Podemos se juega esta semana su ser o no ser y su futuro: algo mucho más importante que ganar unas elecciones. Dos formas radicalmente opuestas de concebir la acción política se enfrentan en su seno: ajustarse al patrón habitual de funcionamiento de los partidos tradicionales donde todo gira en torno al “jefe”, el aparato y la cúpula, o contar con la participación activa de la gente.
A nuestro gran timonel tan solo se le pasó por alto un pequeño detalle: que para defender su tierra, su territorio y su gente, no se necesitaba independencia, sino tan solo honradez.
Legalidad no implica legitimidad. La legalidad la proporciona el control del boletín oficial y los resortes del estado, mientras que la legitimidad la otorga el respeto a la voluntad de los ciudadanos.
Ya basta de sacralizar la ley: la ley constituye una herramienta, no un valor supremo. Las leyes son normas para regular la convivencia, pero que en ningún caso pueden situarse por encima de la vida de las personas ni atentar contra su dignidad.
Ayn Rand intenta hacer del individuo un dios autosuficiente, soberano y sin ataduras, que con su egoísmo se basta y sobra a sí mismo, y cuya voluntad es ley. No existe nada más que él, ni nada fuera de él. Cero responsabilidades. Cero obligaciones. Y después de él, el diluvio.
Que todo cambie en los mostradores, para que todo siga igual. A mayor número de páginas editadas, menor número de neuronas ocupadas. Y después de los superventas, el diluvio…
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