Que el Mercado sea libre, no implica que los humanos lo sean también, sino que la explotación tiene que ser libre, sin reglas, ya que «la mayor riqueza es poseer una multitud de pobres laboriosos, porque de ellos se derivan todas las comodidades y bienes».
La estrategia del PP se basa en enfangar a Podemos para tapar las corrupciones de sus miembros y lavar la imagen de su partido, haciendo ver de paso que todos los políticos son iguales.
El pacto PPSOE-Ciudadanos estaba hecho de antemano, aunque metido en un cajón, aguardando el momento oportuno de salir a la luz, después de marear lo suficiente la perdiz para despistar a los votantes y que se traguen el indigesto y amargo sapo de la gran coalición, como antes apechugaron con los recortes o con la corrupción, es decir, haciéndoles ver que no había otra opción.
Desde tiempo inmemorial, la derecha se ha venido decantando por el modelo organizativo de mafia, y la izquierda, por el de secta, según haya predominado más el culto al negocio o al líder.
La suma de guerras, batallas, heroísmos y atrocidades nacionales constituye un sangriento festín difícil de digerir, en el que cada país puede reclamar con pleno derecho su parte, pero que concede pocos motivos de satisfacción para disfrutar de él y, todavía menos, para festejarlo, porque ninguno se salva.
Las bondades de los nacionalismos se me escapan; representan la antítesis del espíritu solidario, la forma más baja y primaria de egoísmo colectivo.
Bajo sus bonitos discursos se ocultan los intereses más mezquinos. Todos, sean del signo que sean, utilizan los vínculos que se crean espontáneamente, los legítimos sentimientos de apego a la tierra, a las raíces, a los lugares, personas y costumbres que nos resultan familiares para sembrar la discordia y, en situaciones extremas, arrastrarnos a la guerra.
Dejemos de defender territorios y empezemos a defender personas. Nos irá mejor.
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