Para habitar un planeta donde los plásticos no sustituyan a los animales, a los jóvenes se les mentaliza con que tienen que empezar a disminuir su nivel de consumo (algo casi imposible porque el capitalismo está obligado a crecer sin freno), cuando lo único eficaz sería cambiar de modelo.
Las campañas de culpabilización dirigidas a ellos pretenden conseguir que acepten de buen grado la miseria a que se van a ver abocados, pensando que lo hacen así por el bien de la Tierra.
Sus manifestaciones de protesta quedan muy bien de cara a la galería, y el autoengaño podrá calmar su desasosiego mejor que el trankimazin, pero sólo con gestos, sin lucha, no se salvarán ni ellos ni el planeta.