Aurora Mateos conoce casi todas las prisiones de España. Ha pasado encerrada dos terceras partes de sus casi 60 años de vida, encadenando condenas por tráfico de drogas dentro y fuera de prisión. Perdió a sus cuatro hermanos por la droga y ahora, en la calle, gracias a un permiso por enfermedad, cuida de su hija enferma así como de su nieta y sobrinos.
Su mundo, tan pegado al nuestro, se ha desarrollado desarrollado casi siempre en los pocos metros cuadrados de una celda: “Sigue siendo tan fácil meter una navaja o droga en la cárcel como hace 40 años. Y el que tiene droga en prisión es el que parte el bacalao, porque allí la droga es la moneda de más valor. En la cárcel, como en el exterior, hay presos VIP, normales, currantes y esclavos”.
“Me peleaba con el sistema, con las presas que iban de matonas, con todo. Yo lo que quería era droga y lo demás no me importaba. He entrado en una galería y yo sola le he birlado todo a 60 presas. Con una navaja, obviamente. Allí metes cosas o las confeccionas. En la cárcel haces una radio con una caja de cerillas, porque ahí entras tonto y sales haciendo aviones. Tienes muchas horas para pensar y vives de observar”.
Nos citamos con esta ovetense en su barrio, Ventanielles, adonde volvió hace un año, cuando Instituciones Penitenciarias le concedió un permiso especial para salir de prisión por enfermedad: al Sida hay que sumarle un cáncer que combate con quimioterapia desde hace una década. Aunque, en realidad, no salió para cuidarse, sino para atender a su hija, una de las pocas personas en España con más de treinta años que sigue viva habiendo nacido con SIDA. Gracias al dinero que su madre ha ganado traficando en las prisiones y que ha invertido en los mejores médicos, la joven es madre de una cría de 9 años y sigue viva. Pero su estado es muy grave.
La resistencia física y la lucidez discursiva de Aurora demuestran que la fortaleza y la salud son conceptos a veces tan líquidos como la heroína a la que se enganchó antes incluso de conocer el hachís. Fue en Holanda. Sus padres, feriantes, la habían enviado con unos familiares a Francia donde estudió en un colegio internacional. Era bella, ávida de vivir la vida, y se enamoró de un muchacho con el que se fue a vivir a un poblado chabolista de Madrid.
Las primeras tres veces la encarcelaron por las marcas de aguja en los brazos, en aplicación de la Ley franquista de Vagos y Maleantes. No le pillaron droga. Eran mediados de los años setenta y decidió que si iba a terminar entre rejas “sin haber cometido ningún delito, solo por consumir”, se convertiría en traficante y, al menos así, conseguiría el dinero para drogarse.
“Las cárceles eran muy duras entonces: no había colchones, las ratas y las cucarachas eran enormes, de comer nos daban agua con unas pocas lentejas…”. Aurora ha conocido y participado en las reivindicaciones que han impulsado mejoras en las condiciones de habitabilidad de las prisiones, donde terminó por sentir que estaba en algo parecido a un hogar. “Ha habido veces que algún recién llegado me ha preguntado cuánto tiempo llevaba presa y no me acordaba. Terminas haciendo tu mundo allí”.
Aurora se ha convertido en el quebradero de cabeza de la mayoría de los directores de las prisiones en las que ha estado: “Me han llegado a meter en una sala de aislamiento de corcho e, incluso desde ahí, he vendido”. Su avidez lectora le permitía afrontar esos castigos de días sin salidas al patio, siempre que tuviese droga y libros. Pero de eso hace ya veinte años, los que lleva sin consumir, aunque haya seguido traficando para sacar a su familia adelante. “Y lo volvería a hacer si mi gente lo necesitara”, dice ella desafiante; alguien que no habría pasado dos tercios de su vida encerrada en la cárcel si el consumo de drogas hubiera sido legal, como defienden los presidentes de Colombia, Juan Manuel Santos, de Guatemala, Otto Pérez Molina, o Pepe Mújica de Uruguay.
Parte de su atractivo radica en su franqueza, por cruda que resulte. “Cuando estás en esa situación juegas con el terror que te tiene la gente, pero con los años te das cuenta de que no, de que debes buscar el respeto. Pero cuando eres joven buscas infundir miedo y eso hace que te pongan el papelito de que no eres apta para vivir en semilibertad en un patio”.
El primer conflicto en el que Aurora sintió que el mundo –que le quedaba tan pequeño– estaba contra ella fue el ingreso:
“Lo primero que te roban es tu dignidad porque te tienes que poner en pelotas –lo que para el funcionariado tampoco tiene que ser agradable– y te frustras porque te tenían que haber traído una bata y no te la han dado. Vienes de estar tres días en calabozos, otros tantos en el juzgado, sin haberte duchado, lavado los dientes ni cambiado de ropa interior… como te violenta esa situación ya tienes el primer conflicto.
Muchas de las presas tienen enfermedades mentales, pero, como no hay habitaciones en los hospitales para los policías que tendrían que custodiarles, las mandan a prisión. Muchas veces son los propios funcionarios los que las ayudan llevándoles tabaco, ropa y asignándoles un trabajo en la cárcel. Hay un psiquiatra para 1.800 internos. He visto gente que claramente estaba enferma, que ha pasado doce años en prisión y no ha sido diagnosticada. Ahí el problema no es de los trabajadores de prisiones, sino del juez y del sistema”.
Las mujeres, que representan el 10% de los 56.000 presos en España en 2014, siguen siendo las grandes olvidadas de las prisiones, como enfatiza Aurora: “Nos arrinconan en un submódulo. En la mayoría de los sitios, si no fuera por las ONG, las mujeres no tendríamos nada que hacer, pero su entrada se deja al libre criterio del director, o como el juntar los vis a vis mensuales para que puedas pasar más tiempo con tus familiares y tantas otras decisiones”.
En cárceles exclusivas para mujeres, como la de Sevilla, el 90% de sus presas son mujeres de etnia gitana condenadas por menudeo de drogas como el hachís, y extranjeras que para poder irse por razones económicas, solo les ha quedado la vía de transportar en sus estómagos droga para redes internacionales, que a cambio les sufragan los gastos del viaje.
“Las cárceles nacieron como almacén de pobres y nunca han dejado de serlo”, decía la profesora de Derecho Penal, Paz Francés.
Pero con lo que Aurora se indigna más, ella que ha reconocido varias veces a lo largo de la entrevista que es una delincuente y que como tal debía cumplir sus condenas, es con “la gran cagada nacional: la reinserción. Hay gente que llega a prisión sin conocimientos básicos que adquirimos de niños como ducharnos, no escupir en el patio… La única solución es la reeducación, para lo que hace falta presupuesto y funcionarios. Pero como sólo hay la mitad de los que se requieren, viven asfixiados por el papeleo burocrático. También necesitamos que a las mujeres nos den cursos útiles, no manualidades, porque no nos van a servir de nada cuando salgamos”.
“La discriminación de las mujeres llega al punto de que si hay algún conflicto en un taller, o se mantienen relaciones en un módulo en el que no está permitido, a la que expulsan es a la mujer. Hay muy pocas prisiones que saquen a las mujeres para que puedan encontrarse con sus hijos e incluso han dado en adopción a niños sin que sus madres lo supieran. Como si no importaran nada. Y es verdad que cuando tienes una adicción tienes que atenderla primero porque tu cuerpo está enfermo –aunque hayas creado tú esa enfermedad– antes de atender a los demás. Pero en el momento en el que te quitan tus hijos, ya no tienes nada que perder”.
“Que es lo que más quiero, que ya llevo yo esa culpa de tener un hijo enfermo, de no haber estado en los momentos importantes… yo llevo esa carga que nunca te quitas de encima aunque el psicólogo te diga que son cosas del pasado”.
Aurora tuvo que separarse de su pequeña cuando tenía 3 años para seguir cumpliendo condena. “Pasar tantos años separadas crea un muro, no sé cómo llegar a ella. Estos niños tienen el síndrome del niño abandonado, el más difícil de curar. Por eso es tan importante que se permita conservar ese vínculo con los hijos mientras se está en prisión, aunque estén con una familia de acogida. Yo la he llamado por teléfono y he sabido al instante que estaba enferma. Al día siguiente estaba ingresada en el hospital”.
En las prisiones españolas, el 58% de los presos lo están por robo y tráfico de drogas.
“Tú creías que drogándote solo jodías tu vida, pero muchos años después te das cuenta de que tu mierda salpicó a toda la familia. Y la bola que se ha creado en esos 25 años que estuviste drogándote es tan grande, que cuando tiras del cabo nunca deshaces el ovillo, porque tiene demasiados hilos. Así que si mis chavales necesitan ir al dentista, la que se va a buscar la vida soy yo. El problema es que cuando sales de prisión, vuelves al punto de partida. Por eso mucha gente muere de sobredosis al tercer día, no de heroína sino de pastillas, porque en prisión estaban sobremedicadas, y cuando salen no tienen motivación, porque no se sienten útiles para la sociedad, ni para sus familias ni para ellas mismas”.
Fue tras la muerte de su padre cuando Aurora se desenganchó por segunda y última vez. La primera fue por el nacimiento de su niña. No fue hasta entonces cuando empezó a aceptar las visitas en prisión. Antes no quería que sus padres sufrieran porque “el que lo pasa mal es el que va. Tú tienes cama, comida peor o mejor, te buscas tus historias. Pero los que sufren son los que hacen cientos de kilómetros para verte, los que se marchan y te dejan allí. Tú vuelves contentísima a la galería porque los has visto y lo cuentas a las otras internas. Eso sí, yo nunca les he permitido pasarme droga, siempre los he tenido al margen de mis historias. Solo se beneficiaban del dinero que les sacaba”.
Aurora, que admite que si no fuera por el daño ocasionado a su familia nunca habría dejado las drogas (“estaría todo el día con la cabeza metida en un saco como un burro porque me encantaba”), terminó aceptando ser profesora de talleres en la cárcel de León para hacer méritos y acelerar así su salida. Pero puso sus reglas: en sus clases ella sería la responsable de la seguridad y el cumplimiento de las normas y no habría funcionarios. Si faltaban unas tijeras, sería su culpa. Nunca robaron ninguna. La red de confianza resistió: “en la cárcel es muy fácil porque se sabe todo”.
Mientras que en el mundo exterior la homofobia sigue en vigor, las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo gozan de mayor permisividad entre rejas. “Antes, a las mujeres que tenían una relación se les sancionaba administrativamente y se leía su nombre en voz alta en las galerías para humillarlas. Yo he visto relaciones que jamás pensé que pudieran darse. Muchos de los presas llegan muy machacadas de la calle y necesitan afecto como cualquier persona. A mí las mujeres no me dicen nada, pero son muy pocas las que no han tenido relaciones con otras mujeres. También he conocido a funcionarios e internas enamorados”.
La prostitución, masculina y femenina, también tiene lugar intramuros y, según Aurora, afecta mayoritariamente a las mujeres latinas que son las que no tienen una familia que les apoye desde fuera: “Muchas veces entran sin ni siquiera el equipaje que les quitaron en el aeropuerto, sin una tarjeta para llamar a sus familias. Los que le dieron la droga en sus países las obligan a pagarles a través de coacciones contra sus familiares, no tienen abogados y empieza la prostitución encubierta. ¿Con quién? Con los presos que tienen trabajos dentro de prisión, que son los que violaron, asesinaron, los maltratadores machistas…. los jefes de equipo de las prisiones les dan los mejores trabajos a ellos porque no suelen tener problemas con las drogas y los consideran de más confianza”.
La penúltima vez que salió de prisión su casa había ardido. Puesto que estaba a su nombre, su hija no tenía derecho a una vivienda de emergencia social. Sin nada, volvió a traficar. Aurora tiene que marcharse a recoger a su nieta, que le ha salido deportista y muy competitiva, dice.
“La cárcel no me ha servido para nada. Cuando he visto que el dueño de las clínicas Vitaldent, detenido por fraude fiscal, se había comprado un pueblo abandonado por 5 millones de euros, he pensado que qué desgraciado es este sistema. Porque si nos ponen a los presos a levantar uno de esos pueblos, enseñándonos carpintería, albañilería, fontanería… seguro que alguno iba a mangar, pero con que uno solo se sintiese útil y cambiase el chip, merecería la pena”.
“No digo hacer lo que hacen en Estados Unidos de ponerlos a picar una carretera, o lo de aquí de limpiar los montes por la cara. Si a esos internos que limpian los montes se les motivara enseñándoles a arar la tierra y plantar para que luego les sirviera para algo, si se les diera un dinero simbólico, que pudieran mandar a su familia… Nos sentiríamos útiles y sabríamos que podemos hacer algo cuando salgamos de la cárcel. Hay que pelear juntos no solo para salir, sino para crear algo de lo que, cuando cumplamos nuestra condena, podamos estar orgullosos. Tienen que saber que los que nos drogábamos estuvimos en la basura, muy abajo, pero que con un poco de atención y trabajo, o una situación diferente, iremos remontando pasito a pasito”.
(Extracto. Adaptación libre)
Imágenes: elnuevodiario.com.ni|vozpopuli.com
Fuente: http://www.atlanticaxxii.com/5116/una-vida-la-carcel-nada