El estado es un aparato, una tecnología de poder que concentra y centraliza las energías de la sociedad. Una megamáquina compuesta de piezas móviles humanas como la bautizó en su día Lewis Mumford. El instrumento fundamental de dominación de la la élite en el poder.
En todos los estados, sean de un signo u otro, una minoría se vale de ellos para sojuzgar y explotar a la mayoría. El estado, al igual que el mercado, la tierra o las fábricas, tiene dueños. Y estos son indefectiblemente las personas más poderosas e influyentes de la sociedad.
Para justificar su existencia, el estado moderno tiene que proporcionar cierto grado de seguridad, bienestar y orden: el mal llamado estado de bienestar; concesión gratuita y regalo envenenado a cambio del cual sus ciudadanos tienen que acatar voluntariamente la violencia institucional y las leyes hechas al dictado de sus amos, tragar con el espionaje colectivo, aceptando la desigualdad, la partitocracia, el paro, el subempleo y la corrupción como males inevitables e inherentes al sistema.
El estado existe para defender los intereses de los más poderosos, no de todos. Existe porque resulta más eficaz manipular conciencias que controlarlas por la fuerza, aunque no vacile en recurrir a ésta cuando la domesticación y la propaganda fracasan o se muestran insuficientes para contener a la gente.
El estado durará lo que nuestra resignación aguante, pero que nadie olvide que en vez de ser el garante de nuestra libertad es en realidad el arma para despojarnos de ella.
La democracia y el triunfo del Estado, Félix Rodrigo Mora:
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