del nivel del mar, porque la temperatura del planeta seguirá cambiando hagamos lo que hagamos, mientras que el freno a la contaminación depende exclusivamente de nosotros, y sin embargo no lo abordamos en serio.
Nuestros antepasados cromañones que decoraban las paredes de la cueva de Cosquer, ignoraban que con el paso del tiempo se vería cubierta por la aguas. Pero nosotros sí lo sabemos, y nuestros esfuerzos debieran encaminarse a adaptar nuestro hábitat a los cambios que se avecinan, con la misma mentalidad con la que preparamos nuestra casa o nuestra ropa cuando vemos que se acerca el verano, sabiendo que no podemos hacer nada por evitar su llegada.
(Extracto. Adaptación libre)
NOTA 1: La Tierra tuvo la misma hace temperatura hace 550 millones de años con 7.000 ppm de CO2, que hace 100 millones de años con 1.500 ppm (https://www.rankia.com/blog/game-over/2593152-creo-calentamiento-global-si?page=1)
NOTA 2: Sólo el 3% de las emisiones de CO2 del planeta proceden de las actividades humanas (https://twitter.com/danialonpri/status/1653444488725921807?s=20)
🚨El CO2 NUNCA ha CAMBIADO el CLIMA🚨
Ian Rutherford,Profesor de Geología de la Universidad de Adelaida:
“En el pasado con MUCHO más CO2 hubo GLACIACIONES¿Cómo se explica eso con el CALENTAMIENTO GLOBAL actual?”
Cada DÍA más y más CIENTÍFICOS se ATREVENpic.twitter.com/aVIFfx0rBZ
— Daniel Alonso – La SemiYA (@danialonpri) May 2, 2023
Fuentes: https://astillasderealidad2.blogspot.com/2022/12/el-calentamiento-actual-no-ha-sido.html
https://www.icog.es/TyT/index.php/2022/11/la-geologia-versus-el-dogma-climatico-1a-parte/
Bjorn Lomborg: El ecologista escéptico
Imágenes y Gráficos: Enrique Ortega Gironés|Levante – EMV|Red Española de Filosofía|A Z Quotes|Tiempo Vivo|Planeta de Libros|Significados.com|
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