Los ferroviarios ingleses no están luchando en defensa de sus propios intereses, ni de beneficios salariales, sino por el de los pasajeros, cuya seguridad se halla en peligro como consecuencia de los despidos y recortes de plantilla.
Potenciando el nivel de sicopatía de sus agentes y proporcionándoles como recompensa, dinero, poder y fama, es como consigue la élite asegurarse su fidelidad y, a través de ellos, ejercer el control de la sociedad.
Para los que tenemos algunos años a nuestras espaldas, el «procés» recuerda a un régimen anterior que hemos vivido, en el que los Països Catalans han sustituido a España “como unidad de destino en lo universal”; donde las masivas concentraciones para aclamar al líder carismático en la plaza de Oriente se han trasladado a la plaza de Sant Jaume; el Cara al sol ha sido sustituido por el himno no menos glorioso de Els Segadors; y el estigma de antiespañol si no mostrabas tu adhesión al Movimiento Nacional se ha tornado en el de anticatalán si no comulgas con el ideario soberanista.
El factor «contra» es una de las diferencias principales que existen entre el patriotismo y el nacionalismo. El primero puede existir por sí mismo, mientras que el segundo necesita de un enemigo, y si no lo tiene, se lo inventa.
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